UNO

Cuando amaneció la lumbre espesa del sol de Nápoles me dio de lleno en la cara, me levanté casi arrastrándome para cerrar la cortina, quería seguir durmiendo pero la neurosis es un martillo que tachona allá donde más duele, si deseo dormir, el sueño se fuga a ritmo de galope. Martín dormía con la placidez de la adolescencia. Lo observé un rato, ¿será que algo de lo que ocultamente me amo estaba depositado en ese pibe que adopté para mí? No es natural encariñarse tanto con alguien. De chico nunca tuve un juguete con el que me hubiese apropiado especialmente, ni siquiera recuerdo algún juguete en particular, pero ya entrado en los ’40 la vida, el destino o las circunstancias o lo que sea que se llame ese enjambre que teje silenciosamente nuestras vidas, me otorgó este delicado juguete cuyo mecanismo no puedo desentrañar.

Abrí la netbook. Había varios mensajes, uno de Glauco:

“Caro Alesandro: Estamos en Positano seis días, pero Amalfi queda cerca como así también Salerno. Deja a tu hijo en el hotel una noche y ven a pasar con nosotros, tenemos pendiente algo, no lo olvides. G & B”

Abajo consignaba la dirección con un mapa de Internet que al desplegarlo detallaba calle, formas de llegar, horarios.

Esa sola noticia me levantó el humor, de nuevo los escozores del sexo, la flecha de Afrodita, el recuerdo de aquella noche. Decididamente esta vez dejaría a Martín durmiendo tranquilo en Amalfi, pero mientras esperaba que despertara podría escribir esta bitácora tan despareja que inauguré porque desconfío de mi memoria.

En la noche había resumido, en la cama, antes que las profundidades del sueño me sumieran en esa pequeña muerte nocturna, todo cuanto sabía de esa infancia enigmática de Martín. La famosa dama del cuchillo que cada noche venía a degollarme no era más que el vestigio brumoso de aquel episodio en el que la madre amenazó matarlo mostrándole un cuchillo cuando él lloraba siendo muy chico. Imaginé el brillo metálico plateado del arma como una intimidación en manos de la madre, la misma en quien había confiado su protección. “Quise que me matara, yo no me quería” dijo balbuceando en su confesión. El episodio del arma debió de ser antes del momento en el que yo lo alcé en brazos cuando tenía 4 o 5 años, por eso no recordaba con claridad nada de todo. Tal vez fuese una fantasía; ver a la madre enojada no le hacía bien, pero verla colérica lo sumiría en un espanto indecible. No había padre. Estaban ellos dos solos, ¿quién lo defendería llegado el caso de la furia materna?

Pero, ¿por qué ahora en sueños me amenazaba a mí ese cuchillo? En aquel pasado el peligro claro era hacia él, aunque también dijo que sintió odio hacia sí mismo y que deseaba que la madre asestara el golpe final, deseaba morir, eso fue lo que me dijo frente al cráter del Vesubio. Verlo ahora durmiendo plácidamente me ocasionaba aún angustia, nadie se salva del pasado, se había aferrado a mí porque era lo único que le ofrecía seguridad; de manera que en el fondo no quería morir, aferrarse a mí era volver a confirmar que viviría. Tal vez por eso la pesadilla más grande me ponía a mí, su garantía, en el sitio del peligro.

¿Y el ataque a la niñita negra? ¿Cómo encajaba en todo esto? Pobrecita, cuando la tomé en brazos temblaba como si tuviese fiebres, sin dejar de mirar con esos grandes ojos el sitio donde estaba Martín, su matón. Todavía me duelen esas patadas que dio a la madre cuando estaba tirada en el suelo. ¿Cómo es posible que nuestra naturaleza humana sea tan similar a esas fuerzas contenidas de la Tierra? El cráter del Vesubio parece pacífico, hasta han crecido hierbas y flores al borde de esa boca que amenaza, como predicen todos los geólogos, con volver a lanzar su tremendo poder de fuego, humo, lava y piedras en cualquier momento.

Trece años esas fuerzas permanecieron ocultas en mi hijo, nunca se tomó a trompadas con nadie, ni siquiera hablaba mal de sus amigos que lo decepcionaron, siempre está sonriente y todo el mundo lo quiere. ¿Cómo estalló esa máquina de guerra repentinamente aquella tarde? ¿Contra dos mujeres que no podían defenderse?

Definitivamente nada cerraba. Y yo no dejaría de indagar hasta atar los hilos sueltos.

Nuestra mente es como el laberinto de Creta, necesitamos del hilo que la princesa Ariadna dio a Teseo para poder salir, sedal que quedó abandonado después que el héroe mató al Minotauro. Mató al monstruo pero dejó intacto el terrible edificio que lo albergaba, por suerte también dejó el hilo de seda que el tiempo fue cortando por tramos, algunas secciones de las fibras se deshilacharon, desaparecieron, pero algo quedó. Es nuestra tarea remendar los fragmentos pacientemente, volver a unir los cabos sueltos, reconocer los posibles caminos en aquellos corredores donde no queda nada de la madeja. Hay que volver a hallar el centro donde ya no está el Minotauro pero nos espera una fiera mil veces peor: el fondo bestial de nosotros mismos.

-¿Adónde vamos hoy, pa? –Martín se había despertado y estaba sentado en la cama digitando el celular.

-Hoy nos vamos de Nápoles a Amalfi, pero es cerca. Y ya nos alojamos allá, hay que empacar las cosas, desayunamos y luego vamos a la estación.