EL CARGO DE CONCIENCIA
DE ANTONIO GONZALEZ
Alvit Oillart

Alto, robusto, de mirada profunda. Tez oscura y reseca por el sol. Manos rudas con huellas de sangre. Hombre astuto, endiablado y sanguinario. Perseguidor de su presa hasta atraparla en el ínfimo rincón del mundo, para golpear su cuerpo y gozar al ver en los ojos de la víctima el terror y cuando indefensa en los últimos minutos de la muerte agoniza en el suelo, el hombre descarga su ira con fatales proyectiles directo al corazón.
Ningún arrepentimiento. Ni siquiera perdonó a el niño que reclamaba justicia. No le conmovieron sus lágrimas que en la tierra caían implorando la vida. No tembló su espíritu cuando con sus sucias manos empuño el fusil y un dedo calloso apretó el gatillo. La justicia era él y se creía un dios.
Y así fue...por los caminos, dándole la espalda a su conciencia. y desde ese momento fue ella, ella misma, la que convertía en pesadillas sus
sueños y al clarear el día, la mirada del niño lo acompañaba cuando iba en busca de otras víctimas.
Su imagen se le presentaba como un fantasma que se transformaba rápidamente en serpiente la encontraba debajo de una piedra o desde lo alto de un árbol se convertía en una yarará para caerle sobre sus hombros tratando de ahorcarlo.
Las visiones se confundían con la realidad. El río se convertía en sangre cuando iba a beber sus aguas.
Su cabeza daba vueltas y el licor rebalsaba en sus entrañas. Deliraba, gritaba, maldecía. La respiración se le tornaba más acelerada.
Los que estaban a su lado, lo dejaron solo. Él, ni siquiera notó su ausencia.
Los días pasaban y ya no dormía por miedo a soñar. Acunaba el arma en su regazo y disparaba a todo lo que se moviera.
El viento se desperezó y su caballo huyó asustado. La última bala de Antonio González lo alcanzó entre los árboles y se desplomó en la oscuridad.
El final de la tragedia había llegado. No pudo más. Y quiso matarse y buscó entre sus alforjas y encontró un arma. Apuntó a la sien y ... Las manos le temblaban. Por primera vez fue un cobarde.
Se arrodilló y comenzó a llorar de rabia, de dolor, de impotencia. Sintió que un ángel a su lado también lloraba. Se arrastró por el suelo y tomo su vestido pidiendo perdón con sentimiento.
El ángel le dio la espalda y caminó hacia adelante. Luego, se detuvo y miró al cielo.
Él , se reincorporó a duras penas y con pasos apretados y tambaleante rezó
Un rayo atravesó el cuerpo del hombre arrepentido. Éste se derrumbo sobre la tierra árida. Su sombra cayó después, cubriéndolo un manto de humo.
En la inmensidad de la noche se oyó un grito aterrador. La maldad huyó por los caminos y en el pálido rostro de Antonio González se dibujó una sonrisa y sus ojos aún abiertos, brillaban en la oscuridad.




• Original Publicado en la Revista “Antiquísima Oeste” Dir: Domingo Ferrari
• De “TRAS EL MURO DEL SILENCIO” cuadernillo de cuentos y poesías.
(Esta obra ha sido corregida por el autor en años posteriores a la 1ra publicación en la revista)