Fernando Marías ha muerto aún joven; joven, porque los 63 años ya no son, en 2022, edad de declive físico. Y joven porque sus últimos libros, La isla del padre y Arde este libro, parecían los cimientos de un escritor nuevo que, en parte, refutaba la carrera que Marías había construido desde los años 90. El novelista cinéfilo, de intrigas, fantasías y golpes de efecto que había ganado el Premio Nadal, entre otros, había derivado en un autor intimista, confesional y durísimo.

La isla del padre, el primero de los libros del nuevo Fernando Marías, incluía la información para ubicar al escritor. Algunos datos: Marías nació en 1958, en el Ensanche de Bilbao, en una familia de clase media más o menos acomodada, bien arraigada en una casa que albergó a tres generaciones de Marías, desde 1913 hasta 2014. Bien arraigada pero marcada por la personalidad huidiza de Lorenzo Marías, el padre del escritor, un marino que en La isla del padre aparecía retratado como un caballero al estilo de Gary Cooper, en parte admirable y en parte inescrutable.

En la adolescencia, Fernando Marías llegó a Madrid para estudiar y con el deseo de convertirse en director de cine. Eran los años 70, los años del nuevo Hollywood y de la ruptura generacional. Si Marías padre era como Gary Cooper, como un personaje del Hollywood clásico, Marías hijo estaba en la onda de Grupo Salvaje, de Sam Peckinpah, un western lleno de inmágenes expresionistas y personajes disruptivos que el escritor bilbaíno citó alguna vez como su película favorita.

La referencia es relevante. Marías entraba en la edad adulta en los años de la contracultura más o menos progre, pero su paraíso era otra cosa, un mundo en el que la fantasía, la violencia, el cosmopolitismo y la virguería narrativa pesaban más que el idealismo y el hedonismo setentero.

Durante años, Marías peleó por su vocación de cineasta. Sólo en la década de sus 30 encontró en la literatura la expresión de su creatividad. La luz prodigiosa, su primera novela, apareció en 1991, en sintonía con las novelas que marcaban aquellos años. Con el Beltenebros de Antonio Muñoz Molina, por ejemplo. En las dos novelas, casi contemporáneas, había Historia (guerra civil), aires de cine negro clásico, intriga... La luz prodigiosa contaba la historia del superviviente de un fusilamiento que volvía a la vida amnésico. La indagación en los restos de su vida abría una pregunta espeluznante: ¿y si ese pobre sonado era Federico García Lorca? Miguel Hermoso adaptó la novela al cine en 2003 con el italiano Nino Manfredi, Kity Manver y Alfredo Landa en los papeles principales.

La luz prodigiosa sirve para entender algunas de las claves de aquel Fernando Marías que se ganó fama en el cambio de siglo: un escritor capaz de dar giros sorprendentes a sus historias y con intuición para apelar a su tiempo a través de historias que a veces venían del pasado y otras se dirigían a un tiempo anacrónico. El Niño de los coroneles, la novela con la que recibió el Premio Nadal en 2001, era una novela de tirano con infanticidios que Marías desarrolló a partir de una biografía de Ceaucescu. Esta noche moriré (1992) era un thriller psicológico intensísimo, algo insólito en la narrativa española de la época.La mujer de las alas grises(2004), era un noir que parecía escrito en diálogo con Chinatown, de Polanski. 'Invasor' (2003) hablaba de un militar español repatriado desde la Guerra de Irak que acababa envuelto en una intriga paranormal. Hay algo obviamente cinéfilo en cada novela de Marías. También en sus novelas juveniles, la otra vida del novelista bilbaíno que ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y juvenil 2006 por Cielo abajo y el Gran Angular de Literatura Juvenil 2008 son Zara y el librero de Bagdad.

Aún más duro fue Arde este libro, su último libro. Allí, Marías retrataba su juventud en paralelo a la vida de Verónica, su novia de aquellos años: la Malasaña de los años 70, los delirios de grandeza postadolescente, el alcoholismo romantizado, los años perdidos en la pedantería y la cinefilia... El desenlace de aquella historia era aterrador: Verónica se perdía en el alcohol mientras que Fernando, que le había iniciado en la vida bohemia, lograba salvarse para cargar con su recuerdo. La literatura era la redención.