Benjamín de la Selva llegó de su país, Nicaragua, a estudiar Arquitectura en el Tecnológico de Monterrey. Nos conocimos, pues, desde la primera clase. Amén de compañeros cotidianos, nos hicimos verdaderos amigos. En su caso no supe prácticamente nada de sus padres, sí en cambio de su tío, el poeta Salomón de la Selva. Y vaya si supe de él; les cuento:

Nuestro maestro de Historia de la Cultura fue el arq. Manuel Rodríguez Vizcarra. Notable maestro de grata memoria para todos los que fuimos sus alumnos. Para todos los que lo conocieron, seguramente.

El arq. Vizcarra sí tenía conocimiento de Salomón de la Selva y su obra. No sólo eso, se diría que amplio conocimiento y hasta cierta admiración. Nuestro maestro era además un verdadero promotor cultural, no sólo en el Tec sino en la ciudad de Monterrey. En la Escuela había creado una publicación de nombre Poesía en el Mundo, de la que supongo él hacía todo, pero se acreditaba a la Asociación de Estudiantes de Arquitectura. Confeso admirador de, -como él mismo decía.-, los tres Pablos: Picasso, Cassals y Neruda. Supongo yo que en ese orden. Declarado admirador de Igor Stravinski y su Consagración de la Primavera. Conductor de un programa de radio donde, hasta donde puedo recordar, difundía música clásica que complementaba con sesudos comentarios sobre obras y compositores. Stravinski de los más seleccionados, naturalmente.

 En Monterrey había un centro cultural de nombre Arte, A. C. Bien que lo recuerdo ubicado en la avenida Padre Mier, no en la parte céntrica sino en el tramo donde se prolonga la calle hacia el poniente de la ciudad. Ahí, en Arte A.C., solían hacerse las presentaciones de las ediciones de Poesía en el Mundo. No se tardó mucho el arq. Vizcarra para preparar un número con obra de Salomón de la Selva. No creo que el poeta se haya enterado, hubiera sido interesante que supiera que esa edición, y el implícito homenaje a su persona, seguramente se debió a que un sobrinillo suyo, de nombre Benjamín, llegó al Tec a estudiar arquitectura donde un maestro, difusor de cultura, aprovechó positivamente la circunstancia para editar aquel número y, además, que fuera leído por el propio sobrino del autor.

Así fue realmente. El arq. Vizcarra tuvo la feliz idea de proponerle a mi cuate Benjamín que él mismo leyera la selección de la obra poética de don Salomón de la Selva incluida en esa edición. A decir verdad, siempre creí que Benjamín no conocía mayormente la obra de su ilustre tío. Nunca por sí mismo sacó a relucirla, ni como conocedor de ella, ni como tema de orgullo familiar. Eran otros los poetas objeto de nuestras charlas literarias. No sólo Rubén Darío y Salvador Díaz Mirón, -por razones de paisanía entre otras-, había más así fuera en segundo término; don Salomón ni en tercero. Pero ante el arq. Vizcarra, Benjamín se “dejaba querer” y como que le seguía la corriente en cuanto a aceptar el “status” especial de sobrino de un eminente escritor.

Aquella noche de la lectura la recuerdo con beneplácito. Fue una velada literaria exitosa con buena asistencia de gente de la ciudad. Claro, abundaron los alumnos del Tec, singularmente los de Arquitectura y, obviamente, la flota de nuestro grupo. Desde luego, yo apersonado en primera fila para escuchar a Benjamín. Y el Benja vaya que no defraudó a nadie. Muy natural, sin el menor asomo de nerviosismo, hizo la lectura.

Benjamín en su dicción no tenía nada especial pero contaba con una manera de hablar un tanto peculiar, de una entonación obviamente distinta a la nuestra que, por cierto, a saber cómo la juzguen otras nacionalidades. En fin, sin alardes de dicción, sin afanes declamatorios, simplemente leyendo con naturalidad y esa voz algo pastosa que lo caracterizaba, Benjamín salió más que airoso de tan especial evento.

Tal vez fue así como en Monterrey se conoció por vez primera la obra de Salomón de la Selva, poeta nicaragüense tío de mi cuate Benjamín. Así la conocí yo mismo.
Pasados más de sesenta años, hoy revivo un poema titulado La Bala y aún me parece escucharlo en la voz de mi compañero de escuela y fugaz amigo de vida.

La bala que me hiera
será bala con alma.
El alma de esa bala
será cómo sería
la canción de una rosa
si las flores cantaran,
o el olor de un topacio
si las piedras olieran,
o la piel de una música
si nos fuese posible
tocar a las canciones
desnudas con las manos.
Si me hiere el cerebro
me dirá: Yo buscaba
sondear tu pensamiento.
Y si me hiere el pecho me dirá:
¡Yo quería decirte que te quiero!

Hasta donde mi memoria alcanza, ni Benjamín ni yo escribíamos entonces algo de tipo literario. Al menos yo no, y si el Benja lo hacía no lo compartió conmigo, cosa que no creo. Pero yo sí sabía que él, en sus tiempos de bachillerato, solía escribir algo creativo como motivación personal, o bien como respuesta a deberes escolares. Poesía en particular. Sea cómo haya sido, sus maestros del ramo de literatura en el Liceo donde estudió, lo tenían en alta estima.
Después de unas vacaciones pasadas en su tierra, Benjamín regresó al Tec y compartió conmigo sus experiencias de ese lapso. Había ido a visitar su querida escuela y a charlar con sus antiguos maestros. Evidentemente, recibió comentarios laudatorios. Aquella experiencia gratificante la sintetizó en una sencilla estrofa que, con gran satisfacción, me dio a conocer. Se me quedó en el recuerdo:

Me siento pez en el agua,
ya no soy anacoreta;
en el Liceo de Managua
¡me han llamado Poeta!

Hoy, más de 60 años después, evoco con satisfacción mi amistad con Benjamín de la Selva, sobrino del poeta nicaragüense Salomón de la Selva. Rememoro aquella lectura literaria en Arte, A. C. Revivo nuestras charlas sobre Rubén Darío y Salvador Díaz Mirón. Extraño los tarros de cerveza que tomábamos en algún lugar cercano al Tec, en noches caliginosas de verano.

Me complace concluir esta evocación con la sencilla, significativa estrofa, escrita por Benjamín.

Y siento cierta envidia. Obviamente no de la mala, tampoco de la que algunos piadosos llaman de la buena, sino de esa muy especial y única que yo describo como de la cordialidad. La sentida por la valía personal y por los logros de alguien que se estima.

Acaso porque yo no he dejado de ser un tanto anacoreta.

Acaso porque a mí… ¡nadie me ha llamado poeta!

J.A.C.