Basta una palabra

No entiendo por qué aún a día de hoy me extraño cuando muchas personas me ignoran al verme por la calle. Supongo que debo ser de esas personas que todo el mundo quiere conocer pero a las que no gusta encontrarse por ahí. –No, no.- Dicen. –Que aún nos va a soltar un rollo sobre algo.- Y así es la sociedad.

Muchas mujeres se estremecen a mi paso, pero son muy pocas las que se aventuran a hablarme. Es el peso de la excentricidad. No soy uno cualquiera, lo sé, aunque tampoco soy un ente separado de mi universo. El pasado y el presente influyen en mí. Es toda esa podredumbre acumulada en los siglos de humanidad que me tranquiliza. Por suerte ha habido muchos antes que yo para explicar su historia. De esta forma puedo compararme con otros y ver quien está peor. Me alegra pensar que siempre hay un sabio recogiendo las hierbas que yo rechazo. 

Pero es que los que ni siquiera saludan, me dan tanto asco. Los prejuicios, el miedo, el temor a lo desconocido,… es una basura tan grande amontonada en nuestros cerebros.

Recuerdo que a principios de este verano yo estaba cargando cajas con mis compañeros para los campamentos en el hall de la escuela. De repente, empezó a pasar delante de nosotros una multitud de gente de mi curso. Apenas ninguno osó saludarme. Bastaba con levantar la mano o mover las cejas al mirarme. Pero nada. De la aversión que me dieron casi vomité allí mismo. Se merecían mi desprecio.

O esas compañeras que te encuentras el sábado por la noche, te miran, y siguen caminando sin decir palabra. Lo peor, es que después en clase te preguntan por qué no las saludaste.

Aún recuerdo cuando Patricia venía a explicarme su vida sexual y toda su problemática amorosa. A mi no me importaba una mierda, seamos sinceros. Aunque, como en los culebrones sud-americanos, siempre te acabas enganchando. Pero después ella estaba demasiado cansada para atenderme. Incluso para algo tan sencillo como un fugaz adiós en los encuentros por la acera.    

Lo peor es que como ella ha habido muchas otras. Sí, es cierto, esto es algo que suelen hacer más las mujeres. Por poco que le caigas bien a un hombre te saludará, como mínimo eso. Bueno, conozco una excepción. Un compañero que se pasa de genio y sobrepasa los límites de la imbecilidad. Pero es buen tío.   

A veces actúo como alguien responsable y equilibrado para evitar un primer rechazo, y poco a poco me voy abriendo. Cuando lo hago suele funcionar. Pero no me gusta hacerlo, porque no soy yo. Si la gente necesita que actúe los primeros dos meses que estoy con ellos para poder estar conmigo, que le jodan a la gente. Lo malo de esto es que millones de mediocres en el mundo se han apropiado de frases como -Sé tú mismo- o -eres único, no seas como los demás-, porque ahora ya no es una frase tan veraz como podía serlo antes. Es increíble mirar los comentarios de algunos grupos en las redes sociales de internet con eslóganes de este tipo. Miles de tarros de arena las hacen suyas, ¡cómo si tuvieran derecho! Es cierto, no soy nadie para catalogar a mis contemporáneos. Es posible que yo también los esté prejuzgando, pero está claro que en mis afirmaciones hay algo de verdad, pues si todos fuésemos tan singulares como creemos ser, la historia de la literatura y de las diferentes artes sería una simple lista arbitraria de hombres y mujeres.

Otra verdad que ya es eslogan es esa de –La normalidad es falsa-, o algo así. No le falta razón a esta frase, pero otra vez, los mediocres han acabado con ella. Los que aspiraban a ser lo más grande de su tiempo y se quedaron en la mierda, y también de aquellos que simplemente nunca se plantearon su inmortalidad.

Este mundo está lleno de esos y, compañeros, solo podemos llorar. A mi me suda la polla muchas cosas. Las palabrotas que estoy aquí escribiendo pueden indignar a algún imbécil o puede parecer que es simplemente otra forma de dejarme llevar por la marabunta. Sí es cierto, las palabrotas también han sido banalizadas. Pero por eso mismo nos tiene que dar igual. No nos matemos por ser el más sabio del pueblo, ni el más fuerte, basta con comprender que te da igual e intenta sobrevivir adaptándote a los prejuicios de los demás hasta que no puedas más. Entonces muere; no te lo pienses dos veces, cuando sientas que no puedes más muere. Así se conserva la dignidad.