La jamaicana Lara Johnson se pavoneó con todo su plumaje amarillo y verde. Mary Celaire, de Dominica, se vistió de ave del paraíso con destellos rojos. Sam Peckham, británico, sacó del fondo del armario su atuendo azul radiante, a juego con la Union Jack que llevaba colgada en las caderas...

A las tres de la tarde se impuso el silencio en memoria de las más de 80 víctimas del incendio. Los 38 "sound systems" ambulantes que sacudieron el barrio a ritmo de reggae y reguetón viraron al unísono al Sound of silence de Simon y Garfunkel. Hubo suelta de palomas blancas y llamadas a "la solaridad y la justicia", entre corazones de Green for Grenfell...

Y siguió la fiesta. Bajo un sol caribeño, y ante la mirada implacable de más de 6.000 policías que este año salieron con la consigna de "tolerancia cero", después de los 450 detenidos, 45 agentes heridos y 16 apuñalamientos en el carnaval del 2016. Este año hubo 656 arrestos "preventivos", criticados entre otros por el rapero local Stormzy, como prueba fechaciente de que el racismo sigue bien vivo en la capital británica.

El carnaval de Notting Hill surgió al fin y al cabo como respuesta espontánea de los ataques que los teddy boys contra la comunidad caribeña que empezó a teñir de color el barrio descaradamente blanco hasta entonces. Durante sus 51 años de historia, las tensiones raciales estallaron frecuentemente en disturbios callejeros como aquellos del 2008.

El lema de Ron y Amor (perfumado día y noche por la marihuana) puede dejar paso en cualquier momento al aquelarre urbano que tanto temen los vecinos bien del barrio, que suelen volar a tiempo y proteger sus "nidos" con verjas y maderos, ante la temida llegada de los tangas y los plumajes que convierten aquello en una versión norteña del carnaval de Río.

"Llevo 20 años sin faltar a la cita y esta vez no podía ser menos", se justificaba Lara Johnson, la cimbreante jamaicana que empezó a revolotear a las nueve de la mañana. "Hay mucha tristeza de fondo: lo que necesita esta ciudad es agitarse y sacudirse todos los fantasmas".

Mary Celaire, de Dominica, confiesa que se lo pensó dos veces: "Todos los que vivimos en el barrio conocemos a alguien que ha perdido un familiar o un amigo en la torre Grenfell. Llevamos más de dos meses de luto, pero el carnaval es la máxima expresión de nuestra comunidad, y eso nos hace fuertes".

Sam Peckham estuvo el sábado en el desfile gay de Manchester, y de allí se vino sin dormir y sin quitarse su penacho azul y sus motivos patrióticos: "El carnaval de Notting Hill es algo esencialmente nuestro, un espacio de libertad que nadie nos va a quitar, por mucho que se empeñen".

"Es sucio, es violento, solo sirve para crear problemas... La misma mala fama que lanzan sobre las comunidades negras es la que utilizan para empañar nuestro carnaval", confiesa el veterano Maurice Mcleod. Stormzy. El rey del grimelondinense, ha ido más allá y ha condenado los intentos de la policía de vincular el carnaval con el tráfico de drogas: "¿Cuánta droga incautó la policía en Glastonbury? ¿Por qué ese empeño en estigmatizar los festivales negros?".

Dave Musker, comandante de Scotland Yard, ha entrado a trapo en la polémica: "No podemos tolerar el tráfico con drogas duras ni la violencia en plena en calle". Por orden de Musker, y para prevenir de paso atentados terroristas, el perímetro urbano del carnaval ha sido rodeado con bloques de cemento y vallas de acero. El desfile se hizo más corto para evitar la zona de seguridad en torno a la torre Grenfell, que sigue en pie como un ataúd abierto.

La policía temía también que la polémica que siguió al incendio sirviera para avivar la llama de los disturbios sociales en el barrio con mayor desigualdad económica de Londres. El alcalde, Sadiq Khan, intentó aplacar de antemano la ira de los vecinos y apadrinó la suelta de palomas que precedió a la fiesta: "Vamos a llegar hasta el fondo de lo ocurrido y a asegurarnos de que los responsables rinden cuentas ante la justicia. Y vamos a asegurarnos de que algo así nunca vuelva a suceder".

El carnaval se prolonga hasta el miércoles, con epicentro a lo largo y ancho de Ladbroke Grove y paradas obligada en la London Calypso Carnival Villager, Walmer Castle, Rum Kitchen, Emslie Honimans y la Latin Rave Street. Treinta millones de lentejuelas, 15.000 trajes con plumas y 25.000 botellas de ron dejarán en la calles de Notting Hill una huella indeleble... Será hasta el año que viene, en la cita inevitable con el carnaval de la discordia.