Red de Literatura y Cine
- Esto es lo todo lo tuyo, firmá aquí “ricurita”…Así está bien: Hasta pronto… “bomboncito”.
Con un zumbido ronco se destrabó la vieja cerradura. Tiro del pomo, agacho la cabeza y atravieso la pequeña puerta de metal verde practicada en un ala del portón principal del Establecimiento. Se cerró con un “tranc” rotundo. Está fresco pero sin viento; me subo la cremallera del gabán. Los pantalones me bailan en la cintura. No me animo a mirar el estado de las zapatillas a la luz del día claro por miedo a ver un dedo salido para afuera. Me ajusto el gorro de lana tras lo cual repaso con la palma de las manos los largos rulos ensortijados que sobresalen de los bordes y se deslizan en desprolijos mechones hacia la nuca.
La mano invisible que todo lo maneja me deposita una vez más en el mundo indiferente que amasa con constancia de estúpido mi miserable arcilla.
Atravieso la vereda adoquinada en dirección al doble arco de adobe y piedra abierto sobre el enrejado perimetral del Penal.
Lo traspongo sin emoción ni esperanza.
Prendo un cigarrillo; le doy una primera calada fuerte y echo una bocanada lánguida por la boca, cosa que se la llevara despacito la brisa no sin antes sentir el suave roce del humo sobre los labios y la nariz.
Miro en torno y confirmo lo que pensaba el día que me comunicaron el indulto: Ningún “pecho amigo” me esperaba… Mucho menos Julia: La “cana larga” equivale a un “adiosito vida mía”.
Tal vez me hubiera recibido la vieja pero murió. Súbitamente le dio un síncope un domingo del año pasado cuando pegaba la vuelta en el ómnibus abarrotado de familiares. Un calor de horno, la angustia incontenible que (seguramente) la invadía domingo a domingo al constatar el estado deplorable de su hijo; en fin… Demasiado sufrimiento para su corazón corajudo, por largo tiempo supliciado. La virgencita del cuadro con la vela seguramente le tiró un cabo. Murió como tal vez lo hubiese querido: en medio de la gente dejada de la mano de Dios, como ella y como yo y como tantos. Lamentablemente no estaban a su lado los tres perros que amaba: “Afecto”,”Consideración” y “Cariño”, verdaderos tigres escandalosos que únicamente ella sabía manejar.
Me había traído la ropa limpia, los consabidos bizcochitos de anís y demás vituallas que como casi siempre, me requisaban los milicos para provecho propio, por mera maldad. Como los palos que recibíamos a cada rato sin ton ni son.
Los milicos… coimeros, hijos de puta al servicio de los narcos y los traficantes de armas. Tengo para mí que el milico “custodio” de la “seguridad carcelaria” tiene un final peor que el que generalmente nos aguarda a nosotros. Mucho peor. Lo meten ahí por inútil o por contar con un prontuario abyecto y rastrero como “guardián de la ley”. Cuando disponen su traslado a la cárcel es porque no saben qué hacer con él. Rematan su vida de pesadilla a precio vil.
”Tenés que alimentarte mejor” – me decía la pobrecita.
El cielo pardo me hace una guiñada de sol.
Tengo que hacer un par de llamadas, beber algo y comer bien; comida-comida y no esa porquería para “tumberos”.
Iba a cruzar la acera cuando una camioneta descangallada pasó a mi lado largando un humo espeso y una puteada no menos densa. Me la merecía: Los reflejos que conservás de la vida abierta los perdés en el encierro.
El que la “palpita” de afuera podría pensar lo contrario pero es así. Ahí adentro es inútil mirar para el costado o eludir una trompada y contestar con un puntapié en el vientre. Es otra cosa lo que se precisa en ese ámbito para enfrentar las sensaciones no percibidas por la conciencia. En reclusión la nervadura fina encallece a fuerza de golpes o el cuchillazo aleve.
Ganas de matarte no te faltan, pero esas cosas, propias de un tarambana, a la larga quedan boqueando como un pez en la orilla. La “cana” te entumece moralmente y el delirio te convence que con esa medida no cambiarás nada. Ni siquiera en lo que te concierne en términos de punto final. En el desvarío dudás que en algún momento, incluso muerto, dejés de padecer. No hay escapatoria y el día se convierte en un interminable lamento callado.
Pero eso dura un tiempo, lo peor está por venir.
Como con la tapa de una empanada quedé envuelto en el vaho homicida que brotaba del caño de escape. Apenas si me cosquilleó un ojo, una minucia para los muertos que deambulan por los caminos del Infierno. Pueden poner ante tu nariz el perfume más exquisito y sólo percibirás el olor a carne podrida que llevás integrado a tu estructura animal. El confinamiento por años en una celda de tres por cuatro es inenarrable. El olor nauseabundo que desprende la miseria corrosiva le obtura la entrada a las sensaciones delicadas. Al cabo, el mismísimo olor a mierda ni te inmuta. Si pisás un sorete de perro te lo desprendés directamente con los dedos y listo: Seguís engullendo el “pancho” como si nada, y con esos mismos dedos te soplás la nariz.
Por ahí los que conocen del asunto dicen que la cárcel es una Universidad para el crimen y no les falta razón. Pero creo yo que lo más trágico del asunto es que el decurso del tiempo, hora a hora, día a día, sin que atinés siquiera a percibirlo como una degeneración silenciosa, te va inyectando la actitud de arrastrar los pies como si los mantuvieras atados con un alambre. A instancias del confinamiento el individuo involuciona al grado de animal inerme. Los hábitos que adquiere, lo que escucha, lo que siente en carne propia y percibe en la extraña, le confiere ciertamente algunas herramientas para defenderse de la hostilidad, para desplumar al “otario” y otras felonías; pero a la postre es un andar a tientas en círculos infinitos. El preso no adelanta nunca. Es posible que lo que la gente llama comúnmente libertad, para él no constituya otra cosa que una burbuja que en cualquier momento explota. Adopta un componente artificioso de agresividad y absurdo coraje que lo obnubila, lo compromete peligrosamente siempre, y lo deposita nuevamente entre rejas más temprano que tarde. Por más humillante y degradante que haya sido su peripecia infantil o juvenil, de su humanidad primigenia no quedará nada, ni cenizas que soplar: La “cana” lo ha reciclado convirtiéndolo en un carroñero. Le afila la musculatura y un alije venenoso y ácido esmerila sus pezuñas. Llegado a cierto punto de canallesca indiferencia ya ni siquiera se reconoce en el infeliz que llevaron ante el Juez a empujones, con las manos esposadas a la espalda. Sólo le altera algún imprevisto grave que prodigue una oportuna oxigenación a sus hábitos de extrema ruindad. Del individuo aquél, tal vez arrepentido, tal vez avergonzado…ni la sombra.
El que logra salir de una “larga cana” como la mía, se caga en la vida, la contempla con la apatía con que un gato desmenuza los restos de la paloma presa entre sus garras. El aire que respira es el carburante “Premium” que alimenta sus particulares “contiendas”. De eso sí aprende mucho el recluso: A regular el aire sucio que le infla los pulmones para elaborar, como los cambios de un auto, el pensamiento, el sueño y, eventualmente, la acción precisa; siempre en torno a un eje básico y superior: Salir de ahí del modo que sea.
El asunto es mantener la calma el mayor tiempo posible y dominar la ansiedad con que deviene el terror de los primeros años. Entretanto… “escabio”, droga y lo que venga para soportar, sin quebrarse, (entrega inútil y estúpida si las hay), la pesadísima mochila de rabia y pus que le acompañará, como la sombra al cuerpo, hasta que tres o cuatro lo depositen en un tubular.
Sin embargo, por más absurdo que parezca, la vida puede más…
Llevo cruzado en bandolera un pequeño bolso donde guardo una camisa con tres botones, un pantalón de otro siglo y un buzo de lana del finado “Cuis”, cuyas mangas apenas cubren las muñecas. Roque me arrimó unos pesos, un poco de “merca” y el teléfono de los contactos.
Miro, en el vidrio de un negocio que vende ropa para mujeres, la muerte-cárcel impresa en los rasgos de la cara: Carne pegada al hueso, cuencas hundidas, profundas cicatrices que cruzan ambas cejas…
Un pibito que pasa al lado mío se toma con fuerza de la mano de la madre.
Me sorprende sentir un cosquilleo en el culo, adormecido de tanta penetración. Defeco imprevistamente y hace tiempo que debo estimular con los dedos y una crema multiuso, muy común entre los presos, los músculos atrofiados que accionan el aro exterior para evitar papelones. Mi culo es un agujero expuesto como una cloaca sin tapa. Me pueden meter el cuello de una botella que ni chisto, pero excretar me resulta un tormento porque puede ocurrir en el momento menos pensado y no puedo evitarlo.
En la cárcel la debilidad de carácter es tu verdadera condena y yo era muy débil cuando me “guardaron”. Te tantean y al poco tiempo si no reaccionás acorde a las circunstancias que te rodean te convierten en la mujer todo servicio. En vos derivan las peores tareas y por supuesto, entre otras, satisfacer la voluntad sexual de tus compañeros de celda. Roque era mi macho oficial. Los que requerían mis servicios le pagaban a Roque como si fuera el cafisho y yo la prostituta a explotar. Y en rigor lo era: Debía usar minifalda, tacos altos y rasurarme las piernas. Ahí adentro hicieron de mí un guiñapo.
”Soledad” o “Solita” me apodaron. Pocas mujeres u varones deben haber bebido más semen que yo. No era ni soy homosexual ni ahí… pero el Poder, dicen los presos, es de quien se impone. Eso es así, afirman con convicción casi todos, desde que el hombre ha hecho uso perverso de su inteligencia y la ambición intrínseca a su personalidad. Por eso el pobre, el desgraciado de pico y pala, entiende enseguida lo que significa la democracia y el imperio de la ley. Al menos en ese contexto siempre existe una posibilidad de defender sus derechos. La democracia no es bobada y el que no aprenda eso y prefiera la milicada no merece vivir.
El “chorro” se aprovecha de las debilidades humanas y la corrupción que mama el “gil” desde la cuna. Pero es otra cosa…
“Yo te veo bien “Soli”.- me dijo el sicólogo del Penal previo la partida.
Aunque ahí se toman muchas previsiones porque ninguno “masca vidrio”, creo que no estoy libre del Sida todavía. Prefiero pensar así y no caer en las ilusiones del turro.
Mientras el cigarrillo se va transformando en pucho, pienso que aún me puedo considerar afortunado: Camino con firmeza y puedo recordar muchas cosas de provecho. Mi cabeza responde. Me alejo pensando en la posibilidad de estar soñando, pero no…no, creo que estoy libre y vivo. Puedo ver el mar a lo lejos. Me acucia la misma e incesante molestia en los riñones. Estoy vivo.
La madre ha tomado al niño en sus brazos y consuela su llanto con suaves caricias en la cabeza.
Escucho dos silbidos agudos desde el distante celdario, los reconozco.
Levanto el brazo en señal de saludo sin mirar atrás.
La “izquierda” está gobernando; evidentemente no carecen de tiempo para pintar muros con idioteces. Hay uno que refiere a una celebérrima frase del “Che” acerca de la ternura…
El “turco” tuvo su merecido por soplón. Pero yo sé que el hermano también hizo lo suyo y tiene mi “mosca”. Vamos a ver…hay tiempo de sobra.
Los bocinazos me ensordecen. Enfilo por una calle lateral con las manos tapándome los oídos. Matar no es bueno pero a veces una encrucijada te embarulla la cabeza. Matar y joder gente…mala cosa. Pero es inútil. Todo está escrito y nadie puede borrarlo. Cuando el destino marca que seas protagonista de determinada historia...no hay vuelta. Ni antes ni después. A veces sos vos o ellos.
El “turco” me embagayó bien de bien y le proporcionó a la “yuta” un inesperado festín. Pero en definitiva el Juez tuvo razón: Yo maté al tipo de la guardia; lo ventajeé, de otro modo el muerto era yo.
El “Liso” sigue libre y me alegro por él. Se hizo humo y no batió nada...
Esos pensamientos rondaban mi cabeza toda vez que aullaba cuando me metían en el culo un falo hasta los huevos, reventándome las entrañas entre las carcajadas de los que esperaban turno. Un milico una vuelta quiso probar a prepo. Le juraron que le matarían a la mujer y la hija. No jodió más.
Julia… la quise mucho, pasamos momentos fantásticos; hoy no sabría qué hacer con ella en la cama. No me imagino comprando aquellas flores que le gustaban. El chocolate almendrado…
La cárcel… amante fiel y agradecida, no te abandona jamás.
La frutilla que corona la torta del infortunio es la cédula de identidad que te entregan al salir. Una tarjetita con tu cara de lechuza cruzada por una franja roja y el sello del Establecimiento.
Macabra gracia de la sociedad que en nombre de las leyes que la regulan aspira a corregirte…
Relajado y sin apuro, en paz transitoria con mis fantasmas, atravieso el pequeño parque urbano de tres hectáreas, implantado perezosamente entre varias vías de tránsito trepidante. Postergo la cerveza y la comida para después. Deseo sentarme por un rato en el primer asiento vacío que encuentre para descansar y respirar aire puro.
Rodeo el tercio de un cantero semioculto por la espesa fronda de un sauce llorón. Allí cerquita hay un banco ocupado por un “pichi” andrajoso. Más lejos veo un banco libre y hacia él dirijo mis pasos.
Me voy acercando al tipo que asoma sus ojos vivaces entre la barba espesa y desalineada que le cubre la cara granulosa. Lleva unas zapatillas “Nike” flamantes. Seguramente las “mechó” de algún lado. A su costado, un atado de ropa o vaya a saber qué, sujeto por las cuatro puntas de una frazada incolora; y un largo bastón, grueso y robusto recostado sobre el otro tramo del banco de madera.
- Recién salidito del horno ¿no?
- ¿Cómo dijiste “chabón”?
- Bueno…es evidente que estuviste “guardado” un largo tiempo. ¿Saliste hoy?
- Este…
- No digás nada, es lo mismo. Me importa un carajo si sos chorro o no. Pero te veo como perdido y me pregunto…cosas. Además tengo ganas de hablar con alguno. Vení, sentate acá al lado mío y convídame con un “faso”.
Accedo al envite del viejo, estimulado por la expectativa de una conversación con un loco diferente. Le acerco la caja y toma uno. Le saca el filtro y se lo pone en la boca. Me sirvo yo también e intento encender el del “pichi”. Se niega.
- Yo no fumo. Nunca lo hice de lo cual me lamento. Me gusta sí tener un cigarrillo entre los labios. El aroma, la textura y el gusto del tabaco al deshacerse en la boca… ¡qué sé yo¡ Me place. Nunca bebí alcohol tampoco. ¿Te gusta el que fabrican los presos con cualquier cosa?
- Y claro…de otra forma es imposible…
- Imposible ¿qué?
- Claro, es imposible sobrevivir ahí sin tomar alcohol aunque sea veneno puro.
- Mirá vos. Así que es imposible vivir ahí sin tomar y emborracharse al mango ¿no?
- Si, si. Es así.
- Le dan “de punta” a la droga también ¿no?
- Y claro. Te “colocás” y es un alivio.
- ¿Cómo la conseguís? Digo…
- Sobre ese tema no hablo nunca con nadie y menos con un viejo de mierda…
- Te entiendo. Otra pregunta y discúlpame la franqueza: ¿Eras “mina” de alguno?
- Esas son cosas mías y andate a cagar “pichi” asqueroso. Me levanté con furia y le pegué una patada al bastón.
- Tenés razón en enojarte - dijo, mientras le daba la espalda y me alejaba bufando. Soy de lo peor. Cuando pensás que vos y tu madre fueron abandonados por la mano de Dios es así. Fijate que dejé morir a mi hijo al santo pedo, crucificado en una cruz. Estaba mirando azorado aquella carnicería pero entré a bostezar y me quedé dormido. Si seré jodido…
Volteé la mirada y sobre el banco quedaba tan solo una ligera niebla que un viento arrachado despejó al instante.
LUIS ALBERTO GONTADE ORSINI
Abril de 2012
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