Vida cotidiana
Por Arelí Chavira y Jesús Chávez Marín

Te confieso, Joel, que alguna vez me he visto desde afuera e imagino que hubo un padre cercano y que la vida transcurría de otra forma.

Con sus cinco años burbujeándole por todos lados, sentada en la alfombra de la sala, Alba mira a papá y mamá con ojos ávidos de atención; ellos parecen no percatarse, están inmersos en la plática. Observa en especial a su padre, no quiere decir que ame un poco menos a su madre, quien siempre está cuidando de ella y de sus raspones, sus rodillas son como una orografía accidentada, solo que su padre es un súper héroe: tan alto y fuerte que puede levantarla por los aires y hacerla volar como los pajaritos que revolotean en el parque; con ojos grandes, oscuros y expresivos, que la miran con amor infinito, y esos brazos que al rodearla de cariño la guardan de todo mal, son como un escudo igual al del Capitán América. Su piel es color bronce, igual que el de ella; sus labios, rosados, cuyos besos le fortalecen el espíritu. En ocasiones, cuando necesita una dosis extra de valor para hacer las cosas rudas que proponen sus amigos, se lleva puesto un sombrero o una de sus corbatas.

La mamá de Alba es chaparrita, de piel clara y anchas caderas; su pelo es rizado y rubio; labios carnosos y provocativos. A decir verdad tiene un carácter fuerte y es un tanto seca con Alba, casi nunca le da besos o cariños, pero la ama profundamente. De su padre ha aprendido el arrojo, la valentía, la audacia, la seguridad; de su madre la sensibilidad, el carácter y el gusto por la música.

―Papá ―grita la niña, le urge aprender a bailar el trompo de madera, no puede quedarse atrás, el destino dispuso que en su barrio solo hubiera niños para jugar, y ella es feliz con eso.

―Papá ―se escucha de nuevo― no puedo.

Alba se entretiene con el trompo, se le ha hecho nudo la cuerda, aparta un momento la vista de sus padres. Al volverla, los sorprende en un beso. Por un momento la confusión se apodera de la niña, ¿qué está pasando ahí?, ¿por qué su padre está besando a su madre y no a ella?, ¿por qué no acude a sus urgentes llamados? Corre de inmediato hacia ellos y sin pensarlo se interpone entre los dos, separándolos:

―Papá, no puedo con el trompo, báilalo tú ―dice, y con fuerza tira de la mano de su padre.

―Ya voy, Alba, estoy ocupado platicando con tu mamá. Recuerda que debes de esperar a que los adultos terminen de hablar.

―Pero es que el trompo…

―Ven aquí a darte un beso, ahora espérame en la alfombra un momento, enseguida voy a jugar contigo.

El padre da un beso cariñoso a su hija y la encamina. Al poco tiempo regresa a su lado y le dice:

―En ocasiones tendrás que esperar, pero eso no significa que no te quiera con toda mi alma. Ya estoy aquí y estaré el resto de la vida contigo. Ven, vamos a jugar.

Luego, el padre se esfuma…

Yo, Alba, la verdadera, abro los ojos y murmuro: Sí, esa pude ser. Sin embargo, entre tantas vidas posibles, siempre elegiré la mía.