The lost Spy
Andrew Meier
Hardcover: 416 pages
W.W. Norton & Co. (August 17, 2008)
ISBN-10: 0393060977
Historia de la Unión Soviética, historia del partido comunista norteamericano, historia del espionaje soviético en Occidente, stalinismo, historia de las relaciones entre los Estados Unidos y la Unión Soviética antes de la guerra fría, inicios de la guerra fría, historia de China y Manchuria
Andrew Meier es un investigador asociado al Cullman Center for Scholars and Writers at the New York Public Library, habla ruso con fluidez y es autor de otro libro sobre Rusia: Black Earth: A Journey Through Russia After the Fall, en que a través de una matanza perpetrada por parapoliciales rusos sobre una aldea Chechena el año 2000 describe la Rusia posterior a la caída del Bloque Soviético y anterior al ascenso de Vladimir Putin.
En este texto Meier sigue en un territorio que le es familiar, el de los secretos de estado rusos, enterrados en archivos a los que se suele acceder más fácilmente gracias a la corrupción, una botella de whisky le abrió unos interesantes dossieres sobre el personaje estudiado, que a través de las rutas administrativas habituales.
El personaje de este libro, Cy Oggins, era el hijo norteamericanizado de emigrantes judíos rusos ––Cy en realidad es la abreviatura de Isaiah––. De joven, a poco de acabar sus estudios y antes de iniciar su licenciatura se hizo comunista en vísperas de la Gran Depresión, se casó civilmente con una activista del partido que como él era judía de origen ruso, se puso a las órdenes del Comintern, llevó a cabo misiones de infiltración y espionaje en París, Berlin, extremo oriente, el protectorado japonés de Manchuria, antes de ser detenido con un pasaporte falso en Moscú y por motivos sobre los que no pueden hacerse sino suposiciones, en tiempos de las grandes purgas estalinistas. Localizado en el Gulag por la Embajada Norteamericana poco después de su detención y condena a ocho años de prisión, fue visitado de forma regular por representantes de la misma, a los que nunca confesó nada de su pasado o que pudiera ser perjudicial para sus captores, antes de ser asesinado extralegalmente en 1947, al principio de la Guerra Fría y a poco de que se cumpliese su sentencia de cárcel.
Durante el breve deshielo que siguió a la caída del Bloque Soviético y precedió a la llegada al poder de Vladimir Putin, Meier encontró su historia y tuvo acceso a algunos de los multiples archivos que dentro de Rusia ayudan a reconstruir la historia de este agente de la Comintern, convertido en espia de la GRU, antecesora de la KGB.
Para contarnos la historia de Oggins el autor necesita explicarnos la historia del radicalismo en los Estados Unidos, el 'red scare' posterior a la Gran Guerra, la creación del Partido Comunista Norteamericano y sus organizaciones de masas, las peleas internas dentro del mismo decididas al final por Stalin en persona ––Oggins, al parecer partidario de un tal Foster––; pero también la organización e historia del espionaje soviético durante los años que siguieron a la revolución, cuando este no retrocedía ante el secuestro de opositores fuera de sus fronteras o al asesinato de los mismos; la persecución de los rusos blancos, Oggins vigiló de cerca, tal vez para tratar de asesinarlo, a un pariente del último zar en París; la persecución de los troskistas; el espionaje en el Extremo Oriente ante la posibilidad de entrar en guerra con Japón que condujo a Oggins al estado títere de Mandchukuo y, finalmente, el sistema carcelario soviético en el que Oggins entró.
A lo largo de sus distintos destinos Oggins y su esposa vivieron como acomodados expatriados norteamericanos, amantes de las artes o comerciantes de antigüedades, y participaron en misiones de espionaje, vigilaron a exilados, falsificaron o ayudaron a falsificar monedar norteamericana, vieron desde primera fila la destrucción de la socialdemocracia alemana por el trabajo común ya que no necesariamente coordinado de los partidos comunista y nazi; asistieron de lejos, y al parecer sin dudar nunca de la causa o sus jefes, a los Procesos de Moscú y la liquidación de los primeros bolcheviques, hasta que finalmente le llegó el turno a Oggins de ser detenido y juzgado.
¿Por qué fue Oggins detenido y condenado por espionaje contra la Unión Soviética? No está realmente claro y el autor sugiere que la explicación más lógica es que fue liquidado porque el jefe de su red había desertado a Occidente y liquidar a sus subordinados era el proceso habitual en el Moscú en aquellos tiempos. El por qué fue asesinado poco antes de acabar su condena es algo quizás más claro: su puesta en libertad coincidió con el principio de la guerra fría y Moscú no quería otro ex-espia soviético frente a las cámaras norteamericanas. ¿Por qué finalmente su esposa, cuando ella regreso a los Estados Unidos, no protestó contra su detención? Para el autor es evidente que para ella, comunista desde su primera juventud, hacer eso hubiera supuesto traicionar al partido y por ello prefirió callar, como antes había escogido abortar su primer embarazo al ser este incompatible con su vida de espia. Una de las últimas escenas del libro consiste en un video de ella, grabado poco antes de morir, en que se reafirma en los ideales de su juventud y de su esposo sólo comenta que "era un hombre interesante que murió joven."
En cualquier caso y para reconstruir la historia de un idealista convertido en espia, Meier recorre los archivos soviéticos, los norteamericanos, busca los pocos datos que de él quedan dispersos en distintos centros administrativos, hasta que las notas llegan a ocupar una tercera parte del libro. Contacta también con el único hijo del espia, Robin Oggins, un profesor de historia a punto de publicar un libro definitivo sobre el arte de la cetrería medieval, y habla con este, que al descubrir a través del autor el pasado de su padre comprende el por qué de su infancia viajera, de su nombre andrógino ––que permitía durante los viajes presentarlo como niño o niña indistintamente––, de su adolescencia sin padre. Es obvio que a pesar de los peligros que corrió, e hizo correr a su familia, Meier no deja de simpatizar con el espia, a pesar de todos los horrores que se cometieron en aquellos tiempos en nombre de su dóctrina y de los que él tuvo que tener conocimiento. La fe ciega de la esposa del espia es comprensible… si traiciona… si cede, todo habra sido en vano… pero la simpatia del autor hacia unos personajes que más allá de su buena fe participaron de una serie de conductas y conspiraciones destinadas a facilitar el triunfo, incluso en su país, de una dictadura que ellos sí sabían criminal y capaz de matar hasta a sus propios fieles es más incomprensible ¿Mostraría Meier la misma simpatía hacia un expia del eje igualmente idealista? ¿Siguen teniendo los comunistas una carta de Get me out of jail hasta en los libros en los que se les ve claramente culpables?
La biografía de Oggins acaba por ser la de su movimiento y sus ideas, un socialismo revolucionario y un partido comunista norteamericano hoy olvidados pero que en los años anteriores al Crack de 1929 y el New Deal de Roosevelt crecieron y llegaron a ser fuerzas, no por perseguidas menos influyentes, en la vida política y cultural de numerosos centros urbanos e industriales de los Estados Unidos. Es curioso que el libro que indica que el espionaje soviético actuó realmente en Europa Occidental y los Estados Unidos y lo además lo hizó para un régimen autenticamente brutal, como lo demuestra el trato dado a sus propios agentes ante simples sospechas, no deje de intentar presentar las actividades de Edgard Hoover y los otros anticomunistas de aquel tiempo como motivadas ante todo por la paranoía y el complejo prosecutorio.
Pese a ello es un libro interesante. A través de la vida de un creyente, junto las actividades del Comintern en época de Stalin, este libro recupera también un pedazo de eso que se ha dado en llamar americana que tiene poco que ver con los retratos habituales de la sociedad estadounidense de preguerra: la vida en los centros industriales antes del New Deal, las comunidades emigrantes aún sin integrar, y los comunistas norteamericanos esos, afortunadamente, grandes perdedores de la historia.
jcc
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