ANTE TUS OJOS

La brisa se colaba entre las hojas de los árboles. Las aguas cristalinas del riachuelo saciaban la sed de una joven mujer a punto de traer al mundo a su primer hijo. Aquella brisa tomó fuerza y poco a poco se fue formando un fuerte remolino de viento. La mujer, asustada corrió a protegerse bajo las ramas de un árbol. Por la fuerza del viento, cayó una semilla del árbol, ésta se enredó en el cabello rizado de la joven mujer. En la tarde de ese día, nació un hermoso niño. La madre había guardado la semilla, decidió sembrarla en el mismo lugar donde se había formado el remolino de viento. El niño creció, su madre le contaba la historia del árbol, sobre el remolino de viento, la decisión de sembrar el árbol el mismo día que él nació. Al niño le encantaba esa historia. ¿Esta historia te hace feliz, hijo? lo veo en la alegría de tus ojos. La madre siempre regaba el árbol con el agua fresca del riachuelo. El día en que el árbol germinó fue un momento tan feliz como el día de tu nacimiento le decía su amorosa mamá. Igual que su hijo el árbol se fue fortaleciendo. El árbol sobrepasó la estatura del niño. Pasaron los años, el niño y su madre cuidaban el árbol con esmero. Su tallo era delgado; sus ramas se extendían como brazos amorosos y ofrecían una refrescante sombra. Los animales del campo dormían por la noche bajo sus ramas. Los pajarillos hacían sus nidos en su follaje. Los viajeros sentían la necesidad de reposar a su sombra. La mujer envejeció y el niño se convirtió en un joven valiente, día a día sembraba el campo y se alimentaba de sus cosechas. La anciana le decía a su hijo cada vez que visitaban el árbol. “Este árbol es símbolo de vida, cuando sea cortado y sembrado sin raíces en la tierra, el cielo se oscurecerá y las nubes llorarán lagrimas de pena”. El joven no entendió lo que su anciana madre le decía, suponía que eran palabras sin sentido, dichas solo por decir. La tranquilidad del campo por su lejanía con la ciudad, no permitía conocer la efervescencia que había en ella. Un gran evento de proporciones inimaginables estaba sucediendo en la gran ciudad. La ciudad estaba revuelta.
El joven reposaba a la sombra de su árbol cuando le sobresaltó un ruido que no era común por esos senderos. Eran muchos caballos que a galope se acercaban a él. El joven se puso en pie y preguntó, ¿Qué ocurre, porque tanto alboroto? No se inquiete amigo, dijo uno que se acercó con su caballo, solo necesitamos cortar un árbol y creo que ya lo he hallado. Es precisamente éste bajo el cual reposa. Házte a un lado. El joven se enojó mucho y alzando su voz dijo., “este árbol es mío, es mi hermano, fue sembrado por mi madre cuando yo nací ´´. Una voz suave se hizo escuchar sobre el hombro del joven, era su madre quien le dijo, deja hijo deja, no lo podrás evitar, recuerda que este árbol es símbolo de vida, cuando sea cortado y sembrado sin raíces en la tierra, el cielo se oscurecerá y las nubes llorarán lagrimas de pena”. El joven aun sin entender pero obediente a su madre se apartó. Hijo… veo la tristeza de tus ojos, pero prepara tu alma para tu mayor alegría. Agregó la anciana. Cada golpe de hacha era como un golpe al cuerpo y una herida al corazón del joven. Al ver el árbol caer también cayó sobre sus rodillas y lloraba sin consuelo. La anciana abrazó a su hijo y le dijo al oído, “no llores aquí no termina nada, ten paz porque ahora todo comienza”. Nuevamente el joven no entendió lo que su madre decía. Miró a un hombre arrastrar con su caballo y sobre el empedrado camino su querido hermano, el árbol. Este árbol tenía una forma muy especial. Su tronco era delgado pero fuerte. Una de sus ramas apuntaba hacia el este, lugar donde nace el sol. La otra se extendía hacia el oeste, lugar de donde vendrá la esperanza. Corrió tras los caballos siguiendo a su árbol que dejaba cada una de sus hojas sobre el camino. En lo alto de un monte fue tirado el árbol y mutiladas sus ramas. Ya no era un árbol sino, un madero en forma de cruz. Un hombre ensangrentado fue puesto sobre el madero, le clavaron sus manos y sus pies. El joven temblaba horrorizado de lo que veía.
El árbol, ahora hecho cruz, fue sembrado en la áspera tierra con el hombre clavado al madero. El joven recordó lo que siempre le decía su madre…“ Este árbol es símbolo de vida, cuando sea cortado y sembrado sin raíces en la tierra, el cielo se oscurecerá y las nubes llorarán lagrimas de pena”. Nuevamente cayó de rodillas. Desde lo alto del madero una voz firme pero desgarradora exclamaba… “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”, él preguntó, ¿Quién eres y porqué te clavaron a mi árbol? yo soy Jesús y sé la historia del árbol, también yo nací cuando tu naciste, fue el día que tu madre sembró el árbol. Este árbol era tuyo y ahora él y yo somos uno solo. Fui crucificado como sacrificio por los pecados de la humanidad. Yo Soy el Camino, la Verdad y la Vida y nadie llegará al Padre si no es por mí. Soy la Salvación del mundo. El joven dijo. Señor, entonces eres mi Salvador aunque solo merecemos el desprecio de tus ojos. Ahora entiendo lo que me decía mi madre, que mi árbol sería un símbolo de vida. El hombre en el madero no habló más. El cielo oscureció y una fuerte tormenta despidió su último aliento.