Otra vez en casa

Surcando los cielos llevado por un ángel de fuego calló un hombre justo en frente del gran cisne petrificado. Estaba asombrado, no entendía nada. Todo aquello era nuevo para él. Al ponerse en pie, pensó que podría reseguir el camino que tenía delante, pero el miedo a lo desconocido le paralizó. ¿Qué era todo aquello? Era como un mundo de pesadilla, estático. Esa media luz del atardecer torcía las sombras de los objetos casi al ángulo recto. Aquella extraña tranquilidad flotaba en el aire como si fuese humedad. Hasta diríase que a veces podía sentirse el ambiente pegado a la piel, fusionándose con el sudor, y resbalando hasta convertirse uno en parte de todo aquello, ser invisible.

Mientras decidía qué hacer, vio aparecer una gran sombra. No tuvo tiempo de huir, pues inmediatamente aquel extraño personaje estaba justo a su lado. Sus dos zancudos pies temblaban al posarse en el suelo. Los zapatos eran negros y parecían de piel buena. El pantalón era también oscuro y formaba una muy pronunciada campana desde la rodilla hasta el final de la pierna. Lucía una levita abotonada sobre una camisa blanca. Llevaba un sombrero enorme de copa, aunque en ese momento apenas podía ver su cara. Tan solo se apreciaban dos finos yugos de pelo que surgían espigados y puntiagudos del bigote del personaje. Además portaba también un bastón largo de madera excelentemente pulida. A cada paso se apoyaba sobre el mango esférico apretando cada dedo con furia, como si intentase aferrarse a él hasta el fin con sus guantes blancos inmaculados.

El hombre misterioso se detuvo finalmente en frente del visitante. Ninguno osaba hablar. Enlatados en la sombra del sombrero, los dos ojos del Zancudo brillaban, a la vez que un par de dientes parecían asomarle tímidamente entre los labios.

Tras unos segundos de contemplación, el Zancudo se agachó bruscamente torciendo el espinazo hasta poner su mirada sobre la cabeza del extraño. Éste no pudo evitar caer con un grito de miedo y asombro. Zancudo podía sentir la respiración acelerada de aquel extraño hombrecillo que entonces se plantaba sobre sus designios. -¿Quién eres tu?- Preguntó finalmente el asustado visitante. -¿Y tú? Yo soy el rey.- Respondió el Zancudo con voz grave y solemne. Siguió la contemplación mutua, hasta que Zancudo le prestó la mano para levantarse.  

   -¿Dónde estoy?- Preguntó el hombrecillo una vez de pie. -En mi casa.- Seguían observándose. Los labios de Zancudo estaban tan torcidos hacia abajo que resultaban inquietantes. Su cara era casi como la mascara de la tragedia. Finalmente el Zancudo dio media vuelta y empezó a caminar con ese ritmo frenético que le caracterizaba. -¡Espera!- Dijo el visitante. -No me dejes aquí, llévame contigo.- Nada más decir eso sintió en su estomago que acababa de meter la pata. Zancudo volvió a darse la vuelta y prosiguió andando. El visitante corrió a su lado y se puso a caminar con él, temeroso por la inestabilidad del Rey. Rodearon el gran cisne y la escalinata que se insinuaba en forma de triangulo hasta llegar al lago. Zancudo se detuvo justo allí, y se quedó contemplando desde arriba al diminuto personaje. -¿Por qué no miras dentro del lago?- Comentó Zancudo. El visitante no tuvo más remedio que, tras pensárselo mucho agacharse y observar lo que se alzaba al otro lado de las aguas. Era un mundo parecido a aquel. Sombrío, de pesadilla. El horizonte siempre acababa manifestándose claro y eterno en algún rincón, solo que alguien parecía querer taparlo fuere como fuere con montañas y construcciones estrambóticas. Había una inmensa ruina, con forma de calavera triste que se aguantaba como por casualidad con una frágil varilla de madera que esperaba el momento de la muerte entre piedra y piedra. Había algunas personas al otro lado, eran como los monstruos guardianes de aquellas tierras, habitantes del infinito. Finalmente, todo el lugar parecía estar coronado por el relieve de Medusa grabado en la pared de la ruina. En sus ojos se reflejaba una luz, como un poder que alguien usó en su contra para encerrarla para siempre tras la roca.

El visitante sacó la cabeza del agua y se dio cuenta de que allí abajo no le faltaba el aire. –Y bien, ¿qué has visto?- Preguntó Zancudo desde lo alto. –Verá, no estoy seguro, pero no era muy diferente a esto.-

Ambos siguieron mirándose durante un rato. La cara de Zancudo empezaba a ser familiar para el divino mortal, ya no le asustaba, se estaba convirtiendo en algo cotidiano. Pero, de repente, al alejar la vista hacia su derecha, el hombre pudo ver el cisne, la escalinata y todas las otras cosas que estaban detrás de él. -¿Qué les ha pasado?- Preguntó con asombro. -¿A quién?- Respondió Zancudo. -A las cosas, ¿por qué son solo luz y sombras desde aquí? ¿Dónde está el cisne, dónde todo?- Zancudo arqueó las cejas y arrugó la frente cómo intentando poner cara de asombrado y pensativo a la vez. -Eso, es que jamás pude acabarlo. Tampoco valía la pena, a veces hay que escoger un punto de vista…-

Tras unos segundos de silencio, el Rey dio media vuelta y empezó a caminar, esperando que el visitante le siguiera. Y así fue. La extraña pareja tomó camino siguiendo la senda hacia el agujero en la cumbre de la gran montaña. Anduvieron, y saludaron al ángel, quien se aburría contemplando el mundo desde lo alto. También vieron las llamas que poblaban el espacio enrojeciendo el azul del cielo. Siguieron en dirección al palacio. Iban muy despacio, pero tampoco tenían prisa. Zancudo parecía andar cojo, debido a la inestabilidad de sus débiles y largas piernas.

Había personas, que posadas como esqueléticos maniquíes nos miraban con extrañeza. Mientras Zancudo cojeaba, el hombrecillo iba descubriendo lentamente aquel mundo que sólo tenía una perspectiva. Era como si un mal viento hubiera pasado y se hubiera llevado de golpe toda la belleza de las cosas, y se hubiera convertido todo en una gran ruina.

Pero poco a poco, a medida que se acercaban al lejano palacio del fondo, se iba dando cuenta de que quizás había descubierto el mundo real. A penas sin pensarlo, el visitante se paró de golpe. Zancudo siguió andando unos metros hasta que se dio cuenta y se paró también. -¿Qué ocurre?- Preguntó el Rey. -¡En el cisne, allí atrás, allí…, creo que también está medusa!- Zancudo siguió andando sin que pareciera darle demasiada importancia. -¿A dónde lleva la escalinata?- Preguntó el visitante. –Primero lo empíreo y después lo banal.- Respondió Zancudo.                 

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