Annie Ernaux, premio Nobel de Literatura: "No tengo la impresión de ser valiente, no es valentía, es necesidad"
La Academia Sueca ha anunciado el Premio Nobel de Literatura para la escritora francesa
En el año en el que miles de personas esperaban que el Premio Nobel de Literatura reparase con su fallo la agresión contra Salman Rushdie, la Academia Sueca ha elegido a Annie Ernaux. (Lillebonne, 1940), escritora francesa que representa la otra mitad del mundo: sus relatos, breves, distantes y minimalistas, retratan la historia de las mujeres y de la clase trabajadora de su país durante los gloriosos 30, las décadas de crecimiento ininterrumpido de la economía francesa.
Sus personajes, situados en un limbo entre la memoria personal y la novela, hablan de abortos, de escenas de iniciación sexual confusas, al límite de la violación, de chicas pobres que consiguen ir a la universidad pero no encajan en su intento de ascenso social, de padres e hijas que son incapaces de comunicarse con naturalidad pero que, al cabo de los años, siguen buscando la reconciliación...
Ernaux es la 17ª mujer que recibe el Nobel de Literatura en 123 años. También es el 16º premiado en lengua francesa. Su nombre se une a los de Louise Glück, Olga Tokarczuk, Svetlana Alexievich, Alice Munro, Herta Müller y Doris Lessing, las ocho mujeres premiadas durante los últimos 15 años.
El jurado del Nobel ha justificado su fallo en «la valentía y la agudeza clínica con la que Ernaux descubre las raíces, los distanciamientos y las restricciones colectivas de la memoria personal».
«No tengo la impresión de ser valiente, no es valentía, es necesidad», respondió Ernaux en una rueda de prensa en París que celebró por la tarde. La autora prometió con sus primeras palabras «continuar el combate contra todas las injusticias», en especial «en lo que concierne a las mujeres y a los dominados». Y festejó su éxito, relativamente tardío: «Lo que escribo sigue vivo, tiene un eco y, de todas las gratificaciones que pueda recibir como escritora, es una de las más importantes».
En realidad, más que con Salman Rushdie o con sus predecesoras recientes, la obra de Ernaux parece comunicarse con la del último Nobel de francés, Patrick Modiano, también novelista, también autor de historias que hablan de un mundo obsesivo y autobiográfico en la segunda mitad del siglo XX. Sólo que el paisaje de Modiano, a pesar de recibir la misma mirada quirúrgica y desapegada, conserva un pequeño lecho de amabilidad, de terciopelo burgués. Ernaux es una versión aún más dura y retadora para los lectores, más política, a su manera.
Como ocurre con Modiano, todos los libros de Ernaux son partes un todo. El lugar (Tusquets) podría ser el comienzo del viaje, de la herida: El lugar retrata un pueblo normando, un lugar de granjeros católicos, de moral estricta y escasa disposición a mostrar el afecto. El padre de la narradora había sido un jornalero que, a base de trabajo duro, había ascendido hasta tendero. La novela, en principio, era un retrato secretamente ennoblecedor y naturalista. Después, el libro se convertía en una refutación de lo narrado. La hija del tendero crecía en rebeldía, chocaba una y otra vez contra la misma pared. Nacía así el personaje de Ernaux.
Sólo hay que seguir la pista de ese personaje por sus libros que son todos ampliaciones y variaciones de la misma historia. En Los años (Cabaret Voltaire) los lectores siguen a la Annie veinteañera y emancipada en su llegada al París rutilante de los años 60, a la ciudad de Françoise Hardy e Yves Montand. Sólo que Ernaux no es en esas páginas la invitada nueva de la fiesta sino la chica de pueblo que mira desde el escaparate sin poder entrar en el gran baile del mundo. Su relato es, en realidad, un collage de objetos encontrados, de trocitos de cultura pop y de filosofía del viejo mundo, que la autora amontona como pruebas de su soledad.
Los libros de Ernaux son narraciones sin énfasis, enumeraciones, actos de hiperrealismo, ejemplos de una literatura que transmite por el camino menos evidente. Un acontecimiento (Tusquets) es un ejemplo perfecto, además de ser quizá el libro que más presente tienen sus lectores en España: el personaje de Ernaux, ya adulta pasa, por una revisión médica. El frío de la exploración, como en una sinestesia, le hace recordar otra escena de los años 60. Entonces, la narradora había llegado a la universidad pero, en vez de disfrutar de su suerte, se sentía paralizada en su colegio mayor por su culpa de desclasada. No tenía amigas pero conseguía tener un novio, un chico más o menos burgués que la dejaba embarazada. Cuando la pareja decidía abortar, él se iba a esquiar, ella se quedaba sola. La interrupción del embarazo aún era, en esa época, una práctica sórdida que se confiaba a mujeres de maneras tosquísimas. Su paciente volvía a casa tambaleándose. La soledad y la brutalidad le hacían perder el curso, perder quizá su único tren hacia una vida más amable que la de sus padres. No había colofón para aquella historia porque la vida no tiene colofones.
Ernaux dijo en su rueda de prensa de París que luchará «hasta el último aliento» por mantener el derecho a interrumpir un embarazo legalmente, suspendido en parte en Estados Unidos este año. «No me parece que habríamos llegado, nosotras, las mujeres, a la igualdad en libertad y en poder» con el hombre «si siguiera existiendo esta dominación», añadió. A Ernaux le preguntaron también por la revuelta de las mujeres en Irán y se mostró «totalmente de acuerdo con que las mujeres se rebelen contra esta imposición absoluta». Pero después rechazó que exista un vínculo con la situación de la comunidad musulmana francesa: «No es el mismo contexto, nadie obliga [a las mujeres a llevar velo], es una elección. No querer reconocer esa elección es un error».
Ernaux, de 82 años, también tiene el atractivo de retratar un momento histórico, el reverso solitario de un momento histórico: los años de las vísperas del 68, los de la Guerra de Argelia, los de la grandeza de Francia. Sin embargo, su imagen no remite a la Historia ni a los periódicos: la Francia de Ernaux está hecha de pequeñas elaciones claustrofóbicas, de ciudades de provincias y mundos aislados.
u literatura también se proyecta hacia delante: es imposible leer a Édouard Louis o a Leila Slimani y no pensar en los libros de la nueva Nobel. Pero la referencia más explorada en ensayos y estudios académicos es la de Sophie Calle, la artista francesa, 13 años más joven que Ernaux. Las dos han construido su obra sobre el testimonio íntimo y la exploración física. Las dos se han puesto al límite del daño y las dos buscan la emoción desde la frialdad.
Sus obras son formas de explorar fríamente en el dolor hasta cosificarlo, en busca de una incierta promesa de alivio. Memoria de chica (Cabaret Voltaire) es un ejemplo llevado al límite: aquí, el personaje es la madre de la autora, una mujer nacida en 1906 que se empeñó en doblegar su naturaleza exuberante y alegre hasta convertirse en una madre rigurosa. Ernaux sale al encuentro de esa mujer desde la experiencia de su alzheimer. El encabezamiento era una frase Hegel sobre el dolor como prueba de la existencia y la existencia como prueba del dolor.
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