Llevo años escuchándolo y siempre me ha parecido un músico fuera de serie. Desde aquel concierto de presentación de su segundo trabajo En el aire en el que, entre unas cosas y otras, algunos terminamos en convergencia con el Sol bien despierto en su cenit, lo he visto en múltiples conciertos, lo he fotografiado en innumerables jam sessions y comprado sus discos. Lo he seguido por los garitos de Madrid y aplaudido en diversas producciones. He elogiado sus arreglos y he sido de los pocos benévolos cuando ha intentado poner ritmo a un imposible Bach to Cuba. Es un músico en toda la extensión de la palabra. Es, señoras y señores, Alain Pérez.

Hoy me preparo para hacer la crítica de su último trabajo y no puedo más que quitarme el sombrero visto el resultado. Después de varios días escuchando sus composiciones, he llegado a la conclusión de que estamos ante la fusión de la música cubana en la española; y no es una aseveración gratuita.

Hasta ahora siempre habíamos escuchado que la música cubana era el resultado de la evolución de la música española en la isla e, incluso, su fusión con los ritmos y percusiones africanas. Y así ha sido. Les voy a ahorrar la repetición de la lista de incontables músicos que hicieron de la música de Cuba lo que es hoy en día y de su triunfo por todos los rincones del mundo. Sería estúpido por mi parte porque de ello han tratado, más allá de las páginas del tiempo, expertos mucho más conocidos y conocedores que yo.

No obstante, lo que sí les voy a decir es que Alain ha dado con la tecla para revertir el proceso y aportar a la música de España todo el sabor y el ritmo de nuestra isla y lo ha hecho a través del flamenco; género que conoce a la perfección y de la mano de grandes maestros como Enrique Morente, Niño Josele, Diego el Cigala, Paco de Lucía o del bailaor Juan de Juan. Prueba de ello es el tema Apetecible que da nombre a su nuevo trabajo y en el que participan en graciosa armonía tanto el maestro de Lucía como el bailaor ofreciéndonos éste último un escalofriante taconeo; soniquete final que cierra ese número concebido a mitad de camino entre ambas orillas del Atlántico.

Y todo ello lo consigue con una esmerada utilización de instrumentos digna de los más cuidados arreglos de la música melódica. Se atreve tanto con las cuerdas como con los vientos y las percusiones colocando cada uno de ellos en el sitio y momento adecuados al más puro estilo de la música Big Band. Se nota que, desde sus comienzos, ha trabajado en grandes agrupaciones como Irakere o acompañando al inigualable Chucho Valdés.

Pero el genio de este hombre no termina en los arreglos musicales sino que también nos sorprende y deleita como letrista ofreciéndonos frases nuevas en los boleros de siempre y estribillos originalísimos en las rumbas y guarachas de toda la vida. Digno continuador de Gradelio, su padre, hombre capaz de haberle puesto letra de bolero a una composición de Johann Sebastián Bach, nos cuenta que la nostalgia es un bolero mal cantado o que el siglo XXI no es más que veinte más uno —veinte o ninguno—. Y, sorpréndanse, gracias a él, los vates se pagan el chocolate en las alturas de eso que llaman literatura.

Como resumen, Alain nos presenta un trabajo completo, compacto e imprescindible en todas las discografías que se precien. Un trabajo en el que no es posible deslindar ningún número del resto porque los necesitamos todos, como necesitamos los besos peligrosos —venenos voluptuosos, astutos carceleros— de aquellas personas que todavía no nos han querido.