Red de Literatura y Cine
El último personaje de Nevil Avalovich
Abrió la pequeña puertecita de madera y se proyectó un reflejo violentamente contra sus ojos. La luz de la lámpara impactó en sus pupilas por medio del espejo y lo que antes eran formas y colores se convirtieron en manchas purpúreas flotando sobre la oscuridad oleosa de sus ojos.
Tanteó con las manos buscando la cajonera como referencia para no desestabilizarse y caer. Palpó uno de tiradores y se apoyó en él. No sin ciertas dificultades, logró medio incorporarse y arrastrarse hasta la butaca. Se frotaba la frente y los párpados con las manos mientras se sentaba. Tras un rato aposentado sobre el mullido cojín, abrió y cerró los ojos repetidamente estirándose la piel de la cara con los dedos. Abrió las aletas de la nariz y buscó aire en el vacío. Intentó mantener la vista en un punto fijo, pero pronto tuvo que volver a encerrarse en sí mismo, pues la inestabilidad le hacía venir ganas de vomitar.
Pasaron unos minutos y fue recuperándose. Ya podía mantener los ojos abiertos aunque aún no veía bien. Sentía como si con aquel reflejo hubiese entrado una nueva realidad en su interior, por lo que su cuerpo aún tenía que adaptarse. Consiguió levantarse al fin y dio los primeros pasos. Aunque aparentemente era un pelele guiado por las pesadillas que dirigen el mundo, tenía un objetivo claro. Apagó la luz y se inclinó hacia el armarito de madera, donde se contempló de nuevo. Al verse no pudo reprimir la necesidad de palpar su semblante en busca de alguna respuesta. Primero se acarició torpemente las mejillas y después la nariz. Su asombro estaba justificado, pero no el temor que le acosaba de pronto.
Se levantó tropezándose y fue al baño. Se miró en el espejo que había allí y sus esperanzas decayeron definitivamente. Se dio una palmada en la cara y, ante el nefasto efecto de ésta, se golpeó de nuevo con más contundencia.
Justo en la hora más terrible, cuando más perdido se hallaba, otro factor apareció por la puerta. Nuestro personaje respondió con cierto miedo al timbre. Vaciló un par de veces antes de ir al recibidor, pues le costaba creer que en un momento como ese apareciese alguien. Se acercó a la mirilla y echó una ojeada a lo que había al otro lado de la madera. Reconoció el rostro. Junto a la luz azulada del ascensor, Mairit Scotefield temblaba como siempre por su misteriosa e inquietante enfermedad.
-Mairit, ¿qué quieres?-
-Nay, ha llegado a la oficina la mujer que esperabas.-
Nay permaneció estupefacto durante unos segundos, hasta que advirtió un hecho insólito: Mairit le había reconocido.
-Escucha Mairit, no tengo tiempo para tus tonterías.- Dijo cerrando la puerta.
-Pero…- Mairit se lanzó a la puerta para evitar que la cerrase –tú me dijiste que te avisase y tienes el teléfono desconectado.-
Nay dirigió a su secretario una mirada que combinaba perfectamente la lástima y la repulsión.
-Está bien, tráemela aquí.- Dijo finalmente como aceptando una terrible condición.
El siniestro e inofensivo personaje se metió en la puerta del ascensor y desapareció. Nay entró de nuevo en su casa y quedó más turbado que nunca. Por un lado, estaba satisfecho, pues Mairit lo había reconocido, pero, ¿qué había visto en aquel espejo?
Volvió al comedor y se agachó ante el armarito. Hizo un par de guiños y se frotó los morros con ambas manos, pero su rostro permanecía irreconocible. Volvió al otro espejo del piso, el del baño, y vio su imagen. Puso los dedos sobre el reflejo y presionó furioso con las yemas.
Cuando la impotencia y el sucumbir de la razón se entrelazaban en la mente de Nay, el timbre de la puerta volvió a sonar.
Se acercó temeroso y volvió a mirar por la mirilla. Con la centelleante luz azulada de fondo, una figura femenina esperaba impaciente en el rellano. Con ademán impaciente volvió a llamar al timbre. Dirigido por un súbito impulso, Nay abrió la puerta. Su rostro era hermoso aunque particular. Sus labios se esbozaban finos y no trataba de convertirlos en algo distinto. Un sombrero blanco con trazas violetas y rojas se torcía sobre su frente hacia la derecha sobrevolando parte de su hombro. Sus miradas chocaron como el caudal de un río tropezando con una presa. En su oído, Nay pudo oír martillearse el tímpano. Sus ojos veían como la mandíbula articulaba palabras de arriba abajo. Observó la curva oscura del arco que sobrevolaba su párpado.
Mientras su mente se abstraía, sus manos cerraron la puerta de un modo despreciable. Con un sutil disimulo, la mujer quedó en el rellano y nadie pudo impedirlo.
-¡El señor Mairit me dijo que viniese aquí!- Gritó ella.
Nay pareció despertar nuevamente. Un escalofrió atravesó su espalda y heló su boca hasta hacerle evocar el dolor de todos los hombres que había sido en su vida. Se incorporó y abrió la puerta.
-¿Quién es usted?-
-María Dasayavna.-
-¿Y qué hace en mi casa?-
-Usted me dijo que subiese. Yo estaba en su oficina.-
-Ya. ¿Le ha dicho a Mairit lo que tenía que decirle?-
La mujer quedó atónita. Realmente no daba crédito a lo que estaba pasando.
-Usted me envió una carta la semana pasada para que asesorase a su empresa por los problemas económicos.- Dijo ella con un tono de verdadera irritación.
-Siento esto, lo cierto es que no me encuentra usted en mi mejor día… ¿por qué no entra y bebemos un poco de vino?-
María Dasayavna dirigió una mirada de preocupación y desdén al interior de la casa, pero al advertir que no era tan caótica como su único habitante, accedió a entrar. Nay se hizo a un lado para dejar entrar a María.
-Y bien, María Dasayavna. ¿Mairit le ha puesto al corriente de los problemas de la empresa?-
-Sí, brevemente. Lo cierto es que se hunde. Aunque no hacía falta que nadie me lo dijera, salta a la vista que este gigante de la economía hace aguas por todas partes.-
Nay quedó meditabundo durante unos segundos. Concentrado en aquella dimensión que lo envolvía horriblemente, se levantó de la butaca y fue robóticamente hasta el armarito con el espejo. Se agachó y lo sacó. María lo miraba boquiabierta y en silencio.
Puso el espejo sobre la mesa del salón y contempló su cara, aquella faz desconocida y misteriosa que ahora cubría sus huesos como si fuese goma. Agarró la punta de su nariz y trató estirarla. Parecía que quisiera arrancarla.
-¿Se encuentra bien?- Preguntó María con preocupación.
Nay se giró y sonrió, tras lo que regresó a su reflejo. Palpó la superficie de cristal y tanteó un puñetazo. Intentó destruirlo una vez, pero se detuvo justo antes de que el puño chocase con la lisa superficie del objeto. Nay notó el creciente recelo de María, por lo que se dio la vuelta y sonrió una vez más. Torció el cuello y miró sus ojos verdes empalidecer al otro lado del metal. Se abalanzó sobre el espejo y de un golpe lo lanzó al suelo.
Los trozos de vidrio y hierro se esparcían por las baldosas quebrándose en miles de trozos. María Dasayavna chillaba de terror mientras lentamente caía aquella magnífica forma ovalada.
_
La oscuridad volvió a la habitación. Nay estaba solo de pie en medio del salón. Primero se palpó la cara, pero rápidamente fue al armarito, donde vio un plato de barro con los cachos del espejo. Corrió al baño y se reconoció en la negrura del cristal. Se dirigió a la cocina y se sirvió un vaso de vino. Bebió hasta que se olvidó de quien había sido y empezó a especular sobre su futuro. Tratando de mantenerse en pie con el mundo dando vueltas alrededor suyo, reconoció a su soledad lo que le había faltado siempre y todo lo que deseaba para su futuro. Habló de sus personajes pasados y de todas las vidas que había vestido como disfraz. Agarró la botella y apuró los últimos tragos. Escuchando el aullido de un perro en la calle asintió servilmente con la cabeza y se durmió mirando el negro reflejo de la muerte en la ventana.
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