El chamán del barranco

Por Arelí Chavira y Jesús Chávez Marín

Todos los sábados en la tarde me iba al río Florido con mis amigos de siempre, me hubiera gustado que estuvieras ahí con nosotros. El que sí estaba era Raúl, quien recientemente se había mudado proveniente de Chiapas. Nuestras casas estaban seguiditas e íbamos a la misma escuela; nos reuníamos en la puerta de Carlos y Claudia, que eran hermanos, y luego caminábamos hacia allá en medio de risas y chistes.
Nos gustaba meter los pies y a veces chapotear en las aguas aún cristalinas del río, pero sobre todo contar historias. Sentados en círculo a la orilla dábamos rienda suelta a la imaginación. Aquella era la primera vez de Raúl en El Club, así que, como rito de iniciación, le pedimos que nos platicara algo sobre el lugar de donde venía.
—Sé que no me van a creer, pero esto me pasó a mí y a unos amigos —recuerdo que dijo con una voz experimentada y antigua —pero de todos modos se los voy a platicar, acomódense bien y pongan mucha atención.
Fingí levantarme por una jarilla para luego sentarme frente a él, quería ver sus ademanes y sus ojos negros.
—Alba, siéntate, si no Raúl no puede empezar —me reclamaron todos.
—Ya, ya, no exageren, solo me levanté un momento—contesté de inmediato, al mismo tiempo que sentí un ardor en las mejillas.
—Ya cállense — replicó Lalo enfadado —cuéntanos, Raúl.
—Ándeles pues: Yo tenía allá en Chiapas dos amigos, que, así como ustedes lo hacen, nos juntábamos y caminábamos hasta la casa de un hombre al que le decíamos El Chamán, que nos esperaba en su mecedora de madera fumando un cigarro; nos daba la bienvenida, sonreía al vernos llegar y pasaba los dedos sobre su barba blanca. Le llevábamos un poco de comida: fruta, pan; algunas veces pollo o carne. Nos agradecía y siempre preguntaba si estábamos listos para volar.
Octavio descubrió al Chamán un día que se fue solo al barranco que está por la casa de Chiapas. Decían que estaba medio loco y que era un santero o brujo. El asunto es que un día llegó Tavo con la nueva de que había aprendido a volar.
―Mentiroso, nadie puede volar ―gritamos todos―. Recuerda que no se vale decir mentiras ―le dije mirándolo a los ojos.
―No les estoy diciendo mentiras, esto nos pasó a mí y a mis amigos, pero si quieren ya no les sigo contando.
―No, no, síguele ―dijimos todos a coro.
―Está bien. Octavio nos explicó que había ido con El Chamán del barranco, que lo recibió muy amable, hablaron mucho y le preguntó que si quería volar. Así como ustedes, al principio no le creí; le dije que ese fulano no me daba confianza, pero me replicó que fuéramos los tres, le había contado sobre nosotros, no había nada que temer.
Gera y yo le preguntamos a Octavio que cómo estaba eso de volar y nos contestó que no era fácil de explicar, que lo teníamos que hacer.
Era lunes en la tarde y le pedí permiso a mi mamá para ir a la casa de Gera con el pretexto de estudiar, pero no me dejó, me dijo que hasta el viernes, y después de hacer la tarea. Entonces me puse de acuerdo con ellos y quedamos que era buen día.
La semana se hizo eterna; ¿cómo sería eso de volar?, lo imaginaba de muchas formas. También pensé que fuera una broma de Octavio y sabe con qué cosa nos saldría.
El viernes por fin llegó. Me apuré a comer y hacer la tarea para salir corriendo por Gera y Octavio. La mera verdad yo nunca iba al barranco; había muchos árboles y poquitas casas, entre ellas la del Chamán. Llegamos, nos invitó a pasar. Meciéndose, con el cigarro en la mano y una sonrisa, nos dijo que si estábamos listos.
Los tres dijimos inmediatamente que sí. Se levantó de su mecedora y nos llevó al fondo del barranco, pidió que nos agarráramos de las manos y que nos concentráramos. Nos explicó que para poder volar necesitábamos volvernos tan ligeros como un espíritu, que pusiéramos nuestra mente en blanco, y con los ojos cerrados pensáramos en las personas queridas, porque solo el amor eleva. Yo pensé en mi mamá.
Raúl hizo una pausa como para darle más suspenso a la historia. Yo no me perdía ni uno solo de sus gestos; descubrí que, en ciertas posiciones, en su boca aparecía un hoyuelo del lado derecho. Miré a mis amigos; todos estaban atentos y metidos en la plática.
—No sé cuánto tiempo pasó —continuó —pero me dio un escalofrío cuando sentí que Octavio se empezó a elevar; lo tenía agarrado de la mano bien fuerte, sentí que estaba temblando un poco y de pronto empezó a subir: No aguanté más, abrí los ojos y vi que sus pies estaban a medio metro del suelo. Grité del susto y Octavio cayó —dijo Raúl muy fuerte; todos nos estremecimos y también gritamos llenos de miedo. Nos quedamos viendo por un momento y soltamos la carcajada. Nuestro amigo siguió:
—El Chamán dijo que nos quedáramos en silencio y concentrados, de lo contrario nunca lo lograríamos, que era hora de irnos y solo nos daría una oportunidad más.
De regreso bombardeamos a Octavio con un motón de preguntas: ¿qué sentiste?, ¿cómo le hiciste?, ¿por qué no nos salió a nosotros? Nos dijo que todo consistía en concentrarse, y que si no le hacíamos caso al Chamán, ya no nos iba a recibir.
Teníamos que lograrlo a como diera lugar. Muchas veces lo intenté en mi cuarto y nada. Llegó el viernes de nuevo y la verdad yo iba muy desanimado. Nos recibió y como la otra vez bajamos al barranco y nos tomamos de las manos. Respiramos profundo, de nuevo pensé en mi mamá, pero más fuerte. Escuchaba la voz del Chamán diciendo que fuéramos más livianos que el aire. Lo que sentí fue al Octavio y a él que se elevaban y para mi sorpresa yo también flotaba; el último fue Gera. Nos soltamos y caímos. Volteamos a vernos sonrientes y salimos corriendo emocionados, por poco ni nos despedimos.
―A poco sí ―dijo Claudia totalmente incrédula.
―Ssshhhht ―hicimos todos.
—Se convirtió en costumbre de los viernes ir a volar. Nos prohibió hablar del asunto. El viento en la cara a la hora del vuelo era increíble. Gera cayó una vez en una piedra y casi se quiebra un pie y yo me di en la cabeza con un árbol. El Chamán se reía de nosotros. Octavio nunca se caía, siempre lo hizo mejor. Intentamos muchas veces volar en nuestras casas, pero no pudimos. Nos juntábamos en la del Gera, pero nunca nos salió.
Un día, pensando en eso, caímos en la cuenta de varias situaciones: La primera, nadie nos había visto volar; la segunda, al parecer nadie más visitaba al Chamán; tercera, no sabíamos su nombre; cuando preguntábamos cambiaba la conversación. Lo único que nos contó fue que había sido piloto aviador y que tuvo mujer y una hija, fallecidas en un accidente de avioneta; cuarta, siempre volábamos en el mismo pedazo, era del tamaño de un campo de futbol, incluso varias veces intentamos volar más allá, pero al pasar el límite, caíamos; quinta, las sesiones duraban siempre media hora. Pero nunca quisimos preguntar por qué, la pasábamos genial, creo que nunca he sido más feliz.
Para ese entonces los tres éramos expertos voladores. Hacíamos piruetas en el aire y durábamos mucho flotando. El más veloz siempre fue Octavio. Éramos únicos. Nadie en la escuela, ni en el mundo, podía volar.
Pero un día, como siempre, bajamos a la misma hora, y El Chamán no estaba, ni sus cosas. Lo buscamos como locos hasta que oscureció. No lo hallamos. Regresamos al día siguiente, y al otro, pero no volvió; desapareció del barranco. Intentamos volar solos y nunca pudimos. Octavio pensaba que se había ido, y que ahora todos los viernes, otros niños volaban con él.
―Entonces, ¿jamás has vuelto a volar? ―recuerdo haberle preguntado.
―Nunca ―me contestó, y creo que contarnos su historia lo había puesto triste, ya que el hoyuelo de su mejilla tampoco apareció.
Nos quedamos callados y emprendimos el camino de regreso, era tarde y empezarían a preocuparse por nosotros. Uno a uno fuimos entrando en nuestras casas. Raúl vivía en la esquina de mi calle. Fingí entrar, pero me quedé observándolo. Por un instante pareció que sus pies se despegaron del suelo, no podía dejar de mirar a pesar de que mi piel se puso chinita. Flotando frente a su casa volteó a verme, sonrió, puso su dedo índice en su boca y cruzó la puerta.

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