Las dos y cuarenta y siete.
Un lobo merodea.

Con ardor en los ojos prendo la veladora y aparto de un manotazo la ropa de cama. Perezosamente enfadado calzo sobre mis huesos doloridos el equipo deportivo, y un doble juego de calcetines de lana en los témpanos sobre los que me sostengo. Chancleteando las zapatillas deportivas me dirijo a la cocina con la opacidad impía del desvelado. Caliento café.
Un viento de nunca acabar silba frenético.
Entre sorbos mi psiquis se apresta a enfrentar la renovada refriega entre el raciocinio y la cordura.
Cuando cuaja la alta madrugada y alguien renueva en algún copón las hostias de los justos, una obsesiva pulsión de deslustrada vaguedad, acidulada y espesa como el “nosebien” del cuento, hace presa de mis sentidos.
Ligero de planes y expósito de estrategias me doy a la noche cósmica con la insistencia y el olfato del perdiguero.
Agrego más ropa de lana y me ajusto el calzado.
Observo dubitativo ambos lados de la calle en tanto cierro la puerta con dos vueltas de llave.
El constante parpadeo amarillo de los semáforos me advierte de algo intangible que no alcanzo a identificar.
Es julio en el hemisferio Sur.
La costa brama azotes de agua sobre la rambla de granito; el viento polar destruirá la pestilencia con la simplicidad de una garra en acción.
Aparto imágenes de miserias que alguna vez fueron. Convengo con la crasitud de los baldosines ruinosos la peripecia prodigiosa y grávida de los fenómenos invisibles.
“De modo que aquí estaba, sin mapas ni implementos/ a cien kilómetros de cualquier ciudad decente/El desierto brillaba en sus ojos inyectados/ el silencio rugía incómodo: miró hacia abajo, /vio la sombra de un Hombre Común, /a punto de alcanzar lo excepcional, y echó a correr/”(W.H.Auden).
Tengo para mí que la calle de la noche no es hostil como frecuentemente la pintan los desdichados: Su actitud huraña probablemente lo sea. De todos modos poco importa si consigo inventarla.
Las tres y doce.
Se han sumado otros a la cacería.

El bochinchero camión eleva lentamente un contenedor de basura.
Tras su calculada trayectoria un mecanismo lo inclina de modo que vuelque el fétido contenido en el depósito previsto.
Se prenden algunas luces en las ventanas de la vecindad.
Acaso para el infeliz constituya su diario espectáculo. Otros prenderán un cigarrillo y aguardarán el cese de los ladridos. Una púber, tal vez inclinada sobre los apuntes de Cosmografía esperará el milagro de la sangre roja corriéndole por las piernas; la consume el deseo irresistible. Mira hacia aquellos trabajadores con impudicia fregándose con denuedo las dos pequeñas puntas que despuntan en su pecho: Se entregaría a cualquiera de ellos mil veces.
Me acerco al vehículo y busco entablar conversación. Recostados con indiferencia en un árbol del ornato los hombres aguardan el momento del barrido de la basura residual intercambiando zonceras y vino en caja.
Uno de ellos me sostiene la mirada.
- Qué hacé a estas hora loco… ¿no dormís?
- No, no duermo. Me gusta salir de noche a recorrer el barrio.
- ¿Tu mujer no te bronquea?
- No tengo…
- Decí la verdá nene: ¿Qué buscás a estas hora de la noche?
- Bueno… ¿qué busco? Literalmente no busco nada…aunque pensándolo bien, tal vez me induzca la urbanidad apacible, el tono escrupuloso del coloquio inteligente y acaso… la gratitud sin ambages.
- Yevate de un consejo, nene: Agarrá pa’ las ocho hora y ya vas a ver lo q’es “cansarse” y “apoliyar”como un elefante. Si estás “piantao”… empastiyate. No entendimo nada de lo que “chamuyaste”.
- Es una cuestión de contrastes, replico. Hay fenómenos que dominan lo cotidiano y oculta la luz del sol. En la noche se posesionan de las almas avivando la impetuosa ambición que los primeros rayos del alba transmuta en pasión… Eso.
- Si, si…entendimo …<>, seguramente calculó el indiviuo.
Uno de ellos se toma la bragueta encogiendo los dedos sobre el bulto de la entrepierna. Me hace una señal capciosa con la cabeza.
¿Me está invitando a un fellatio el imbécil? Escupo con intención, me froto los brazos y miro para otro lado.
Opto por retirarme saludando con los dos brazos como los boxeadores.
Me siento plácido. Una cuestión de contrastes... Está bueno.
El motor del vehículo municipal cambia de frecuencia. Lleva puesto el cambio neutro.
Creo escuchar:
- Ufff…Bueno muchacho…a ver si terminamo rápido con esta mierda.
Los miro desde la vereda de enfrente cruzado de brazos.
- ¡Chau loco¡…hasta mañana. “Prendete” a un quilombo de vez en cuando ¿eh? Eso e bueno pa’ la salú e la “croqueta”.
Los despido con un ademán franco.
El camión reanuda su marcha de cacharro viejo dejando a su paso una estela de agua sucia. El que me hizo la proposición inmoral asoma la cabeza por la ventanilla y junta la punta del pulgar con la del índice. Le ofrezco el anular enhiesto. Habrase visto…
Cosas de la semiótica orillera. El lenguaje que no se habla pero expresa lo conveniente sin lugar a equívocos.
Por vana desidia de los obreros queda un resto de basura diseminado en el entorno del contenedor. Unos gatos flacuchentos se asoman al área que no pueden defender; dos perros entran en acción y los dispersan. Husmean aquí y allá. Algo me impulsa a cruzar la calzada y acercarme. Uno de los canes me muestra los colmillos, estiro sin miedo el brazo; se acerca sumiso. El aliento del animal me impulsa atenazar mis manos en torno a su garganta como piadoso epílogo – conjeturo vilmente - de su inútil peripecia. Opto por acariciarle el morro, húmedo y blando como una frutilla.
El animal pierde interés en la película borrosa que consignan sus ojos lacrimosos. Sin pleito regresa a la mugre. Registro el Hamlet alcohólico de Richard Burton:” Morir, dormir, tal vez soñar”.
Por unos instantes mi zona pervertida se vio sacudida brutalmente.
Vuelvo sobre mis pasos acelerando el movimiento elástico de todo el cuerpo.
En cada esquina flexiono el torso y toco cien veces, sin doblar las rodillas, la punta de los pies. Crujo por todos lados. Me aqueja un mareo en el último intento: Es pasajero, estoy en forma.

Por el rabillo del ojo una figura en movimiento me obliga a girar el torso. A cierta distancia, sobre mi izquierda, alguien “trilla” sobre la media calzada.
Un sugerente meneo de caderas de yegua, encumbradas por altísimos tacones con plataforma… “hace la vida”. Resulta poco creíble que esas piernas de Tina Turner pertenezcan a un hombre. No abrigo dudas: Esta zona es dominio exclusivo de los “travestis”.
“Ellas”.
Una sombra, entre las sombras me “relojea”; no lo veo pero sé que está ahí y no me pierde pisada.
Hay un capital muy valioso a cuidar y los peligros acechan constantemente a “sus chicas”.
El reprimido sexual, su principal cliente es un globo inflado de aire malsano que la Divina Providencia echa al espacio con la válvula abierta. La reacción lo impulsa de un lado a otro hasta que exhausto y vacío acaba tirado en el piso cual triste mancha de color. Biotipo imprevisible: Inicialmente cree amar al travesti; en cumplimiento de sus sombrías fantasías se deja hacer… y cuando la desazón da paso al odio (a sí mismo) procura, la más de las veces, borrar el rastro de toda huella que lo enfrente a la humillación.
“Ellas” saben eso y frecuentemente pagan un alto precio. No son noticia para la prensa, claro.
Me paro como un zonzo a curiosear el mercadeo. Quisiera volverme invisible y peinar esa realidad sombría. ¿Voyeuerismo de “tercera”? Posiblemente.No me avergüenza, así quiero desnudarme ante la noche, descubrir mis recovecos sórdidos. De últimas, la noche es indistinta a la deshonra de su fauna. La luz del día la caricaturiza. Un baldón…se dice
Alguien emerge de la obscuridad y se acerca hamacando el cuerpo. Siento el miedo picado deslizándose por el espinazo. Pasa a mi lado mirándome por debajo de la gorra con las manos metidas en la campera.
Es un aviso.
Acuso recibo de un código que no debo olvidar: Parate a mirar la luna si querés: Aquí no. Aquí se transa…chauchón… y te podés lastimar.

Una sirena se acerca a todo trapo. Dos muchachos con la cara cubierta por una capucha rodean despavoridos la esquina a poca distancia de donde estoy. Uno de ellos en la carrera desenfrenada me empuja innecesariamente; doy contra un paredón bajo. Levemente atolondrado siento un fuerte dolor en las costillas. Me incorporo con un quejido: No me he roto nada, creo.
Las gomas del patrullero escupen fuego.
Uno de los policías me mira con unas ganas bárbaras. Felizmente para mí el que conduce piensa de otro modo y mete el pedal a fondo. A un par de cuadras cesa la estridencia: Cacheo y golpes a discreción. El horror que impregna algunas vidas tiene que tener un significado. “Si Jesús no ayuda, que ayude Satán” dice el autor de un tango que no recuerdo. No le faltaría razón.

Un gato corre a otro que se escabulle ágilmente entre las paredes semiderruidas de una casa pronto a ser demolida. El olor del sexo delatará a la hembra, no tiene escape. El sexo carnal invariablemente delata. Las “normas de vida correctas” le proporcionan al individuo herramientas más o menos aptas para defenderse de la inclemencia. El sexo mórbido le propina dentelladas al instinto. Una ecuación compleja que resuelve el destino.
Los “trava” la saben “lunga”. Las prostitutas podrían escribir “el libro eterno “ a propósito de estas cosas.

La calle, perfumada de resina y limón finaliza en una avenida amplia y con escaso tráfico a estas horas. Varios taxis se hallan detenidos en larga fila recostados al acordonado de la “parada”.
Hay poco trabajo en la ciudad que duerme.
Los “tacheros” conversan en corrillo. Uno de ellos gesticula y mantiene la atención del resto con su cháchara. Simulando tener un inconveniente en el calzado me detengo y escucho:
“…la mina lloraba y yo no sabía qué hacer. Paré y le empecé a hablar despacito…Terminamos atrás del Estadio. Un polvo de película”. Todos reían a más no poder. Otro siguió: “Es así nomás…algunas “minas” son un caso de escopeta. Cambiando de tema: Por ahí andan la “Chichí” y la “Pocha”…están buenísimos esos “trava “del diablo…”
Otro interviene:
“Che…tenés mujer e hijos”. El aludido se hace el desentendido. La “Pelusa” (que también está buenísima) te hace un trabajo flor. Remata: ¿Sabían que la “Chichí” tiene un” aparato” imponente? y…”
Se detiene y mira el piso. Se delató solito. Todos lo miran sorprendidos.
“Y ¿qué? boludo”-interroga con sarcasmo uno de los escuchas… “No nada…decía nomás”. “Javier, dame un mate y vamos a cambiar de tema ¿eh?

Bordeo la prolongada ochava y me introduzco en el “Boulevard de los Sueños Rotos”
Cochazos de última generación aparcan sigilosamente con el motor encendido.
Un “trava” está pujando con un cliente a pocos metros. Un brazo lánguido sostiene la cartera y el cigarrillo. Con el otro se apoya sobre la ventanilla opuesta al conductor: Una pierna echada hacia atrás y la otra rozando con la rodilla la carrocería de la puerta. Es la posición y la distancia prudente contra el “puntazo” artero. Me enteré de esto hace poco tiempo.
Por mi profesión sé cabalmente que los abismos morales superan inevitablemente al objeto ejecutor. No tenemos medida de la felicidad ni de la desesperación. Llevar a cuestas un sentimiento negativo es echar arena en los engranajes de la razón, pero aún así…
Me aboco a trotar circunspecto, estoy cansado. Tengo que atravesar un grupito de “chicas” que esperan y montan guardia por si la “cana”. Una se me acerca socarrona trareando al pasar (con esa voz ronca de los medio y medio): “…Así son los hombres/son una basura/se cagan de todo/lo traen de cuna/”.
Otra: “No corras tanto papito… te vas a herniar el culo...
Me río de la ocurrencia y de la situación ridícula.
Empecé la noche con basura y la cierro con una simpática simplificación. No me puedo quejar.
Fijo la luna candombera en mis retinas. Las estrellas, la bruma difusa serpenteando entre los luminosos de la farmacia “abierta las 24 horas” son el útero de “mi vieja”.
Mañana buscaré otro.

LUIS ALBERTO GONTADE ORSINI
Derechos reservados
Mayo de 2012

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