Ruth friega los platos. Escucha llegar el motor del Corolla 97, color champán. Su marido se baja reprendiendo, de manera poco entendible a su hija adolescente llamada Esther. “¿Qué pasará con la nena?” pensó para sí misma, mientras observaba la escena desde la pequeña ventana Miami que le quedaba justo frente a la cara.

 
“Mira, Rutie, qué cosa máh bonita”, vociferó el hombre al entrar por la puerta para que su mujer y todos en la barriada lo escucharan. “Qué bueno que me dio con pasar a recogel a la títera ejta despuéh de la cita en La Refolma. Si no eh así no noh damoh por enterados.” Esther, quien no había pronunciado una sola palabra durante todo el trayecto, ni la pensaba pronunciar durante lo que le restara al padre de sermonear, tomó asiento en una de las sillas del comedor, pues irse a encerrar a su cuarto, que era lo que en verdad le provocaba hacer en ese momento, alimentaría más la ira del evangelista M.I. “Sale de aquí con la falda donde Dioh manda y la encuentro con medio mujlo pol fuera. En vel-lá ej que hay que ser bien sinvelgüenza, ¿ah? Esah cosah no son las que te enseñamoh en esta casa, Esther.” Cuando la madre se dio cuenta, al igual que su hija, de que aquello sería para largo, aprovechó para ir a destender la ropa de la verja ciclon fence de al frente de la casa, donde exhibía semanalmente la colorida estampa barriadezca de toallas con encajes, camisetas promocionales, pantalones de poliéster de Donato y… faldas y más faldas, ya que la pareja tenía seis hijas y dos varones. Evitar hijos no era una alternativa para ellos. Todos y cada uno de ellos habían sido nombrados en honor a siervos bíblicos de Dios (a Él toda gloria y toda honra).


“Mera, si yo no te digo esto pa atribularte ni pol montártela, mija. Yo sé bien de lo que te hablo, si antes de yo sel levantado pol Jehová, yo tenía un punto (la gloria sea para Jesús. Saaanto) y en este mismito barrio. Yo sé cómo eh que piensan los hombre de lah chamaquita provocadorah que andan cucando al diablo por ai. ¿Qué ca… (¡Ay! Jesú, peldóname, pol poco esta hija mía me hace hablal malo) ¿Qué carimbos ganah tú con andal enseñando tuh rodillas?; ¿Alguna veh tú ha vihto a la pastora con una falda que no le llegue a lah batata? No ¿vel-lá?; y esa sí que eh una varona de Papá que vive en unción. ¿Entonjeh?” gritó a la vez que dejaba caer las manos cruzadas hasta que ambas fueron a dar en un golpe seco contra los costados de su propio cuerpo.


Esther tampoco tenía claro el efecto satánico que pudieran tener un par de rodillas flacas y huesudas a la intemperie, pero se sentía un poco libre y autónoma dándole tres vueltas a la cintura de su falda de tabletas a cuadros, se sentía menos pentecostal, se sentía más adolescente, ¡y eso le gustaba! “¿De qué me falta enteralme ahora?” continuó el padre en su letanía, montado en tribuna “de que ejtá fumando o ejcapándote pal cine con tus mundanas amiguitas, ooooooooo… amiguitos? Meraaaaaa…. ¡Jaiii! mira, Esthercita, que yo no me entere de una cosa así, polque me puedeh hacel peldel la comunión y yo soy un varón de Dios que tengo que velal pol mi testimonio y pol er de la iglesia, al igual que tú, polque ereh hija de un evangelista, que no se te olvide.”


“Si nosotroh vamoh a la iglesia toh loh día, se te ha leído la Santa Biblia dejde que ejtabah en el vientre de tu madre, se te ha criao en el amol y el temol a Dioh. En ejte hogal siempre se ha puejto a Jesucrijto pol encima de toh (¡Ay! Santo)” dijo retorciéndose “Siento la presencia de Dioh” y parecía que recibía una descarga eléctrica que le cruzaba de un brazo hasta el otro, haciéndole sacudir el pecho, trotar un poquito y apretar los ojos mientras movía su cabeza de lado a lado como en negación y levantaba su mano derecha un poco más calmado “Ay sucucu gualbasabara, cumbaqueyuque doteri flai cun cún. Graciah Señol.” Abrió sus ojos aguados de la emoción, luego del breve trance, se reincorporó y se dispuso a retomar su discurso.


“El Señol me habló, me dijo que llamara a mano Isaac y pidiera una disciplina para ti en la iglesia? Qué velgüenza, aquí que siempre se te enseña con el ejemplo. ¿Qué deja el mundo, Esther? Naaaaah ¿Qué deja? No te puedo juntal con el mundo ni imital lah cosah de loh mundanoh. ¿Pero en qué planeta tú te cré que vive, criatura? Ejto toh ej una peldición, la gente piensa mah que en bebel el meao ese der diablo, al que llaman celveza. Igual que la droga, los antros, los bareh, lah dijcoteca y hahta lah univelisdadeh con ese montón de profesoreh hijoh de Lucifel que no creen ni en la luh eléctrica. ¿Tú veh lo que yo te digo, mija? Una cosa lleva a la otra. Tu mai y yo ayunamoh y dejamoh la rodilla pol toh uhtedeh, pero tú no puedeh ofendel a Dioh polque un pecado te llevará al otro, mija y, acuéldate que te lo digo, vah a peldel la unción, si te tirah pal mundo vah a regresar con siete legioneh de demonioh y despueh te va a sel bien difícil regesal a loh caminoh del Señol. El Pastol ejtá ronco ya de repetil eso. ¿Tú no te quiereh ir con nosotros el día del rapto? Si Dioh viene ehta noche pol su pueblo te quedah, nena, pol estal hecha una calnúa. No se puede vivil en la calne, sino en santidá, eso eh lo que agrada al Señol.”


En ese momento entró la madre con el cesto plástico de ropa limpia en las manos y al percatarse de que aún su marido discutía, exclamó “Pero, Juniol, ¿Todavía con la mihma cantaleta?” y sin más aviso ni pereza alguna, el hombre sacó la mano desde atrás, estrellándola en la cara de su mujer. El cesto dio tres vueltas, cayó en la sala. Una pantaleta 3XL en el abanico de techo, una toalla sobre la mesa de centro, una mujer en el piso, el semblante impávido de una hija que ya está acostumbrada a esa escena, un hombre que levanta a su mujer de un brazo y le dice “Ya veh lah cosah que hace el diablo, nena. Vete, buhca el aceite Mazola, vamoh a ungil esta casa, que ehta muchachita ha llegao de la calle con maliciah pegah”.

Esa noche no pudieron ir al culto debido a la media cara hinchada de la madre. A Esther ya se la había permitido retirarse a su cuarto, donde soñaba, mientras sus padres oraban tomados de la mano en su cuarto. Soñaba con cumplir su mayoría de edad para poder beber orines enlatados, soñaba con usar pantallas, soñaba con poderse ir al cine usando una falda bien, bien corta, acompañada de un tipo bien, bien mundano y carnú, Soñaba con poder hacer cualquier otra cosa que no tuviera nada que ver con ese Dios al que su familia le había presentado.

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