El Hijo llora solitario.

-Oh, y yo lloro, y me planteo, mas ¿qué es la vida? ¿Acaso he nacido para esto? ¿Es que he nacido para aparentar regocijarme en mi infortunio? ¡Para eso me trajeron al mundo! Pero yo me niego. ¿Cuál es, así pues, mi objetivo en esta vida? ¿Es, acaso, lamentarme hasta quedar seco y sin lágrimas que derramar? ¿Es arrojar mi vil cuerpo al vacío, ansiando ser así liberado de una vida de decoración? Es que no puedo al menos llorar como el payaso que no quiere reír.

Entra el Padre.

-Ah, ya te estás quejando una vez más. ¿Por qué nunca estás satisfecho? Ni que fuese tan dura tu vida. Mejor te habría ido nacer con un pico al hombro y una pala bajo el brazo.

-Y vuelves de nuevo a cargar contra mí. ¿Es que no lo ves? Lloro y sin motivo para llorar. Quisiera morir de hambre en una cuneta para dar escusa a mi llanto, pero así, sin causa alguna, no soy más que un niño caprichoso, un egoísta que patalea hasta conseguir lo que quiere. Como un rey que no perdona al ladrón humilde, como un juez que castiga al joven inconsciente. ¡Nadie me educó nunca para no ser así! Todos me enseñaron a conseguir y a buscar, pero nunca me dieron un motivo para no llorar ni a tener compasión, ni algo para ser feliz.

-¡Calla, insensato! No sabes de la misa la mitad. Has vivido entre algodones y te crees que el mal más terrible es ser insatisfecho. ¡Estúpido! Sin pan ni carne con que llenar los vacíos del cuerpo es imposible saciar el alma, y créeme, son muchos los que pasan hambre ahí fuera. ¿Es que quieres ser uno de ellos?

-¿Lo ves? Ya estás otra vez. Por qué no callas de una vez y dejas a un lado estos sermones de padre anciano. ¿No te das cuenta de que por una vez deseo equivocarme? ¿Es que solo existe el camino recto para un joven como yo? Seguro que tú en tus años mozos gozaste de oportunidades distintas a las mías. Apuesto un brazo, una pierna y, qué demonios, ¡la cabeza!, a que pudiste salir de casa para ir allí donde aguardan las damas ligeras la llegada de los tediosos hombres contemporáneos. ¿O no es así? Igual que seguro que pusiste tu vida en peligro en numerosas ocasiones. ¿O no fuiste también a la guerra?

-En mi vida he cometido grandes errores, pero comprende que es mi deber de padre guardarte de ellos y transmitirte mi sabiduría lo mejor posible. Protegerte del mal que impera ahí afuera y salvarte de acabar como muchos otros que murieron antes de tiempo.

-Pues no, padre. Yo quiero errar mi camino, quiero maldecir mi nombre durante largas noches de desesperación y terror, quiero acabar, si así es mi destino, con un cuchillo en el pecho en señal de mi equivocación. Y que Dios tenga entonces el deber de perdonarme, si realmente me ama y me comprende como su hijo que también soy.

-No esperes en Dios el perdón si abusas de tu libre albedrío y te excedes confiando en tu suerte. Si caes antes de poder arrepentirte arderás en el infierno para siempre sin oportunidad de redención.

-No creo entonces en un Dios que odia su creación, un Dios que da la espalda a sus criaturas. Si no es capaz de comprenderme y aceptarme, ¿por qué me creó así? Que se olvide de que existo si todo lo que puede hacer por mí es detenerme. Soy joven y a mi juventud pertenece este espíritu libre, anárquico incluso. No me dejaré someter, padre, ni por ti ni por tus amenazas. El dinero y el lujo no me retendrán aquí, tan solo cuando vuelva, ya adulto, podré gozar de ello como es debido y en pleno derecho. Y si el Señor no puede darse cuenta de esto, le pido que me olvide. Que ese ojo que tiene puesto siempre sobre cada uno de nosotros lo aparte de mí y me deje solo. Sabré aceptar mi soledad, sabré aceptar mis errores y pagar por mis pecados, tanto aquí, en la Tierra, como en el otro mundo cuando llegue. Y si se me juzga con malicia, no será Dios quien me sentencie. Quizá el Mal o la misma Muerte decidan en su nombre lo que le sucederá a mi alma. Pero hoy no voy a pensar en eso.

-Ya veo que no voy a poder detenerte. Para qué razonar contigo, si te ha corrompido este mundo de imágenes e idolatrías. Ahí fuera hay un universo enorme y hostil. ¿Qué no te das cuenta?

-Si somos tan pequeños es porque cabemos en este mundo. Y no, padre, nada me ha corrompido; son la claustrofobia y la presión las que sacan al genio de la lámpara. Por mucho que la frotes y la limpies, mientras no haya nada que ver nunca habrá nada que decir.

El hijo se va en la búsqueda de la muerte más allá de la canariera.