Picasso
A lomo de mi vieja altiplanicie
marco esta huella insondable del 43.
Como si al acuñarla defendiera el peso
que he logrado rescatar,
de la estiba y desaliento.
Puedo saltarme agujas legendarias
para ocupar el maderamen de un desnudo,
ampliando cada curva comensal
que interviene en las caídas realzadas
o ascensos destapados para olerlos.
Pero antes, mancho de entusiasmo
y deposito mi alcance temerario.
Aquí es donde descorcho la cubierta
y ensalzo cielos, sin condensar siquiera
cualquier duda que deje sus volutas.
No sé cómo bajar los péndulos
extrarradios de la voz.
Dejo morir tantos brotes de fracaso…
y luego, cuando las amarillentas mejillas
dejan de redondear la claridad,
espero su otra cara incompatible;
sorprendida por pespuntes luminosos
de nocturnidad taimada,
dedicada a reducar la inexplorada soledad.
Las perlas ya no valen de ese mundo real
ajeno o henchido de supuestos.
Por eso acampo en mi cabeza abreviada
y termino echado en el espacio destronado
atestado de sosiego.
Dificulto el triste lema feudo
que habita entre las piedras
sobadas por un juicio de erosión.
Y traduzco sin saber
los trajes resumantes del camino,
donde avanzan tantas grietas
contempladas en la desaplicada falda
de esta primavera, sin los netos zapatos
de escalar hacia el futuro.
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