EZEQUIEL

«En buen terreno, junto a aguas generosas,
estaba plantada,
para echar pámpanos y dar fruto,
para hacerse una vid exuberante"
(Ezequiel. 17,8)

En la contemplación imaginaria del mar está la historia de Ezequiel. Está en la palidez que se difumina más allá del estero del agua, en la proximidad de los nocturnos que harán después las olas sobre la cadencia del viento. Casi azul, estallido de estrellas al pie de los recuerdos, veo esta imagen con tonos de tristeza. Un reflejo. Visiones de las pupilas de Ezequiel en el pórtico de su vieja casa de playa. Y a poca distancia la plaza cargada de daguerrotipos desvaídos. Ese mar es también portal de anhelos. Sentir cómo se fijan en la realidad las emociones de toda esa vida derramada en la porosidad de la arena; sentir la vida de Ezequiel. Nombre de mito debió tener su pasión, y de los ojos velados de nostalgia pudo quizá extraer el viejo solitario toda la juventud escondida en su armario de secretos. Es azul esta memoria hecha de los relatos del abuelo. Encierra el cuerpo de una meditación interminable que nace allí donde se confunden los mitos robados del pasado y las esperanzas de encontrar permanencia. Allá voy, Ezequiel, en busca de tu emotivo periplo por una vida rendida al mar y a la fidelidad perdurable.
Y ya en el silencio nocturno, siento más real la presencia del amigo que había plantado su existencia en la plaza. Del tiempo que esto había sido no alcanzaba memoria mi abuelo. Ni tampoco sabía de explicaciones. Deseos, tal vez, de aposentar ansiedades juveniles, para que aquel espíritu de aventura se fuera por un solo desagüe hacia el mar. En el pueblo no debía percibirse más que el silencio de la monotonía. Rumores que a fuerza de ser presentes escapan a la conciencia y quedan como latidos del aire. ¡Qué fácil es, Ezequiel, imaginar la plaza flecada de barbas con sus parásitas batiendo la canícula de cada tarde; y qué fácil también pensarte en el portal de tu casa en espera del vecino que te dice «hasta mañana"! Después, el aroma del café y el recogimiento de las sombras del hogar. Y tus pensamientos. El nombre de mito estará todavía contigo, suavizando el abandono de tu vejez con la intensidad de las mismas pasiones que llenaron tus ardores. Será la ofrenda que antaño sacudió la paz de tu estancia, porque la complejidad de la pasión que al decir de mi abuelo había absorbido tu vida, daba esmaltes tormentosos a las nubes del pueblo, arrojando la fronda de la tempestad por los rincones del viejo lar.
Pero también está en el mar la fluctuación del tiempo. Tu tiempo reptante, Ezequiel. No es esa línea pura, llena de candor que en el amanecer hace el sol sobre el horizonte, la que dibujó tu andar por ese pueblo de pasiones; no es la silueta inmóvil de la roca que guarda de la arremetida del mar las frágiles vidas soñadas por la arena. Es, acaso, esa contradicción perenne que hace el oleaje en huida y regreso el mejor paralelo con tu historia. Hay en esa gota de esfuerzo que trazó tu voluntad el ímpetu marino que rompe en fragmentos la unidad de las algas. «No fue una vida echada al pie del campanario, ni adoró al mar por la seguridad que le daba contar con su presencia inmutable«, decía a menudo el abuelo. Y entonces las pasiones de Ezequiel se empapaban de los colores del Trastevere y de las brumas de Holanda; y se llenaban también de ritos y sudores de la costa, del crepitar juguetón de las llamas en las fogatas lumbre de aparecidos. Recuerdos caballerescos robados en lecturas y aventuras de romances, frente a la aspereza primitiva de aquellas sonrisas y arrebatos de dolor esencial. Tal es mi figuración de ti, Ezequiel; a ella me aproximo.
En nombre de mujer hizo Ezequiel el pulso de su querencia en el pueblo. Se enriquecía con el diapasón de las aguas que traían día a día la expectación de una aventura. Colocaría él su tatuaje en la persecución del mito y sus gestos se borrarían en los afanes por descubrirse; pero ella guardaba su historia y se hacía mutismo de aguamarina. En los fulgores que desprendía con el rapto del sol fijaría Ezequiel el más firme de los anhelos. Un cristal de agua inasible, pertinaz en el misterio. Había alcanzado las riberas del pueblo para realizar los contrastes de la vida de
Ezequiel. Fina belleza y el atuendo de una dulce profundidad de ánimo alimentaron las inquietudes de los hombres del pueblo. Yo la imagino en el paseo vespertino de la playa, con la sencillez de una firma voluntad y la armonía lúcida de sus rasgos. Y cuando ella invocaba la pasión de la "apassionatta", o cuando dejaba escapar del viejo cajón del piano los arpegios de las frágiles notas de algún nocturno, sentiría Ezequiel el encuentro de sus emociones de allende y fingiría hacer el paseo cuajado de hojas sin color por los amplios bulevares de París. Así la descubrió y así quiso pertenecerle. De su estada de corto tránsito prolongó el quehacer en el pueblo. Se le fue metiendo en el ánimo un sentido más permanente de buscar y, de modo imperceptible, extendió sus relatos al pie de las fogatas, al tiempo que nublaba de melancolías sus recuerdos de otros lugares.
El tiempo habrá cambiado tu cuerpo, y el atiento de aquella fuerza alimentada de anhelos ya no será más que nervio de hojarasca; pero todavía guardará el pueblo las historias que forjaste en las gentes que te escuchaban con veneración. Y dirán que Ezequiel era en momentos una fuente o una raíz de lo que esa humanidad marina ansiaba en las tardes de recogimiento; mientras que otros sentirán que Ezequiel perdía su mirada en el mar, siguiendo en las ondas la exaltación del mito que detuvo su errar de años.
Si todo fuera así, mi meditación hallaría pronto final. Ezequiel recogería cada tarde sus pasos y aguardaría el saludo del vecino que le dirá: "hasta mañana». Después volvería sus ojos para descubrir en el fondo del tiempo la imagen inmarcesible del mito con alma de mujer. Pero Ezequiel tiene una historia que es como el mar: la huida simboliza la permanencia de sus latidos. Como remolinos de arena pintados de oro, volverán a las más distantes luminosidades las fraguas de la pasión de Ezequiel; pero algo regresará. La fuerza y la pureza de su fidelidad traerán nueva fuerza en la entraña del agua, y del choque de estos contrastes una fina espuma quedará en la playa.
Y así, un día cualquiera, Ezequiel se hizo realidad de mis actos. Así hube yo también de buscarte en los resquicios de la historia de Ezequiel. ¿Cómo sería el encuentro? Había en la palidez de mis evocaciones la figura del viejo amigo; estaba también el espectro de la plaza, la playa silenciosa. El mar asistía la indecisión pero alimentaba el flujo de lo más esencial; hallar tu ruta por el camino del viejo atado a la historia del pueblo. A Ezequiel le hablaría de tu presencia, y él dejaría sobre la calzada de siempre tas huellas fugaces que antaño había aguardado cada tarde. Y tu historia sería la misma de aquel mito que estampó en las vibraciones del pueblo una esperanza dibujada en siluetas de claroscuro marino. Era una identidad, tu identidad y la de un viejo marino envuelto en rumor de ansiedad, la que movía mis pasos.
Con el tiempo, Ezequiel, debes haber recogido el piélago pasional de tu juventud. Se habrán cubierto aquellos ímpetus con la serenidad de la meditación y estarás sentado en el portal de la casa en espera del saludo cotidiano del vecino. Será en ti, Ezequiel, todo recuerdo el hálito de las manos míticas que sonaron los arpegios de la sonata, mientras que tú vendrás silenciosa en busca del encuentro, de mi encuentro con Ezequiel, siendo también sonata y rumor. Presencia inalterable Junto a una travesura de la imaginación. Resulta fácil desgranar meditaciones sobre Ezequiel. Camina por la arena de la playa en regreso del tiempo. Me aproximo a él y no veo ningún rasgo de vejez en sus facciones; antes bien, presenta un atuendo fantástico, fructífero en derroches. Observo entonces una sonrisa de plenitud, conquista de conquistador, trofeo de poeta. Lleva en las manos un atardecer; lleva el saludo y lleva la saciedad inalcanzable. Hay en ti la robustez de lo simple y la sofisticación de una vida vuelta hacia la densidad del mar. Están en tu albergue, viejo Ezequiel, todas las ceremonias del hombre, como en un aposento intemporal donde se han conjugado la lujuria y la inocencia, la risa de sencilla alegría y la estridente locura. Y tú serás buen anfitrión de ese pandemónium de humanidad. Darás, Ezequiel, la mano a la amada que eludió tu ansiedad y reunirás en esa sala de inmensidad que es el mar, el silencio expuesto en letargos y retiros, junto al derroche de la palabra y el gesto. Me aguardarás siempre al pie del campanario, como lo hizo Ezequiel con su amada sin que ella percibiese el arrebato de aquel pulso amoroso, y estarás dejando en las ondas que hace el viento sobre el tapiz de polvo fragmentado, ecos y fragancias.
Mi llegada al pueblo de Ezequiel me enfrentó a la inmovilidad del tiempo. En su atuendo de fantasía, el amigo de mi abuelo presidia la celebración del rito primigenio del hombre. Mirar el mar, o la montaña, o adivinar vidas en la soledad de la noche. Propósito de Ezequiel y búsqueda mía propia. La huida de ese viejo al pueblo marino tenía entonces sentido. Un nombre de mujer estampó necesidad y creó después la vitalidad de permanecer en sí mismo.
Son ahora los planos de un teatro fijo en la eternidad los que llaman mi atención. Estoy en el pueblo y ante mi fulgen tas mismas imágenes que cautivaron a Ezequiel. Como él, aposenté inquietudes que tan sólo corren tras una huidiza realidad; como él, he fundido el calor de los crepúsculos en el remanso de la plaza. Y mi espera viene de una historia que despierta una pura emoción. He visto la plaza donde las parásitas barren aún la canícula de la tarde —son lágrimas de medusa extendidas hacia el suelo arenoso— y he presentido los pasos que me devuelve el recuerdo. Es como si retumbara en cada rincón arbóreo el eco de las voces de Ezequiel. Y puedo escuchar junto al lejano llamado del mar la vibración de la voz del viejo: habla de evocaciones ante el auditorio silencioso.
Ya muy pronto oscurecerá. Tú vendrás al encuentro con esta meditación sobre un tiempo ya corrido en la vida de un hombre y de un mito, y también traerás la emoción que hizo que Ezequiel plantara su existencia en el pueblo. Será un retorno como el del mar; y volverá Ezequiel a juntar en torno a las fogatas los relatos que en su tiempo levantaron admiración y respeto. Por eso hay sosiego en mi espera. Tal como Ezequiel halló identidad y plenitud junto a las aguas generosas del mar, yo he de encontrar la seguridad huidiza pero por eso ansiada, de que mi decisión es verdadera y tiene un profundo sentido. Será identidad como la de Ezequiel.
De los trazos que dejé sobre la orilla de la playa, en ronda indecisa sobre algas podridas, alguna señal quedará. Guardaré entonces para ti, para cuando acudas a la cita, el relato mágico que me hizo el viejo pescador, aquel que había visto en el daguerrotipo que tenía mi abuelo en el nudo de sus recuerdos.

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Comentario por MARGARIDA MARIA MADRUGA el abril 1, 2019 a las 8:12am

Un cuento diferente, muy bonito. Edificante.

Comentario por juan ignacio arias anaya el marzo 3, 2019 a las 5:07pm

Gracias por compartirlo 

Saludos 

Ignacio 

Comentario por Alejo Urdaneta el marzo 3, 2019 a las 6:06am

El cuento que presento pertenece al libro "Ezequiel y otras visiones", editado en 1978 por la Asociación de Escritores de Venezuela.Contiene nueve cuentos, entre los cuales está el que da título a la obra.

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