OBSESIÓN DE RADIOAFICIONADO.  

                                                              Por J. I .Velasco Montes

 El receptor estaba terminándose de montar. Las piezas, tal como viene indicado en el folleto del kit, han sido soldadas al circuito impreso y sólo dos piezas, las más voluminosas, quedan por colocarse. Sus huecos, con los taladros vacíos, muestran los topos que esperan el estaño.

 Coloca en primer lugar el condensador variable, dejando perfectamente sujeta la cuba del estator y los cables de salida que suelda con precisión. Comprueba satisfecho como el largo mango hace girar el rotor y las placas se deslizan, paralelas entre sí, variando la capacidad.

 Sonríe satisfecho: en un momento podrá escuchar lejanas emisoras. Coge la bobina para colocarla en su sitio y con el nerviosismo, roza el soldador. Una brusca contracción acompaña al grito de sorpresa por la sensación urente de la quemadura. La bobina cruza la habitación y rebota en varios sitios antes de desaparecer de su vista. Pasa la lengua por el enrojecido punto donde, una vez más, el soldador ha dejado su huella y levantándose se dispone a recuperar la bobina. Nota que pisa algo crujiente que se aplasta bajo su pie. Al levantarlo contempla con pena como el cilindro de cartón cubierto de laca, con sus devanados de sedoso hilo, ha quedado deforme, aplastado, como una caricatura de su anterior estado.

 Frunce el ceño en un gesto de infinita amargura. Es un fastidio inesperado. Una bobina de sintonía aplastada puede alterarlo todo, se dice tratando de dominarse. La recoge con cariño y se dedica con amor y sumo cuidado a rehacerla. El cartón, aplastado y agrietado, sin la tersura y rigidez que le daba la laca, ha dejado sueltos a varios de los anillos de incontables vueltas de fino hilo con macarrón de seda. Con un palo cilíndrico y los alicates recupera la forma del cartón. A base de paciencia va llevando cada anillo a su sitio. Unas gotas de Cyanolit y todo va quedando con un aspecto casi inmejorable. Finalmente lo rocía todo con un spray de laca para el pelo y espera, impaciente, a que seque.

 Después, con cuidado, mete las patas en los taladros, pasa los hilos por los orificios, y suelda todo el conjunto. El ansiado momento ha llegado. Su primer equipo, para el que ha ahorrado y estudiado durante meses, va a darle la gran satisfacción del estreno.

 Conecta las pilas e inserta el Jack de los auriculares en la hembra. Un zumbido se escucha de inmediato. Empieza a girar el vástago del condensador variable buscando sintonizar una emisora. El ruido de la heterodinación va cambiando conforme las armaduras se deslizan variando de posición y, súbitamente, escucha una voz que habla con emoción. Más que hablar es un grito de auxilio, comprende de inmediato por el tono. Pero el volumen es bajo, apenas perceptible, como si la fuente de emisión estuviera muy lejana. Presta atención...

 -... si alguien me escucha, si alguien me puede ayudar...-

Emocionado, mueve la mano para girar el potenciómetro del volumen. Al hacerlo roza la bobina y uno de los anillos, un nido de abeja, se desprende del pegamento y se desliza hacia abajo. 

 La lejana voz es sustituida por un agudo chirrido. Grita como un poseso. Su mano coge el anillo y lo desliza hacia arriba y abajo escasos milímetros tratando de volver a captar el SOS. Pero es inútil. Durante unos segundos, en uno de los movimientos puede escuchar de nuevo unas palabras...

-... socorro, repito de nuevo, estoy...-

 La inestabilidad del nido de abeja le hace perder de nuevo la señal. Lo gira, lo sube y lo baja, pero no logra escuchar la lejana voz. La ha perdido. Se siente angustiado, irritado, nervioso. Su frente se cubre de finas gotas de sudor. Las manos, temblorosas, agitan el anillo en febriles movimientos. Uno de los finos hilos de la bobina se rompe y por los auriculares sólo le llega un suave zumbido de corriente alterna. Lo suelda con dificultad y vuelve a deslizar, arriba y abajo, el anillo buscando la radiofrecuencia perdida. Pero ésta no aparece. Chirridos, chasquidos de estática y zumbidos inconexos son todas  las respuestas que le devuelven los auriculares.

 Horas después sigue, ajeno a todo, moviendo la bobina. Su mujer le llama para comer, y un berrido patológico es toda su respuesta.

 Permanece varios días intentándolo, obsesionado. Sin comer ni dormir, sin atender nada que no sea escuchar y mover estereotipadamente el anillo de la bobina. Debe encontrar, localizar y ayudar al  al que se encuentra lanzando  un Mayday.

 Cuando llegaron los hombres de blanco y lo cogieron en volandas, se abrazó a su aparato y se lo llevó con él. En la ambulancia siguió tratando de sintonizar la estación que lanzara el SOS.

 Años después, en su celda del manicomio, sentado ante la mesa, delante del ajado aparato, sus manos repiten incansables los movimientos de deslizar el anillo de la bobina, arriba y abajo, mientras su deteriorado cerebro sigue tratando de escuchar una voz perdida en el tiempo.

                                                                  FIN

                   Marbella - Julio -  2017.

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