LÓGICA FEMENINA.

 Por: Jose Ignacio Velasco Montes.      Marbella 2017.

Entró en su casa de forma casi imperceptible. Era la moda y su querida cónyuge lo trajo queriendo darle una sorpresa. Lo miraba en ocasiones con un mínimo de curiosidad no exento de asco. Era algo nuevo que no acababa de aceptar: un intruso en su vida que exigía una atención que no estaba dispuesto a darle. Al volver del trabajo, cansado y harto, su gran ojo le miraba desde el fondo instándole a que le dedicara un rato, pidiéndole con expresión de súplica que le atendiera. Pero le volvía la espalda y se desentendía de él.

 Con el tiempo, en un cambio imperceptible, empezó a dedicarle migajas de su tiempo. La expresión del intruso, antaño suplicante, fue virando primero a cariñosa y finalmente a exigente.

 Día a día, mes a mes, en un crescendo imperioso, fue mostrándole una curiosidad que le apartaba de otras cosas que siempre le habían gustado. Lo miraba, lo observaba, escuchaba sus susurros, imprecaciones, alegrías y tristezas en una comunión progresiva que le exaltaba e iba llenándole de un gozo profundo conforme un inconsútil manto de afinidad surgía entre ambos.

 Si al principio se mantuvo a distancia, lentamente se inició una aproximación hasta llegar al contacto físico. Con respeto casi reverencial inicialmente, con cariño después, lleno de amor finalmente, lo acariciaba en un ruidoso diálogo que lo llevaba al éxtasis.

Se fue apartando de todo, dejando de lado sus añejos entretenimientos. Sólo le interesaba él. Todo sería para él. Todo debía ser para él, se decía mientras tiraba a la basura sus cañas de pescar, sus libros, y un sinfín de objetos que durante años fueron sus tesoros.

 Lo limpiaba con fruición, quitándole el polvo con obsesiva frecuencia. Dispuso para él el mejor sitio, lejos del sol que podía dañarlo, alejando los enseres de la casa que estaban próximos para dejarle un gran espacio abierto. Quedó como si de un trono se tratara: mayestático en el fondo del salón.

 Día a día sus atenciones se intensificaron. Lo hacía conscientemente pues quería ir más allá. Llevaba mucho tiempo pensándolo. Se le había convertido en una obsesión, pero no se atrevía a invadir su intimidad. No quería dar un paso en falso y perder su amistad o provocar un rechazo. Le dio tiempo para que se acostumbrara profundamente a sus más atrevidos comentarios y caricias.

 Lo adelantó un poco, separándolo de la pared. De ese modo podía pasar por detrás sin dificultades y estaría más ventilado como había leído.

 Finalmente un día se decidió. Con curiosidad se asomó por las rendijas de plástico y pudo contemplar, con dificultad, su interior. Estaba oscuro y apenas podía ver el brillo de algunos metales, el verde de planas superficies que penetraban desapareciendo en la negritud del interior. Veía diminutas formaciones de extraños objetos sobre el verde campo que, moteados de pequeñas piezas de colores, se volvían grises al alejarse de su vista. Al fondo, en medio de la oscuridad, luces de colores, lejanas y misteriosas, parecían parpadear invitándole a penetrar en sus secretos. Conforme miraba sentía las bocanadas de calor que ascendían del interior y salían por las ranuras dándole en la cara. Y así comprendió que a su amigo, –de ese modo lo consideraba desde hacía un tiempo–, no le molestaba su curiosidad.

 Días después se asomó de nuevo armado de una linterna. La luz penetraba por las rendijas y le dejaba ver, a tramos, el interior. Movió la linterna y las franjas luminosas barrían la zona permitiéndole contemplar más y más. Pero no era suficiente. Quería, debía conocerlo mejor. Pero era un paso difícil, demasiado atrevido. Lo pensaría.

 Decidió consultarlo, preguntarle directamente. Sí, eso sería lo más correcto. Y lo hizo. La respuesta fue clara, inmediata y llegó con absoluta claridad. No quedaban dudas. Había sido tajante y estaba claro que podía realizarlo. Más aún, él lo deseaba, le invitaba a ello.

 No podía esperar. Con cariño, con delicadeza total, inició la operación. No fue difícil. Un destornillador, la tapa se desprendió y quedó en el suelo. Extasiado ante la intimidad de su amigo le sumió en un claro embeleso. Jardines de brillantes puntos parpadeantes le sonreían desde verdes praderas. Centenares de diminutas cabezas de colores múltiples le daban la bienvenida. Era como contemplar un mundo en tres dimensiones, nuevo y bello, que le invitaba a vivir en él. Quedó mirándolo mientras escuchaba la voz de su amigo dándole instrucciones.

 Y supo lo que tenía que hacer para llegar al más amplio conocimiento. Tendió la mano en una caricia de entrega total. Su amigo lo recibió sin causarle dolor. En una rápida electroforesis, se sublimó. Millones de trillones de electrones de todas sus capas de valencia se proyectaron sobre las verdes praderas de los circuitos impresos y fueron absorbidos por los componentes. Penetró a través de las resistencias, los condensadores, los diodos, cables y sobre todo por los circuitos integrados y los transistores.

Sintió el vertiginoso giro de avanzar por las revueltas de las bobinas y deslizarse por las pistas de cobre. Alcanzó los cañones electrónicos, sintiendo el cálido paso por el filamento y la aceleración de la cariñosa atracción de los ánodos y cátodos. Notó que su ser viraba a los tres colores primarios. Atravesó las placas de deflexión y se sintió proyectado hacia un lejano mundo que brillaba, fosforescente, al fondo. Atravesó la máscara en un barrido tan indoloro como instantáneo. Y se sintió proyectado sobre los luminóforos de fósforo. Su imagen se fue recomponiendo, con la mano derecha extendida, como en un saludo, ocupando toda la pantalla.

Era feliz. Ya estaba íntimamente unido a su amigo. Podía ver el salón y la butaca donde tantas horas había permanecido sentado viendo la pantalla de la cual era ahora parte.

 Al rato llegó su mujer al salón y vio que él le saludaba desde dentro del televisor. Llena de estupor sólo logro balbucear:

 --¿Cómo diablos te has metido ahí? ¡Desde luego cada día estás más loco!

                                                                            F I N