Red de Literatura y Cine
El último y más grande
Gritaba como un condenado desde su celda esperando que alguna enfermera de guardia le atendiese. Pero como se pasaba así todas las noches, estas ya no le hacían caso y se ponían la música muy alta para no oírlo. Júpiter golpeaba con el bastón el suelo y aunque lo hacía con todas las fuerzas que lograba juntar, no conseguía nada más que un pequeño destello a cada golpe. Ya no era como antes que derribaba puentes solo con así desearlo.
-¿Que le ocurre ahora?- Preguntó una enfermera entrando muy fatigada en la habitación.- Pues que me tenéis aquí abandonado, ya nadie piensa en mí. Fíjate que ni siquiera vienen a vaciarme el orinal cuando se llena.- La enfermera entró con un andar pesado y vacilante y abocó la orina de la bacinilla en la pila del grifo. Algunas gotas salpicaron cayendo sobre el baso dónde estaban los dientes postizos del vetusto dios, pero este no lo advirtió. -Está bien, ¿dejará ahora de berrear? Tiene despierto todo el hospital, solo que sus vecinos están ya tan terminales que ni fuerzas tienen para gritarle. ¿No ve que necesitan dormir? ¡Sea un poco más considerado!- Seguidamente la enfermera salió cerrando la puerta. Su perfume agresivo y penetrante quedó en la atmósfera de la habitación. El anciano tosió. En el otro extremo de la celda, justo en frente suyo, estaba el interruptor de la luz. Cerró un ojo y con el otro visualizó la clavija. Puso el dedo índice de la mano derecha apuntando a su objetivo y presionó con fuerza. La palanquita inclinada hacia abajo temblaba como luchando por ponerse mirando al cielo. Las facciones de Júpiter se arrugaron aún más. Su boca mellada asomaba de entre sus labios al hacer una mueca de esfuerzo. El dedo se torcía lentamente sometido a una tensión insoportable. Pero finalmente el anciano se desplomó de nuevo; había sido derrotado. Resoplaba agotado tratando de tomar aire y recuperarse. Pero aún no se había rendido, así que hurgó con la mano en la mesilla de noche hasta que encontró el reloj despertador. Lo agarró con fuerza, apuntó, y lo lanzó contra el interruptor. Pero su proyectil perdió impulso en vuelo y calló a medio camino.
Sus ánimos decayeron de nuevo. Era inútil. Volvió su cabeza hacia la derecha y contempló viejas fotografías. La nostalgia inundó sus ojos hasta desbordarlos. Aquellos años en que aún tenía cabello y barba. Aquella enorme melena plateada que se rizaba hasta los hombros. Pero ahora, ahora no era nada. Miró delante y vio en el armario medio abierto el polvoriento tridente de su querido hermano, que se lo dio antes de morir. Aquella diminuta sala era una mansión de recuerdos, un valle de lágrimas en que los viejos aconteceres de su existencia reflotaban gracias a la memoria.
Los ojos de una lechuza disecada le observaban astutos. El animal, clavado sobre el marco de la puerta, hacía una mención a un tiempo mítico y de ilusión.
Al fin, el anciano logró conciliar el sueño. Se despertó tal y como se durmió. La luz no podía entrar pues las persianas estaban cerradas. Alguien muchos días atrás las había bajado y nadie tuvo el detalle de volver a subirlas por la mañana. Todo olía a mugre y podredumbre. Júpiter se destapó y logró incorporarse. Sentado podía verse las huesudas piernas desnudas. Se sentía tan débil e inútil, para él todo suponía un esfuerzo sobrehumano. Logró alcanzar las zapatillas con los dedos de los pies y con un poco de puntería consiguió calzarlos. Tomó su bastón en la mano y se apoyó tanto como pudo en él. Los tendones de sus extremidades se pusieron tiesos. Sus huesos ya no podían soportar bien su peso, pero aún sobrevivía, que era ya más de lo que cualquiera habría soñado. Tras largo rato y no sin un grito de dolor, se incorporó. Lentamente se arrimó al grifo y se echó algo de agua en la cara. Recogió sus dientes del baso y se los colocó. Iba con la bata de hospital sin llevar nada más debajo pero no era algo que le preocupase. Abrió la puerta con grandes dificultades y salió a fuera. En el pasillo había otro hombre mayor que le observaba desde el banco en el que estaba sentado. -¿Sabes que por tu culpa no he podido dormir en toda la noche?- Exclamó el viejo. Pero Júpiter ignoró sus palabras y caminó lentamente con su bastón en dirección al jardín. Sin embargo, una enfermera que lo vio tuvo que detenerlo. Le empujó y mientras lo llevaba medio a rastras le dijo: -Mi compañera dice que en toda la noche no has dejado de incordiar, así que hemos decidido que como castigo hoy no te dejamos salir.- Lo estiró bruscamente en su cama y le puso un plato de sopa humeante en la mesilla, junto con una cuchara. Cerró la puerta de golpe y se oyó como sus pasos se alejaban.
Júpiter miró con desgana la sopa y se inclinó hacia la ventana. Entre los agujeritos de la persiana podía ver un niño jugando en el parque de la residencia. Seguramente había ido a ver a su abuelo o algo semejante y se entretenía con otros jóvenes como él. De repente, la puerta se abrió ligeramente y un rayo de luz penetró en la sala. El vetusto se volvió de golpe. Una adorable niñita le miraba algo tímida desde la puerta. -¿Qué te pasa chiquilla? ¿Buscas a alguien?- Preguntó Júpiter con tono cariñoso. La niña respondió torciendo mucho la cabeza indicándole que no se trataba de eso. -¿Entonces qué te ocurre?- Preguntó intrigado el anciano. -Es que he visto que le pegaban, señor.- Respondió la niña con voz inocente. -Pero bueno, por eso no te has de preocupar. ¿No ves que a mi me han pegado muchas veces? Aunque hubo una época en que era yo el que pegaba a los demás.- -¿Ah sí?- Incurrió ella. -Porque yo una vez pegué a un niño muy alto en la escuela.- El anciano ignoró las palabras de su nueva visitante rápidamente se dispuso hacia ella. -Oye niñita, ¿sabes quién era Paris?- -Una ciudad, señor.- Respondió ella. -No hombre no, yo te hablo de mucho antes de que ningún ser humano se bañase en las aguas del Sena.- La joven se quedó quieta sin respuesta que dar a Júpiter. Su mirada implicaba calma y curiosidad. Con sus ojos parecía estar interrogando al anciano.
Pero unos gritos irrumpieron en la celda y se llevaron a la niña muy enfadados. Al parecer era su madre, que no la encontraba y estaba muy preocupada.
Júpiter se hallaba solo de nuevo, así que se giró para observar, igual que antes, el jardín. Al cabo de unos minutos vio a la niñita caminando medio arrastrada por su madre llorando. Esta le gritaba furiosa. Al llegar a un coche la metió dentro rápidamente y partieron. El vetusto se apoyó en la pared y contempló la habitación. Tan estrecha y tan plagada de cosa, así son las habitaciones de los viejos. Pero al dirigir su mirada hacia la puerta, vio un objeto brillante en el suelo. Como pudo, se levantó, y avanzó hacia lo que al final resultó ser un reloj de cadena. Era de plata y parecía antiguo. Júpiter regresó a la cama des de la cual siguió observando su hallazgo. Marcaba las seis y media pasadas. Se le ocurrió al viejo que el aparato se le había caído a la niña al ser extraída por su madre. Una verdadera lástima no poder devolvérselo, pues probablemente se trataba de algún regalo o de algo que le habían prestado.
Un sopor típico de la avanzada edad empezó a invadir el cuerpo de Júpiter. Aquel adormecimiento extraño le impulsó a tumbarse. Ya empezaba a cerrar los ojos cuando de golpe una enfermera acometió de golpe en la estancia para recoger la sopa. -¿No se la ha tomado? Maldito muerto por qué no nos dejas ya en paz y te largas de aquí.- El portazo resonó por todo el hospital. Júpiter miraba hacia delante con cierto miedo. No sabía que podía haber más allá de la inmortalidad, y la oscuridad le aterrorizaba. Las pocas pestañas que aún se torcían en la punta de sus párpados sujetaron una lágrima justo antes de ser precipitado al vacío.
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Juanma, amigo. Me ha gustado mucho. Te cuento: Me he metido tanto en la historia, que de momento, me he visto viendo las imágenes en blanco y negro, en una sala de arte y ensayo con el estómago apretado viendo como ese hombre acaba sus días en medio de un sitio sórdido, frío y vacío... Genial, amigo.-
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