Red de Literatura y Cine
Una vez transcurrido el período de duelo por el fallecimiento de mi madre, vuelvo a retomar la actividad en el blog. Constituye mi consuelo y asimismo una vía de escape.
Durante la sesión del taller de escritura creativa correspondiente al 7 de mayo, trabajamos la técnica de la descripción, aplicada concretamente a la creación de personajes. En mi caso, recurrí a un sueño que tuve hace casi dos décadas para dar las pinceladas de Nicolaso, un niño maléfico. He aquí el texto que produje tras los minutos que nos dio Cristina Serrano, la monitora:
Digo niño porque eso parecía mirándole detenidamente: ojos de color cucaracha, flequillo y guedejas rubios, tez morena, evidenciando miles de horas transcurridas al sereno. Nicolaso, así le decían en las callejas olvidadas de la judería de Praga. Nadie osaba enfrentarse a la mirada de sus ojos: tras el color cucaracha palpitaban las sombras del infierno. La maldad imbricada en un rostro hermoso, cuyos cabellos lucían el oro de la corona de Febo. Siempre lo veían inmóvil en las rinconadas, como la culebra a punto de lanzarse sobre su presa. ¡Nicolaso! Ese nombre materializaba en los labios el terror de las tinieblas. Contaban que había arrojado a su hermana recién nacida al pozo que hay a la entrada del cementerio judío de Praga. Los ángeles huían de ete niño maldito, que tras sus ojos escondía vicios, blasfemias y terribles maquinaciones. Cabellos rubios con piel tan bronceada como la de un guerrero nubio; de semejante combinación podía aguardarse todo lo malo.
El taller finalizaba el día 21 de mayo, tristemente la fecha del fallecimiento de mi madre. Cristina nos mandó para casa, como ejercicio final, un texto inspirado en el poema “Desayuno”, de Jacques Prévert, que ya mencionamos en su día y que vuelvo a reproducir en estas líneas para refrescar la memoria:
DESAYUNO
Él puso el café
En la taza
Puso la leche
En la taza de café
Puso azúcar
En el café con leche
Con la cucharilla
Lo revolvió
Bebió el café con leche
Y reposó la taza
Sin hablarme
Encendió
Un cigarrillo
Hizo círculos
Con el humo
Posó las cenizas
En el cenicero
Sin hablarme
Sin mirarme
Se puso de pie
Se puso
La gabardina
Porque llovía
Y partió
Bajo la lluvia
Sin una palabra
Sin mirarme
Y yo, yo tomé
Mi cabeza con las manos
Y lloré.
Los textos debían figurar sin nombre, pues iban a participar en un certamen para elegir por votación el mejor. Cristina Serrano se encargaría de leerlos. Por el motivo ya sabido, yo no podría ir personalmente al certamen, así que la misma madrugada que mi madre expiró, le cursé un correo electrónico a Cristina, adjuntándole mi relato. He aquí el texto en cuestión:
Es verdad que yo te superaba en casi dos décadas, que la flor de mi juventud ya se había agostado tras los recuerdos cercanos, que acaso yo te hubiera exigido más por el irracional temor de perderte, por celarte para conservar los momentos que jamás volverían a repetirse en mi vida. Te veo ahora en el jardín de invernadero de tu casa, tan apropiado a tus vuelos de poeta. Cae la lluvia y el sol de junio aparece enfundado en celajes de otoño. Tan profunda es la herida de tu desilusión, que no te ves capaz de mirarme. Te entretienes atendiendo al ritual de un desayuno anodino: las volutas de café, el azúcar cucharilleando en la taza, las nubes de leche disolviéndose en la oscuridad del brebaje, mientras alumbra un color de tierra de geranios. Sientes una piedra en el corazón, no puedes hablarme ni tan siquiera levantar la mirada. Apuras la taza, acaso en la espera de que el café retire las telarañas que entorpecen tus ojos. Tu garganta se mueve forzadamente, tal vez tragando las lágrimas que te resistes a verter.
Ya casi te vas. Enciendes un cigarrillo, y lanzas aros azules al cielo lluvioso de más allá de los vidrios de la claraboya. Dos círculos consecutivos, como así fueron tu boca y la mía en esos instantes ya apartados. El corazón es una piedra, y el fuego de la desdicha no puede ya calcinarla, acaso para constituirse en yeso sobre la pared donde ambos dibujamos nuestros nombres en espirales de un amor deseosamente prolongado. Todos los años de nuestros momentos en común, las penumbras jadeando de rabiosa pasión, los bosques de la sonrisa ecuatorial, el tiempo confundido con el amor que yo debí cuidar y mantener. Viento de granizo arremetiendo contra la llama que no creía que fuera a extinguirse. Perdóname, si aún puedes hacerlo. ¿Cómo puedo saber que me escuchas si tu rostro está tallado en la misma piedra que encierra tu corazón? Sólo escucho a tu alrededor el sordo baqueteo de la lluvia en los vidrios de la claraboya.
Ya te pones en pie. Abandonas la mesa de tu desayuno y esparces las cenizas de tu cigarrillo girando con diferida lentitud la colilla en el cenicero. ¿Aún no te vas? Te pones la gabardina. Es el mes de junio que se ha puesto máscara de noviembre nostálgico. ¿No te vas todavía? Perdona tanto mal como te hice, atrévete a mirarme. La lluvia te está llamando y te abre brazos de madre para aplacar esa tristeza que no consigues entender. Aún no me has aniquilado. ¡Sigues aquí!
Pero no, ya me has dado la espalda y te encaminas hacia la puerta del recinto acristalado. Mis ojos comienzan a empañarse, y es tal vez por eso que veo los tallos de las plantas inclinándose a tu paso. ¡No te vayas, date la vuelta! Nunca más volverás a sufrir por mi causa. Has abierto la puerta, quizá has vuelto a pensarlo y te has marchado. Las primeras gotas de lluvia posándose en tu gabardina.
Queda la escena paralizada de tu principio: los restos del desayuno, el cenicero liberando un desmayo de humo. El sonido de la lluvia que no me regaló tus palabras. Aprieto la tecla, y se oscurece la pantalla del ordenador.
Y aquí, en la soledad de mi escritorio, donde reina un verano invernal, atrapo mi cabeza entre las manos… y lloro.
Nuestras culpas se han intercambiado. Ahora soy inocente y tú culpable.
En los correos que Cristina habitualmente nos enviaba, resumiéndonos las sesiones, me enteré de que mi relato fue el favorito. Reproduzco el párrafo en cuestión:
Los relatos que surgieron del poema "Desayuno" fueron muy buenos. Los comentamos y un poco "los destripamos" sacando lo que más nos gustaba y lo que menos de cada uno. El relato favorito fue el de Julián, al que le mando un abrazo ya que no pudo asistir.
Quiero dejar manifiesta mi gratitud hacia Cristina y todos mis compañeros del taller. Lamento no haber podido asistir para haber escuchado sus relatos. Desde estas humildes líneas, les expreso todo mi reconocimiento.
Julián Esteban Maestre Zapata (el jardinero de las nubes).
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