Desde que unos días antes del estreno vi la publicidad del espectáculo, deduje que estaríamos ante un éxito anunciado. La cantante Lucrecia se presentaba el 19 de octubre con su Álbum de Cuba en el Teätro Häagen-Dazs Calderón proponiéndonos un viaje musical inolvidable por la música cubana de los años cuarenta y cincuenta. Todos los que sabemos lo que eso significa, nos preparamos para mucho Benny, mucha Celia, mucho Matamoros, Manteca, Arsenio, Sonora y… ¡Castellano, pero qué lindo baila usted!

Y así fue. Con la atmósfera provocada por las imágenes imperturbables de la añorada CMQ, los shows de la televisión y los espectáculos bajo las estrellas del Tropicana, Lucrecia nos fue introduciendo con lentitud y armonía en su particular álbum de canciones.

Unos pocos coqueteos con el público y su gracia almibarada, aderezada con mucho bolero y mucho filin, fue todo lo que necesitó para envolvernos en la magia del Sabor a ti, en los años en que la vida discurría con otro tempo y les prometo que alguna que otra lágrima se asomó a los ojos de quien les escribe.

El maestro Iván ‘Melón’ Lewis nos deleitó con sus arpegios llenando los espacios melódicos de una complicidad que acompañaba a nuestra artista en su elegante deambular por el escenario. Y entre los Nosotros, los Quizás y plagados de Lágrimas negras aparecieron en escena el contrabajo de Alain Pérez —director musical del espectáculo y excelente arreglista— y las tumbadoras de Pedro Pablo elevando la tensión del concierto y provocando en el público un expectante estado de ánimo mientras la pantalla nos brindaba unos magníficos retales televisivos de la Cuba de los felices años, perdidos, tal vez, para siempre.

Al menos, así lo rubricó nuestro querido Andy García que, no sólo participó como músico en la grabación del proyecto, sino que nos recitó unas estrofas de La rosa blanca tras verlo en algunas escenas de su magnífica actuación en la película La ciudad perdida. Me contaba mi amigo y productor del espectáculo, Oscar Gómez, que la participación de Andy fue algo excepcional como corresponde a una estrella tan cercana y entusiasta con todo lo relacionado con Cuba y con la música.

Mención aparte también merece el arreglo que nos trajo en el tiempo a la añorada Celia Cruz para que interpretase un dueto virtual con Lucrecia; cantante que, ya les digo de antemano, está predestinada a ocupar el trono que dejó vacante la Reina. Háganme caso, tanto Oscar como Omer Pardillo y Emilio Santamaría están en el empeño; y eso, señores, son palabras mayores.

En cuanto a los músicos, Román Filiú nos iluminó la noche con los emotivos desgarros de su saxofón tras los cuales fueron apareciendo el resto de metales de esa esperada Big Band que tanto Alain Pérez como Oscar Gómez han estado elaborando durante bastante tiempo. Recuerdo una conversación con ambos, hará cuestión de un par de años, en la que ya lo rumiaban en sus cabezas. Yo les agradezco que, por fin, saquen a luz a esta idea que, salvando los intentos de los ilustres Pedro Iturralde y Teté Montoliú en la década de los setenta, no ha sido expuesta al mercado español con mucha frecuencia. Ahora parece que llegó el momento ya que existen más que rumores para una próxima gira de la Big Band por España y América.

Y en la apoteosis a la que nos veíamos abocados, se desató la locura. Como hijos de la música que somos, El son sigue ahí y el público terminó levantándose de sus asientos para fundirse en un interminable baile al ritmo de la orquesta y reventar en aplausos a cada improvisación que iban alternando los distintos instrumentos.

Al final, con el patio de butacas en pie, Lucrecia nos brindó un particular bonus track, que la gente aprovechó para desmadejarse del todo, e hizo subir al escenario a mi amigo Oscar Gómez; productor que, tras el inmenso trabajo realizado seguía —como él mismo gusta decir— ‘vacilante en medio del ring, sangrando, pero con los guantes puestos’.