Episodios                                                           Martha Estela Torres Torres                                                           

Estoy enferma, el dolor me doblega e intento respirar mejor para dominarlo porque persiste en intensidad y tiempo, aun así me sobrepongo lentamente, contando los días en el calendario. Cada mañana al abrir los ojos lo primero que veo son los números rojos del despertador, y recuerdo cuando estoy con él puedo pensar en voz alta y sentir esa identificación que surge de pronto, una química flotante donde el aire es para los dos, y ambos apuramos el mismo anhelo.

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A pesar de mi enfermedad, trato de persistir en mi empeño, pero no concreto solidez en este oficio noble de escasa retribución y aunque a veces escucho la voz interna que me dicta no logro cristalizar mis ideas. Lo peor es cuando el letargo se apodera de mí y apenas sobrevivo. Me atrapa la rueda cíclica de la rutina como si fuera un hámster caminando en el laberinto de los días, pero entonces recuerdo la voz del poeta y recupero fuerzas: “Deja fluir el pensamiento con la afluencia natural que circula por tus latidos para liberar la palabra, el sentimiento, las ideas.”

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A veces no sé exponer lo que siento, solo escribo palabras desnudas, no imprimo en ellas la esencia que las pueda hacer conmovedoras, capaces de manifestar todo el afán que siento por expresarme y en mi débil concentración no logro plasmar.

 Si consiguiera la habilidad de narrar el sonido de las palabras, el aroma de las letras, el temblor de los acentos y la decisión de cada punto, avanzaría en mis proyectos. Tal vez esta forma indeterminada de escribir se deba a mi personalidad: soy fuerte, pero lenta para decidir y tardo mucho en concluir algo, aunque soy perseverante después de todo.

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Cuando lo conocí en aquel episodio de insurgencia, cuando lo vi con aquel porte, con sus ojos negros que me impregnaron de luz magnética y cautivante, cuando escuché su voz, la parte más vigorosa de su personalidad, discreta y libre, decidí que sería el hombre de mis libros. Si me fuera posible revelar todo lo que me ha dicho al oído, al leerlo, podría llenar multitud de páginas; no obstante puedo remarcar sus palabras convertidas en notas mágicas danzando en mi memoria. Su presencia tiene un murmullo de alas y de trinos que disuelve el silencio de mis manos.

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Todos los días lo evoco, es la energía que me fortalece para vivir. Escucho su voz impresa  y aunque el tiempo va borrando poco a poco los rasgos de su rostro siento que puedo evocarlo al margen del tiempo. Sin él soy luz marchita, tinta oscura delineando las partituras del olvido.   

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Hoy estoy invertida, me he puesto en esta posición para ver si mi sangre circula más rápido y me irriga mejor el cerebro, porque en estos días siento como si no pudiera pensar y si acaso logro activar el pensamiento únicamente produzco trivialidades, ecos de olvido y sombra que no vierten ningún embrujo sobre el papel cada vez más amarillo de recuerdos.

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Debo ser cautelosa para elegir temas y más observadora para captar la realidad y la esencia de las cosas. Conservar la ilusión por la escritura que me fortalece siempre. ¿Qué sería del mundo sin ilusiones? todo se vendría abajo como una estructura hueca sin pilares para sostener la realidad que a veces nos asfixia en contrariedades.

Los sueños y metas son para mirar alto, para afianzar nuestro espíritu y nuestra voluntad, porque sin voluntad no hay nada; nos desgajamos, nos movemos como plastilina, nos convertimos en seres gelatinosos.

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Sé que debo cultivarme y practicar más este oficio, conocer sus caminos y sus glorias, porque si uno desea permanecer en alguna ruta de creación debe primeramente ser humilde para mejorar, si cree saberlo todo sin aceptar recomendaciones entonces se estanca, se hunde en un pozo oscuro donde la vanidad nos retuerce las manos.

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Ayer salí del cautiverio, el paisaje a distancia adquiría un tinte marino con matices de luz, apenas podía caminar entre la vereda de la tristeza; esa nube que se cierne a la hora en que cierra su capullo el horizonte, mientras la nostalgia se adhiere a la piel como húmeda brisa. Sin embargo, después, el ciclo rítmico de la vida me entusiasma con su poder efervescente que incrementa mis aspiraciones, me da fuerza para perseverar en el intento, pero luego en ciclo, cual pronóstico invernal, sacude mis propósitos y me deja yerta bajo el vendaval de la vida que me obliga a oscilar en esta geografía blanca y pura que se extiende frente a mí.

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Pienso en su nombre a la hora del ocaso y lo busco de nuevo rompiendo las vértebras del olvido, dejo libre mi pensamiento hasta llegar al último lugar donde estuvimos, aquel paraje lunar. Nuestras manos estuvieron entrelazadas a la luz del eclipse, mi corazón embriagado con su belleza. Lo escuché con atención aquella noche. Sus palabras, alimento sagrado reconstruyeron cada parte de mi cuerpo, me transformó en metáfora de luz, arcilla resplandeciente en el tiempo. El vino frío vertido en el cristal.

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Ahora estoy aquí, mirando en el marco de mi realidad, su rostro de niebla, su perfil de humo en la luna, que ahora se delinea brillante y delgada, y sigue siendo mi secreta esperanza. ¡Debo descubrirlo en esta página en blanco que se convierte en ocre!

 “Sigo aguardándote en el trayecto de estas líneas que no termino de escribir…”

                                                                                          acantiladosdelanoche@hotmail.com