La Patria mexicana, según el historiador que le toque

Por Jesús Chávez Marín

La historia de México tiene todas las versiones que se escriban o se imaginen. Hay  un dicho popular: la historia la escriben los vencedores; sin embargo los vencedores a veces cambian de fortuna y en el ciclo aparecen vencidos; los nuevos próceres entonces mandan cambiar la historia oficial para que ellos aparezcan como los grandes caudillos, inmarcesibles.

En todos los países existe una historia oficial, es la que se enseña como ideología en las escuelas y la que sostiene una idea del Estado, a conveniencia de los institutos políticos que gobiernan. En México, las estructuras de poder han mantenido una versión que tiene ya dos siglos navegando en la construcción de la identidad colectiva, claro, con algunas modificaciones de circunstancia.

Como ejemplos de esto tenemos la idea sentimental y absoluta de que Miguel Hidalgo es el Padre de la Patria, porque inició el movimiento de independencia frente al dominio de la corona española, y esto a pesar de que su levantamiento duró pocos meses antes de ser aniquilado por completo. Ese movimiento tuvo el mérito de haber iniciado lo que ahora se conoce como la revolución de independencia y de que las primeras batallas fueron rápidas y exitosas, de tal manera que llegó hasta las mismas puertas de la ciudad de México, centro de gobierno de la Nueva España, y luego prefirió devolverse a su rancho ante el pavor de causar un encarnizamiento.

Tendrían que pasar 11 años antes de que la independencia se consumara. A pesar de eso, la historia oficial consagró a Hidalgo como el padre de la independencia de México y hasta la fecha su figura permanece en la mitología popular. Y eso a pesar de que muchos otros caudillos, con más sentido militar y político, y una multitud de insurgentes anónimos, fueron quienes hicieron la épica de aquella revolución. Pero todos, tanto los famosos como los desconocidos, quedaron como figuras de segunda: Morelos, Allende, Abasolo, Jiménez, Mina, Guerrero y hasta Iturbide, quien al último momento cambió de bando y se unió a la banda insurgente y hasta firmó la consumación formal del cambio.

Algo parecido sucedió más adelante con la figura de Benito Juárez, el terco presidente que promovió las Leyes de Reforma y realizó la separación de dos poderes públicos: La Iglesia y el Estado. Ahora Juárez representa en su leyenda al presidente honrado, el patriota que enfrentó al imperio de Maximiliano, su santidad oficial es tan arraigada en los viejos libros de historia como en la veneración popular de grandes sectores de la sociedad mexicana.

Todo esto lo consigue la manipulación ideológica de la historiografía mexicana, y esto casi llega a constituirse en una especie de religión laica, muy conveniente para el control político de la población. Cuando José Fuentes Mares realizó investigaciones y publicó tres libros que contradecían a la historia oficial en el tema del llamado benemérito de las Américas, muchos políticos en el poder pusieron el grito en el cielo, pues Fuentes Mares lo presentaba casi como traidor, al revelar negociaciones que Benito Juárez y su gabinete presidencial hicieron con los Estados Unidos, en el que ofrecían ceder girones de soberanía a cambio de apoyo político y militar, claro, con el pretexto de que México enfrentaba a un país extranjero, en este caso Francia que durante algún tiempo apoyó la usurpación de Maximiliano.

En esos años Fuentes Mares era rector de la Universidad de Chihuahua, que en ese tiempo no era autónoma sino dependía del gobierno del estado. Varios historiadores y políticos de Chihuahua y del centro del país iniciaron una campaña periodística muy pesada en contra del historiador chihuahuense que se atrevía a corregirle la plana a la historia oficial de Benito Juárez; ellos mismos y otros más ejercieron presión burocrática hasta que consiguieron que José Fuentes Mares fuera destituido de su cargo como rector. De esta manera le costó cara su aventura de investigar la verdad histórica y de revelar con audacia y claridad lo que realmente sucedió y oponerla a la visión monolítica de los libros de historia.

Esta anécdota ilustra bien que la historia la escriben no los vencedores sino los beneficiarios de un sistema político exclusivo para unos cuantos.

Por otro lado, la historia también cultiva a sus villanos, y son los más famosos Agustín de Iturbide, Antonio López de Santa Ana, Porfirio Díaz y Victoriano Huerta. Hay otro que hasta hace poco era considerado ladrón y gavillero que anduvo en la bola y luego de algunos años fue admitido como otro más de los santones de la Revolución Mexicana; se trata de Pancho Villa, quien durante mucho tiempo no ocupó lugar en los artificiales altares de la patria y que ahora tiene estatuas, sobre todo en Chihuahua.

Esto hace recordar la fábula de Augusto Monterroso que dice: En un lejano país existió hace muchos años una Oveja negra. Fue fusilada. Un siglo después, el rebaño arrepentido le levantó una estatua ecuestre que quedó muy bien en el parque. Así, en lo sucesivo, cada vez que aparecían ovejas negras eran rápidamente pasadas por las armas para que las futuras generaciones de ovejas comunes y corrientes pudieran ejercitarse también en la escultura.

Las versiones históricas acerca de Porfirio Díaz suelen presentarlo como el dictador despiadado que ordenaba con firmeza militar: “Mátenlos en caliente”, refiriéndose a la solución rápida y extrema de los problemas sociales, y esa frase, si es que de veras fue pronunciada, se refería a un solo conflicto: el de la huelga de Cananea. Pero se cargan las tintas a la parte negra de su acción pública: que se mantuvo 30 años como presidente; que favorecía a los grandes latifundistas y caciques regionales; que mandó a un ejército regular para que asesinara a todos los habitantes de Tomóchic que se habían rebelado contra un rapaz terrateniente que los explotaba; que durante su larga dictadura se fomentaron feudos donde funcionaba la explotación casi esclavista del trabajo rural, con tiendas de raya y otras cadenas económicas que mantenían una servidumbre siempre humillada y unos privilegios delirantes para quienes se habían apoderado de la riqueza, historias como el derecho de pernada, la leva y otras prácticas de violencia establecida.

En la construcción de Porfirio Díaz como villano absoluto contra el cual se alzaron un puñado de revolucionarios, desaparecen de las páginas de la historia las acciones heroicas de cuando enfrentó con su ejército a los franceses invasores que acompañaron a Maximiliano en su aventura imperial, aquel héroe del 2 de abril fue borrado del mapa por los escribanos del mundo feliz. También se olvida que durante su gobierno se modernizó al país en muchos sectores económicos, un solo ejemplo, el inicio del ferrocarril como venero de progreso.

La revolución mexicana duró 20 años y fue causante de un millón de muertos; al final un dictador fue derrotado y se alzó un régimen que gobernó sin cambio durante 60 años, el doble del porfiriato. La gesta no fue gloriosa, sino sangrienta; demostró que las revoluciones violentas solo producen formas distintas de la injusticia y el ejercicio desalmado del “quítate tú para ponerme yo”.

Ese movimiento armado produjo su racimo de héroes oficiales, a pesar de que algunos de ellos son autores una cadena de traiciones y asesinatos en los que cada uno iba eliminando al otro: Obregón mandó matar a Carraza, este había mandado quebrar a Emiliano Zapata; Plutarco Elías Calles es un fuerte sospechoso en la muerte de Obregón y el asesino intelectual de Pancho Villa. Ahora todos tienen su placa de héroes en el congreso de la unión y en los libros escolares su estampita.

Con el desarrollo de novedosas formas de investigación y de las tecnologías de la información, la historia es una disciplina compleja. Algunos le dan la categoría de ciencia, ahora se le llama historiografía y se le atribuyen dotes de exactitud que está muy lejos de tener. Por otro lado, poco a poco se fue perdiendo la fe en las ideologías que antes fueron guía segura del pensamiento para los sistemas de la enseñanza.

Hoy el escepticismo es la norma de la opinión pública. Los políticos han perdido credibilidad; los profesores se han visto forzados a someterse a sistemas didácticos que llegan al absurdo de que sean los estudiantes quienes consigan por su cuenta la información y ellos, los profesores, sean una especie de coordinadores de una acción educativa en la que ya nadie da pie con bola. Los periódicos ya no tienen la respetabilidad que llegaron a tener en el pasado como expresiones de opinión crítica y sobre todo, de la verdad histórica; por el contrario, hoy son empresas con el único fin del lucro y que están al servicio de los clientes, los anunciantes, sobre todo de su cliente principal que es el gobierno.

Ante este panorama siguen existiendo, como antes, como siempre, historiadores honestos y eficientes que son guiados por una ética profesional cuya dirección es la búsqueda de la verdad. Y por otro lado existen otros simuladores e improvisados escritores que acomodan su espíritu a las conveniencias de los aires favorables que lleguen, para colocarse en las universidades, en los institutos culturales y para acabar pronto, en la burocracia que les paga y los protege.

Septiembre 2016