AMOR CON LA AYUDA DEL PERRO.

Por: Jose Ignacio Velasco Montes. 18 / 10 / 2018.

Enrique siempre había amado a los perros. Pero por su esposa, a la que no le gustaban, sólo pudo disfrutar de los ajenos. Cuando ella desapareció de su vida, tras llorarla por un tiempo, empezó a notar la tristeza de estar solo, y en cierto modo inició el pensamiento de encontrar una pareja, solitaria como él, con la que compartir el resto, muy largo todavía, de su vida y posiblemente la de ella si la encontrara.

Había comprobado, y le era conocido desde un luengo tiempo, que una mujer que pasea con un perro, es especialmente débil y está un tanto indefensa al hacer amistades que le llegan a través de la debilidad que siente por su amado perrito.
Julia, soltera y acercándose al ecuador de su vida, paseaba varias veces al día a “Loquito”, su Teckel, un animal tan cariñoso como inteligente y disciplinado. Lo era tanto qué si se le acercaba un extraño y lo aceptaba, ella permanecía tranquila. Pero si dejaba el rabo tieso y gruñía con breves sonidos, es que no se fiaba del intruso. El perro sabía si trataba de hacer amistad con él, o en realidad era con ella y por su conducta, Julia también tenía claro que era un depredador que la buscaba a ella.

Si alguien desconocido, se hacía amigo de su can, se encontraban hablando pues comentaban y se mostraba las cualidades de su perro, con el que se jugaba de forma tan habilidosa, que actuaban como si se conocieran desde siempre, por la forma en la que disfrutaban y se daban cariños mutuamente.

Le era manifiesto a Julia que no todos los hombres que venían a jugar con Rumba, su perra, lo hacían sólo por el animal. Era consciente que, alguno que otro venía a por ella y no siempre bienintencionado. Pero el antiguo curso de perfiles que hizo cuando quiso ser Detective Privado, lo que ejerció por un tiempo, le ayudaba mucho en su defensa. Cuando alguien se acercaba con el pretexto del perro, rápidamente observaba a Rumba, e iniciaba su ficha del perfil mental del recién llegado y lo clasificaba en intenciones y adoptaba una posición clara según lo que le ofrecía.

Enrique había conocido a muchas así y había llegado con ellas situaciones extrañas y ajenas a sus intenciones, momentos que no quería recordar.

Cuando la vio de lejos, seria, diría incluso que triste, un tanto como ausente, no supo si fue ella o el perro lo que le llevó a silbarle como medio de conocerla y tratar con ella. El perro acudió a su mano. Como hacia siempre, actuó en la forma que le mantenía sin que ningún perro le haya intentado morder.

Recuerda a aquel anciano que paseaba con un perro Pastor Alemán, que tanto le gustó y acudió a conocerlo. El que podía ser su abuelo, le explicó algo que no sabía, y que tan útil le ha sido. Nada más ser aceptado por el perro, el anciano se mostró dispuesto a charlar por un rato, con la clásica “Logorrea” del maduro y más manifiesta en el anciano.

–Nunca vayas al perro. Tú lo has aceptado, pero él es posible que no. Si te vas hacia él, lo puede considerar una agresión y te puede atacar. Deja siempre que sea él, cuando le silbas y quieto le extiendes la mano sin moverla;  si te acepta se acercará a ti y te lamerá los dedos, lo que significa que te considera un amigo.

Enrique se acerca y se dirige directamente a hablar con ella.

– ¿Le molesta, Señora si juego y le doy un poco de cariño a su perro?

--Señorita. Ya ve, él le ha aceptado. Puede jugar, es muy cariñoso.

–Me llamo Enrique, y soy viudo. No le molestaré mucho tiempo.

–Tómese el que quiera. Tengo bastante tiempo, me he tomado la jubilación adelantada. Lo importante en la vida, al menos para mi modo de verla, es vivirla. ¿No cree?

– ¡Que bien! Yo todavía trabajo, pues soy autónomo, pero también disfruto de una cierta libertad.

Acariciando y jugando con el perro, observo los tristes ojos de ella, que me miran a los míos todo el tiempo, lo que me llama la atención. Y soy consciente de su manifiesta soledad.

Durante un rato se observan y comparten las caricias del perro, que pasa del uno al otro, y se aleja delante como si tratara de hacerlos pasear, lo que consigue y un rato después, al llegar a una terraza, Enrique insinúa el sentarse y tomar algo, lo que hacen durante un largo rato. Hablan con libertad de sus vidas, intercambian teléfonos y quedan a salir a cenar por la noche. Rumba, entre ellos los mira y refriega el morro sobre las piernas de ambos. Enrique lo ve feliz, satisfecho de compartir a ambos.

Los dos se dan cuenta que les va quedando empáticamente claro, aunque inicialmente interior, que cada uno puede y desea dar lo que rebosa en su corazón.

Al separarse son conscientes que cada uno es la contraparte terrestre del mismo sentimiento que los acerca.

Y lo decidieron y aceptaron. Empezaron a salir, siempre acompañados por Rumba, hábil Celestina, y fue entonces cuando fueron conscientes de que empezaba el camino más largo y la parte más complicada y difícil.

Dos meses después, tras la ceremonia religiosa y el banquete con los amigos, parten en el viaje de novios hacia Nueva York y Los Ángeles.