TIERRA ROTA
Fábula de cinco estampas en hexámetros dactílicos rimados
MARIANO LISA ESCANED
I

Bajo la cúpula extensa, que es copa de un pino, recuesta,
sobre la costra ya vieja del tronco, su espalda de fresca
línea un niño, que crea una flauta de caña, de envuelta
verde vestida, con presta navaja y con maña ligera,
mientras los campos verdean con tallos de espigas hoy tiernas.
Pían las aves aéreas notas de amor y resuenan
dulces los trinos, que trenzan con luz la mañana primera.
Se abre en azul la cubierta del mar, como fondo de escena
de égloga escrita con metro latino y sutil de belleza
clásica. Lejos repican campanas de armónica regla.
Puesta en su alto trono, reina absoluta, sin nubes con prieta
luz sin contraste, la estrella señora de nuestro sistema.
Ya es mediodía. Ya suena la flauta que el niño ya hiciera.

II




Cálculos. Datos. Facturas. La urbana oficina procura
cuentas sin cuento y premura en ganar plusvalía de usura.
Todo complota y conjura en la blanca oficina impoluta
contra la Tierra desnuda y el pueblo a jornal que la cuida.
Trazos inicuos dibujan las líneas de una figura
hosca de abstracta escritura simbólica estricta y segura,
para explicar la estructura de un obra que sola tritura
una longeva cultura de amor a la Tierra fecunda,
Es obra grande. Ninguna piedad considera y conculca
toda razón y postura que no dé ganancia segura.
Este proyecto de ruina presenta una vida futura
menos humana y abunda en conceptos mortales de lucha
contra cualquier andadura que ponga el capital en duda.

III




Tañe su rústico cuento la flauta siguiendo sus huecos.
Suave y a un tiempo con fuerte soplido, el muchacho su aliento
lanza seguro y sin miedo su canto de campo sincero.
Brilla el durazno primero en la rama como el verde suelo.
Fresca es la flor con sus pétalos blancos, que anuncia en el huerto
peras de almíbares densos el próximo otoño risueño.
Muestra contento el almendro a sus hijos en cofres envueltos.
Mandan cabellos al río los sauces en frescos sahumerios.
Cubren el agua reflejos del prado y parterres pequeños,
donde se forjan los sueños fragantes de buenos labriegos.
Cavan y podan. El riego desatan y cierran a tiempos.
Bajan y suben al pueblo muy cande de cal bajo el cielo,
como en la estampa de ingenuo dibujo de un viejo evangelio.
IIII


Órdenes vienen en punta con guantes de blanca sutura
de la peor catadura. Las máquinas fuertes empujan
tierras que fueron altura y tapan la alegre verdura
prístina de alma hermosura hortelana con furia importuna.
Cubren los suelos de oscuras entrañas y savia fecunda
capas de gruesa grisura monótona de obra, que pública
llaman, por más que la usura de manos privadas la abusa.
Roban al valle la fruta de varia y sabrosa dulzura.
Ya no habrá más aceitunas, ni trigo, tampoco uva alguna:
sólo cemento. Inaugura un jerarca y su corte esta tumba,
donde se entierra y se anula una buena y antigua cultura;
donde un cadáver se oculta sin nombre y se calla una cruda
guerra sañuda y global contra el pueblo que trabaja y suda.




V

Suave la flauta, en los dedos y boca del niño, da al viento
un dilatado lamento, que juega con rústico acento
dulces canciones de ensueño y de amores sabrosos y atentos.
Manchan la atmósfera pura estridores mecánicos. Una
rápida máquina turba y perturba en su forma de fuga
todo el paisaje que apura sin goce con grande y estúpida
prisa. Aquí pasan factura agresiva con soberbia cruda
firmas de cáscara dura con mente vacía y obtusa.
Vuelan las sombras, cubriendo las cumbres que ponen en cerco
corto este valle de nuestro cantar. Se levanta ligero
nuestro muchacho. El lucero vespral sonríe al Sol postrero.
Vuelve nocturno el silencio. Su viola los grillos perdieron.
Se oye el son solo del viento. La muerte trajera un progreso
falso. Se escucha a lo lejos a un perro ladrar su lamento.

Barcelona, 28 de octubre de 2011 a las 18:50.
MARIANO LISA ESCANED