La mujer de sus sueños

Julián llegó bastante retrasado. Cuando se bajó del carro, la fiesta estaba en su apogeo. La casa campestre estaba completamente iluminada y la música se escuchaba desde el parqueadero. Rápidamente subió las gradas, entró y saludó a todos sus amigos presentándoles las disculpas del caso, ya que la fiesta era en su honor. Después de muchos años viviendo en el exterior, había venido de vacaciones a Cali y estando próximo a regresar a Australia, era la última vez que se reunían.

Era un grupo heterogéneo. Allí estaban Hernán, quien al llegar a adulto, violó las reglas de la mesura y creció de sur a norte y de oriente a occidente ilimitadamente, Carlos el ateo irreverente, que culpaba de los males del mundo a las religiones, Gustavo el intelectual, que después de terminar sus brillantes disertaciones afirmaba humildemente que no sabía nada de nada, Efraín el psicólogo loco que buscando como retornar a sus pacientes por el buen camino perdió el suyo propio, José María el santo varón de escapulario en el pecho, camándulas, novenarios y procesiones y Custodio que cambió la ciudad por el campo llevando vida de sibarita con gafas de sol y gorra de capitán en los peladeros de Piendamó; todos ellos, sus amigos desde la infancia con quienes había compartido muchos años de amistad. Recordaban con especial cariño los años de estudio en el instituto, las veladas discutiendo animadamente sus diferencias en torno a filosofía, música y religión; sus profesiones, los diferentes caminos que cada uno había seguido, en fin, todo aquello que los había enriquecido y que a lo largo de los años los unía en una sana camaradería.

Al hacer un brindis a la salud mutua de todos ellos, cuando Julián levantó su copa, la vio. Estaba al fondo del salón mirándolo fijamente. Era la mujer que se aparecía en sus sueños. No se sorprendió mucho porque sabía que ella aparecía así, en el momento menos pensado.

—¿Cómo se llama ese pimpollo que está allá en el balcón del fondo? — Preguntó con disimulo a sus amigos.

Al unísono todos dirigieron sus miradas al sitio indicado y le contestaron con un gesto de duda e interrogación en el rostro que Julián tomó como si ninguno la hubiera visto. 

Separándose del grupo, caminó serpenteando entre los invitados, sonriendo amablemente y haciendo pequeñas venias de saludo aquí y allá, conversando un poco cuando veía algún conocido y al mismo tiempo recibiendo y apurando algunas copas de licor, pero con el propósito bien definido de acercarse a la chica. Cuando llegó al balcón, se dio cuenta con sorpresa que ella se había esfumado como una pompa de jabón.

Dejo salir un suspiro, una vez más se dio cuenta de que estaba tratando con una mujer difícil y elusiva. La buscó entre la gente que bailaba sin ningún resultado y al final, empinándose, logró verla al otro extremo del salón mirándolo con cierto encanto burlón. Otra vez hizo el recorrido en sentido contrario caminando lentamente por entre las parejas, tomándose otros tragos mientras saludaba amigos y extraños con una sonrisa en sus labios y el consabido movimiento de cabeza hasta llegar al sitio donde la había visto, para darse cuenta que una vez más que ya no estaba allí. Durante un buen rato se la pasó de un lado para el otro con los mismos resultados. Después de varios intentos fallidos en una persecución secreta de la cual nadie se percataba, Julián cansado de estar jugando al gato y al ratón, se sentó en un sillón un poco mareado por el alcohol, suspiró nuevamente y se dio por vencido.

Pensó resignadamente que siempre ocurría así, cuando estaba en lo mejor de sus sueños, como había pasado la noche anterior, ella llegaba sin anuncio previo y se adueñaba de ellos. Lo más extraño era que siempre lo miraba de una manera enigmática que unas veces él interpretaba como un reclamo y otras veces le parecía que sus ojos le mandaban mensajes sutiles de amor y promesas de paraísos perdidos. Eran apariciones repetitivas que terminaban cuando ella empezaba a esfumarse de sus sueños, elevándose hacia el infinito y antes de desaparecer dejaba caer una lágrima que en la medida que descendía se convertía en una gigantesca bola de agua que al caer sobre él, trataba de ahogarlo. Desesperadamente nadaba buscando la superficie y después de varios minutos cuando al final lograba sacar los brazos y la cabeza del agua, llenando sus pulmones con el oxígeno que lo revivía, quedaba completamente extenuado y sin poder dormir el resto de la noche.

Julián dio una mirada al salón donde un buen número de personas bailaban. En sus varias idas y venidas había observado a una muchachita pasada de kilos vestida con minifalda de organza y tules rosados, coronada por un gigantesco moño de seda en la cabeza dando la impresión de ser más una regordeta muñeca de felpa que un ser humano. Era una figura anacrónica entre los invitados. Sintió un poco de pesar porque la había visto sentada sin que nadie la invitara a bailar. “esta es la mía” pensó Julián, que no se distinguía por sus habilidades para el baile. “Seguro que nadie la saca porque no debe saber bailar, si yo la invito puedo llevarla hasta el extremo del salón y acercarme disimuladamente a esa extraña y deliciosa criatura que me elude para hablarle”.  

Se dirigió resueltamente hacia la gordita, suspirando le hizo una venia y la llevó al centro de la sala esperando que empezara la pieza musical. Error fatal. Las notas de “Las mujeres son como las flores” se escucharon. Cuando la chica dio los primeros pasos para marcar el compás del baile, Julián se dio cuenta que eran pasos de animal grande. Inspirada por la música la muchachita se trasformó en una bailarina extraordinaria. Girando unas veces, flotando otras, empezó a moverse por la pista de baile como solo las grandes estrellas de la música latina pueden hacerlo. En los movimientos rítmicos y acrobáticos de esa danzarina se manifestaba la herencia de la cultura afro – cubana transmitida de generación en generación desde los tiempos coloniales. Lo único que Julián pudo hacer, fue dar unos corriditos torpes como de canguro persiguiendo su pareja a lo ancho y largo del salón, con las manos en el pecho como en acto de contrición. Fue tal la conmoción que la gordita de la minifalda causó entre el público, que todos dejaron de bailar para rodearla y admirarla. Cuando la pieza terminó, un nutrido aplauso se escuchó y todos los hombres se acercaron a la chica a felicitarla por semejante demostración de buen bailar. A partir de ese momento la gordita de felpa no paró de bailar en toda la noche. Arrepentido de haber creído que esa muchachita no sabía bailar, Julián regresó a su silla, se tomó otro trago y cuando se secaba el sudor de la frente volvió a ver a la mujer de sus sueños en el otro extremo del salón que lo miraba maliciosamente como diciéndole “te equivocaste de pareja, muchacho”               

 “Qué locura”, pensó Julián. “Después de tantos años de verla en mis sueños ahora se me aparece aquí. Allí está nuevamente en el balcón, y esta noche sus ojos me hablan de amores y desafíos. Hay en ellos un mensaje, como si quisiera decirme que la hora de la entrega ha llegado pero que primero debo traspasar la barrera que hay entre las ilusiones y la realidad. Voy a hacer un último intento de acercármele y conversar con ella para saber, de una vez por todas, si es una mujer de carne y hueso o es simplemente ese ser misterioso e imaginario que se aparece en mis sueños”.

Esta vez le costó trabajo caminar. Con pasos inseguros y tambaleantes tropezó con varias personas hasta que finalmente logró llegar a un metro de distancia de la chica. Estaban frente a frente y mirándose a los ojos. Algunos testigos que estaban cerca aseguran que, al llegar hasta el balcón, Julián dijo en voz alta “¿Por qué me atormentas, quién eres tú?”, dio un salto como tratando de abrazar a alguien y cayó al vacío.

Al grito de espanto de los que lo vieron caer, siguieron las carreras por las escaleras a recogerlo y llevarlo a una de las alcobas para atenderlo. Pronto se dieron cuenta de que su estado de inconciencia era más culpa del licor que de la caída, ya que fuera de unas cuantas raspaduras todos sus huesos estaban bien. Como hombre previsivo el dueño de la casa trajo unas sales de olores que lo reanimaron.

Al despertar, Julián vio a sus amigos que le rodeaban con cara de angustia. Gustavo le preguntó: 

—¿Pero qué diablos te pasó viejo, por qué saltaste por el balcón? Te habías podido matar, menos mal que caíste en los arbustos del jardín. 

—¿Y la chica? ¿Dónde está ella? —preguntó el contuso.

—Ella se fue después de tu caída. Me dijo que se llamaba Mariela y que la noche anterior cuando te visitó, tú la habías invitado a la fiesta. Que sin embargo, durante toda la noche la habías ignorado completamente. Que cada vez que buscaba tú compañía la eludías y te ibas al otro extremo del salón, hasta que finalmente cuando logró estar cerca de ti para reclamarte por ser tan desatento con ella, te habías tirado por el balcón. 

El radio alarma sonó puntualmente a las seis de la mañana, llenando la alcoba de música. Medio dormido, Julián lo apagó, se dio vuelta en la cama y murmuró: “esta mujer me va a matar”.

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