Teatro de Antonio Zúñiga en la ciudad de Chihuahua

Por Jesús Chávez Marín

Con golpes y tortura en la oscura mazmorra de una prisión clandestina, y con el galmour y el lujo de una boutique exclusiva que se abre de par en par ante la visita de La Señora, se conjugan los componentes de una trama en la que compartimientos estancos del poder económico mexicano, tanto el empresarial como el oficial, se ven iluminados por las intermitentes lámparas de la reflexión artística. La obra de teatro donde sucede la acción es La señora del Chanel número 5, del dramaturgo Antonio Zúñiga, dirigida por Rodolfo Guerrero.

En la sala Subterráneo, ubicada en la calle Séptima, entre Aldama y Victoria, la propuesta escénica halló su espacio ideal: el sofocado sótano de una vieja casa de adobe y cantera, que resulta buena metáfora de la supuesta penumbra donde se teje grueso y delgado el poder político mexicano. Aparecen dos jóvenes agitados y nerviosos que se proponen robar una carta “de Los Pinos” muy comprometedora para el futuro político de su abuela de ellos, que para colmo de males resulta ser la inefable Elba Esther Gordillo.

Temblorosos y atléticos, consiguen su propósito saltando como chapulines y topándose con las paredes, gritando alaridos y verdades. Los dos actores Iván Mena y Alberto Simental le echaron mucha crema, sobreactuaron moviéndose como hilachos y en ocasiones (por fortuna, pocas) hasta declamaron con aquel tono marca Fernando Saavedra que se quedó en esta ciudad ya demasiado tiempo, nuevas generaciones: ¡alerta!

En el segundo cuadro aparecen dos actores con más seguridad en su presencia escénica, Alejandro Navarrete y Rogelio Quintana, los míticos agentes judiciales que en esta época oscura son ya personajes de costumbrismo cotidiano. En los parlamentos de estos señores se siente la fuerza poética y simbólica del buen libro dramatúrgico de Antonio Zúñiga; en la hábil mezcla de hiperrealismo y fantasía del poder. El clásico interrogatorio del prisionero marca el desarrollo de la trama: sabemos que el otro joven murió, y que este otro aún trata de ocultar las evidencias y espera la misericordia de una dama fría. La misericordia que no vendrá.

En el tercer cuadro, el contraste. Las magníficas actrices Tania del Castillo y Rosa Peña desarrollan una conversación llena de ironía y de amargura. Aquí vemos a la clásica trepadora de empresa privada que a pesar de ser tan joven ya conoce y maneja los hilos de su ascenso en el sistema. Y a la otra que ve el declive de su propia carrera, mientras ambas esperan nerviosísimas la llegada de La Señora, para cumplirle sus caprichos y sobre todo los más extravagantes, para eso viven y por eso andan con el alma en un hilo.

Pero luego de ese breve descanso visual con la luz y el adorno, vuelven los guardias del mal; en la oscuridad más sórdida, el interrogatorio pasó a tortura y se compone el clímax de esta obra a ratos muy despiadada. El joven es casi ahogado en una hielera con agua, la actuación de los tres actores es magistral. Porque además los diálogos entrecortados tienen un dramatismo impresionante y una carga de verdad puntillista, expresionista, muy dolorosa porque los espectadores nos reconocemos en esa extremada violencia.

La grabación de sonido con un discurso de Elba Esther Gordillo, tomada de un noticiero, se oye en algún momento de esta puesta en escena. El tiempo histórico de la obra es anterior a su caída, en la plenitud de su poder y también en el declive de sus altas negociaciones. Su legendario vicio por los vestidos caros, los perfumes lujosos, serían el contraste con el dolor y la sombra que existe en las intrigas del poder.

Un texto de gran poderío verbal y simbólico, un cuadro de actores que alcanzaron un aceptable sentido artístico, una sala un poco claustrofóbica pero de gran dignidad, y un completo aire contemporáneo, hacen de esta puesta en escena una buena experiencia, y bastante nueva para los espectadores de ciudad Chihuahua.

Febrero 2014