Acomodar a los viejos

Por Jesús Chávez Marín

En 2014 Héctor Aguilar Camín publicó su novela hiperrealista Adiós a los padres, donde explora un tema que siempre resulta misterioso y melancólico, los últimos años de la vida; en este caso el autor utiliza con destreza girones de la propia biografía para escribir una novela impresionante.

El autor cuenta la historia completa de su familia, desde que sus padres se casaron en Campeche, su separación definitiva en la ciudad de México cuando el padre se va sin despedirse y jamás volver; luego de 34 años de ausencia busca al hijo mayor en busca de amparo económico. El hijo lo acoge con generosidad y luego de instalarlo en un cómodo departamento, busca acomodarlo en sus propios recuerdos y restañar las heridas que provocara la ausencia de aquel desconocido que regresa. De esta manera lo describe en el extraño retorno:

“Es un viejo encogido con el pelo pintado de negro. Camina encorvado, casi en escuadra, con la cabeza levantada como una tortuga, mirando hacia mí con dos ojillos de loco. Tiene el rostro lleno de pecas, las cejas comidas por el tiempo, las piernas corvas, titubeantes. La verdad no sé quién es este personaje decrépito, irreconocible, tan distinto del hombre corpulento y risueño, en tantos sentidos radiante, que recuerdo. No reconozco nada de él, pero es mi padre en cuerpo y alma, un padre idéntico a la ciudad fantasmal donde lo tiene atrapado, en venganza por su ausencia, mi cabeza. Aquí está frente a mí, reaparecido después de estos años, aunque no sea él ni sea yo quienes nos encontramos realmente en la posada oscura, sino nuestros fantasmas recíprocos, el del padre que fue y el del hijo que fui, tratando de tocarse en las sombras”.

El personaje que se dibuja en esta novela no es ningún héroe; es un hombre que traía en su alma el sino de la derrota, implantado a sangre y fuego por un hombre autoritario y manipulador que lo crio sin cariño ni respaldo, manteniéndolo siempre en un segundo plano de la vida; un hombre que logra casarse con una mujer hermosa a la que día tras día fue desilusionando hasta perder primero su respeto y luego su cariño para siempre y a la que abandona con los cuatro hijos de ambos; es la historia de un viejo en la miseria, en el olvido y en la simulación del propio pasado, al filo de la demencia senil.

Y el hijo que cuenta la historia es un hombre justo que cumple una especie de venganza literaria en este panorama donde el padre aparece como un papanatas, frágil y sin el menor asomo de grandeza, un hombre que se miraba a sí mismo siempre con un velo tejido de mentiras y justificaciones que usaba para los demás y sobre todo para sí mismo.

En contraste, la madre es la mujer admirable que supo sacar a los cuatro hijos adelante, con la ayuda de su hermana Luisa. Ambas dedican la vida completa a construir una vida de gran dignidad para los cuatro niños, cosiendo ropa que ellas mismas diseñaban. Al final de la vida, el hijo mayor la mira en su lecho de agonía, y la describe de esta manera:

“La primera explicación del médico deja claro que la emergencia ya pasó, que he llegado solo al desenlace. “Vamos a intentarlo todo”, dice el médico con denuedo y buena fe. Yo solo escucho: vamos a alargar su muerte.

Sé desde el primer momento dónde terminará esto. Los cuidados del hospital que siguen son días gemelos atados al ruego de que terminen. Nada le duele a Emma, de nada es consciente en el limbo de la sedación y vida artificial donde la instalan desde que llega a urgencias. En cierto modo su estado repite el del árbol de Oaxaca quemado por el rayo, tiene la misma grandeza de la impasibilidad.

Pasan 18 días con mi madre en terapia intensiva.

―¿Necesita algo? ―me pregunta el médico al entrar al elevador.

―Un milagro ―respondo.

Cuando salgo del elevador, pienso: “El milagro ya lo tuve”. Le digo a Emma: “El milagro fuiste tú”.

A pesar de que la madre estuvo presente durante la vida entera del protagonista, aparece dibujada con menos precisión en esta expresionista historia de Edipo en el que el padre es eliminado con la meticulosidad de los datos donde queda grabado en toda su negligencia y mediocridad, en contraste con la claridad laboriosa y alegre de la madre. Acomodar a los padres en memoria no es fácil, sobre todo cuando al hacerlo construimos también la propia identidad.

[Aguilar Camín, Hector: Adiós a los padres. Editorial Random House, México, 2014].