Fotografía Oscar Mtz. Molina

Cessna 185 (Toto il buono)

En una de las primeras escenas de la película italiana, -el milagro de Milán, del director Vittorio de Sica, se ve a dos hombres adultos vestidos de traje negro y abrigo gris, custodiando al pequeño Toto. Caminan hasta el orfanato, entran los tres. La escena sigue, la cámara está fijamente enfocada a la puerta; en la misma secuencia vuelven a aparecer los dos hombres de traje negro, salen y despiden a un joven. En apenas un par de minutos entró Toto niño y salió Toto ya un joven formal. Esa es la magia del cinematógrafo.

A las diez de la noche me acomodé en mi cama, hice por cuenta mía tres o cuatro ejercicios de respiración. Inhalación profunda, exhalación lenta. Encendí mi grabadora, escuché las instrucciones para meditar. El patrón de respiración, la concentración en los movimientos de mi tórax, el diafragma. Inhalación profunda, exhalación lenta. La imagen en la mente, Toto de niño. Vuelta al movimiento de mi tórax. Toto el niño a los pocos minutos y Toto ya joven. Y de pronto ante mí, mi propia infancia. En un salto hacia atrás, el encuentro del hombre de la tercera edad que soy ahora, con aquel niño que fui. El rancho de papá en Yajalón, aquellas tardes, tan húmedas y frías. Aquella neblina y sobre todo el sereno y el rocío que se turnaban para mantener las tejas de la casa con un continuo moho y un constante lagrimeo. Mi yo interior hecho niño. Cuatro o cinco años de edad. ¡Qué curioso verse uno mismo de ese modo! Me senté a su lado, lo abracé cariñoso. Al fondo la casa en la que vivimos. Pequeña y con techo de tejas. Allí estaba mamá muy joven y muy bonita, el canturreo eterno y su sonrisa. Allí también estaban mi hermana y Tere y José, las dos crianzas que nos cuidaban.

Y la pregunta de aquel niño que fui y que ahora abrazo.

-¿Cómo nos ha ido en la vida? Dice él, y al decir esto se queda un rato con la mirada fija en el yo de la tercera edad, en espera de una respuesta.

-Bien, le digo, nos ha ido muy bien, pero, como todos los niños, el "bien" no ha sido suficiente respuesta para su curiosidad.

Qué es "muy bien", preguntó enseguida él.

Levanté la vista y descubrí una poca de niebla subiendo o bajando, -no supe descifrar el sentido que llevaba la niebla, entre los árboles de juncia. Posé de nuevo mi vista en el niño, intenté frases como "hemos sido felices" y el reviraba enseguida con otra pregunta: "qué es ser felices"

Y de nuevo la angustia de este viejo por revisar y, sobre todo, condensar en una sola frase, -entendible para un niño-, lo que ha sido el sentido de toda una vida. El silencio entre nosotros. La tarde cubriéndose lentamente de un manto de oscuridad y frío. El sonido de las chachalacas volviendo para resguardarse debajo de aquellos árboles. El quejido de algún búho en espera de caza. Y de nueva cuenta la retórica en la búsqueda interna de hallar en el discurso, ese sentido de la vida y, el trayecto trazado desde aquellos tiempos. Volver la vista al pasado y verme de nuevo niño con aquellas puntuales correrías para mirar desde nuestra atalaya, -el beneficio de café, los aviones despegando o aterrizando en la pista del campo de aviación.

¡Quería ser piloto aviador! Pensé en voz alta.

En lontananza los lastimeros ladridos de los perros. Por el camino real de aquel rancho y ya casi en penumbra, la visión de mi padre acercándose.  Al reclamo de una respuesta, lo que más calaba en mí, no era la pregunta de aquel niño que había sido, sino más bien su mirada.

La noche ha sido larga, y aquí me tienen a las tres de la mañana, pensando en Toto, en -el milagro de Milán, en el niño que fui, en la casa del rancho en Yajalón, en aquellos sueños de la infancia, en la tercera edad que ahora vivo; a las tres de la mañana, desvelado y con ojos de venado lampareado, escuchando el sonido rítmico de las gotas de rocío resbalando por las tejas y golpeando contra el suelo.

Entre las brumas del sueño, el apagado sonido de un motor de avión alzando el vuelo, -un Cessna 185, pensé mientras iba cerrando los ojos.

©2021 By Oscar Mtz. Molina