Cuento tomado de mi antología DESDE MI VENTANA, y derivado de la novela corta ENVIOS RAPIDOS (publicada en LEATODO.COM)

"Ese día usó el transporte público para llegar al lugar, esto era inusual. Apenas si tardó diez minutos. Al contrario de su rutina diaria donde gastaba treinta minutos recorriendo a pie aquellos barrios residenciales que estaban rodeados de parques. Se bajó en el centro comercial. Llevaba una bolsa de comestibles donde había tocino, jamón, pan, huevos, fresas y unos sobres de café importado; todo lo necesario para el desayuno.

Llegó a la calle aledaña al call center, pero no se detuvo. Continuó su camino y después de recorrer un par de cuadras, se encontró frente a un edificio de tres plantas, que tenía unas palmeras enanas a la entrada. Abrió el pequeño portón y subió hasta el último piso.

Pero al llegar a la puerta del primer departamento, se detuvo a tomar aliento. Se disponía a tocar el timbre, cuando tuvo un acceso de duda. ¿Era esto lo que quería?... ¿qué implicaría cruzar ese umbral? ¿Estaba a punto de encarar una tentación? ¿O solo se imaginaba algo que nunca sería?

Habría permanecido de pie unos minutos interminables dejando que sus preguntas lo acosaran y lo obligaran a regresar por donde había venido, si no hubiera sido interrumpido por la dueña del apartamento que abrió de repente.

- ¡Te vi desde la ventana!... ¿Por qué no llamaste? – reclamó ella con una expresión pícara.

Su agilidad mental siempre fue prodigiosa, pero tuvo un momento de vacilación, por lo que contestó:

- Estaba pensando si no se me había olvidado nada...no quiero bajar a comprar a la tienda.

Ella lo observó con suspicacia, pero fingió creer la excusa.

Al entrar al lugar, se llevó la sorpresa de lo limpio que estaba todo. Esperaba algo distinto. Incluso ella era delatada por lo húmedo de su cabello, este lucía casi negro, distinto al caoba de siempre. Al parecer se había levantado temprano y ordenado con anticipación. ¿O era alguien de costumbres ordenadas?

El reloj de la pequeña cocina marcaba treinta minutos luego de las siete. La mañana era fresca pero soleada. La vista desde el lugar era envidiable. Podía verse la cordillera sur en todo su esplendor.

Él se adelantó y revisó los anaqueles donde la dueña guardaba las ollas y sartenes. Todo parecía impecable. Vio a su alrededor para identificar donde estaban ubicados todos sus recursos: cocina, lavaplatos, cuchillos y utensilios diversos.

Y sin más preámbulos empezó a trabajar.

Ella lo miraba absorta. Jamás había visto a un hombre en la cocina. Era una pésima cocinera, estaba soltera y había vivido sola en los últimos años, cocinando solo para sobrevivir. Un desayuno típico podía ser la última rebanada de una hogaza de pan viejo, tostado en la plancha y untada con el último rezago de un recipiente con queso crema que estaría próximo a vencerse.

Él había prometido cocinarle unos huevos poché y tostadas con tocino. Ella guardaba una cazuela con frijoles refritos en la refrigeradora, y él los tomó para complementar. Sacó un par de rebanadas de pan y las ubicó en una tostadora que parecía no haber sido usada jamás.

Ella vio como colocaba agua en dos cazuelas en sendos quemadores de su cocina, una era para el café y la otra para los huevos. El contenido de los mismos había sido vertido en bolsitas plásticas que estaban atadas con cordel, mientras dichos paquetes estaban sujetos a una cuchara de madera y colgaban sobre el agua en proceso de hervor. Había untado un poco de aceite sobre el plástico, sazonando con sal y pimienta los huevos crudos.

Ella estaba más que fascinada. Y él estaba tan absorto, que parecía haberse fundido con el pequeño cuarto de cocina. Sin pensarlo la joven empezó a preparar la mesa, y luego se sentó para observarlo a su antojo.

Entonces recordó la conversación que habían tenido unas semanas atrás cuando él le reveló una de tantas facetas que lo hacían un hombre tan interesante.

- ¡Tu pobre esposa debe levantarse temprano a cocinarte todo eso! – dijo la joven como un reclamo mientras comían su almuerzo en la cafetería.

- ¿De qué hablas?, yo cocino desde los doce años. Estas chuletas son recién hechas. Las hice antes de venir. – replicó el hombre mientras sacaba su recipiente del horno de microondas que usaban los agentes que llevaban su comida desde la casa.

- ¿En serio?...No te creo... jamás escuché que un hombre cocinara...eres un mentiroso.

- ¿Quieres un trocito?...Así me das tu opinión. – sugirió él mientras vertía el contenido de su recipiente sobre un plato desechable.

Entonces con un cuchillo seccionó la parte más gruesa del pedazo de carne que humeaba frente a ellos, y lo colocó en la escudilla de la chica. Con una cuchara, tomó un poco de salsa y roció el trozo de chuleta.

Ella esperaba no arrepentirse de lo que iba a hacer, por lo que con un cuidado extremo cortó por la mitad el retazo de carne. Y al llevárselo a la boca tuvo el golpe sensorial más glorioso de los últimos días. Sabía como hecho en un restaurante. La salsa agridulce le daba un sabor tan exótico y la carne estaba tan suave que casi se deshacía en la boca. Entornó los ojos y en un suspiro dijo:

- ¡Qué rico!...Deberías trabajar como chef. Esto sabe... ¡divino!

- Casi ni tuve tiempo para marinar la chuleta – dijo él con falsa modestia.

- Los buenos siempre están casados. Ya quisiera tenerlo en mi casa y que me llevara el desayuno a la cama, luego de haberme hecho el amor – pensó la joven con una expresión soñadora.

- Podría enseñarte o cocinarte algo...un día de estos. – añadió él sacándola de su trance.

- ¿En serio?...Te digo que yo solo cocino huevos cocidos, y si los hago estrellados siempre rompo la yema.

Él sonrió y luego quedaron de acuerdo que él llegaría a prepararle el desayuno, un día en la mañana. Luego podrían ver alguna película en la televisión, y más tarde irse al trabajo al mediodía.

En esa ocasión, ella se había levantado más temprano de lo usual para arreglar el departamento. Era una joven ordenada, pero como no esperaba recibir a nadie entre semana, la anarquía reinaba en el lugar.

Mientras sacudía el polvo de una repisa recordaba la conversación de su amigo con Jessica, la "team manager"; entonces sintió un dolor profundo en un lugar olvidado de ella misma, había vivido sola tanto tiempo que la situación la tomó por sorpresa. Pensó que podría controlar el caos de su corazón, pero en su fuero interno sabía que ese día todo cambiaría.

Dejó el lugar como un espacio aséptico e inmaculado, luego tomó una ducha fría, contrario a su costumbre que era hacerlo una hora antes de irse al trabajo, casi al mediodía. Pero ese día estaba a la expectativa porque la visita de su compañero podía convertirse en una despedida breve o en el inicio de algo más.

Al final de aquella exhibición culinaria, el hombre terminó de cocinar colocando en cada plato una bolita de frijoles refritos, tostadas con tocino frito cubiertas con queso fundido y huevos poché. Y una taza de café humeante como complemento. De postre preparó fresas y trocitos de banano cubiertos con miel de abeja.

La chica se quedó expectante y esperó a que él tomara asiento frente a ella en la pequeña mesa. Él dijo con sorna:

- Es cierto que me esfuerzo a la hora de "emplatar", pero la comida es para comerse no para mirarla.

- Esperaba a que te sentaras – replicó ella con vergüenza.

Así que se dispusieron a disfrutar de aquel desayuno tan necesario para ambos. A cada bocado ella sentía como la fusión de sabores invadía sus pupilas y casi no dijo nada hasta que se comió todo lo ofrecido.

Cuando solo se quedó con la taza de café y el postre, ella dijo:

- Jamás podría cocinar así... soy una inútil en la cocina.

- ¿Cómo harás cuando te cases? – preguntó él con interés.

- Tendré que "ligarme" a un chef o alguien como tú – replicó ella y casi se muerde la lengua para atajar la última parte de la frase.

El pareció no haber escuchado porque añadió:

- Mi mamá se volvió ultracatólica cuando yo estaba adolescente. Casi no pasaba en la casa. Vivía en retiros y casas de oración. Así que tuve que aprender a cocinar, y con el tiempo descubrí que me gustaba hacerlo – confesó él con cierta nostalgia.

- ¡Jamás me has contado nada de ella!... ¿Cómo era tu madre?

Y acto seguido le narró en detalle como la relación entre él y su progenitora se había ranciado con el tiempo al punto de volverse irreconciliables al final de la vida de ella. De cómo esto evitó que él estuviera presente cuando ella murió, y cuanto le afectaba eso cada vez que lo recordaba.

- Perdona no quise ponerte triste – dijo ella.

- Descuida... No se puede cambiar el pasado – contestó él.

Luego sin previo aviso, levantó los platos y se dispuso a lavarlos. Ella se adelantó y se ofreció a hacerlo, pero él insistió. Esto quedó en un empate porque lo hicieron juntos.

Para ese momento casi eran las nueve de la mañana y el clima empezaba a nublarse con amenazas de lluvia. Disponían de un par de horas antes de irse al trabajo, por lo que ella encendió el televisor y se dispuso a buscar una película para pasar el rato.

Lo primero que apareció en la pantalla era Kate Winslet colgada de la popa de un barco dispuesta a suicidarse arrojándose al océano, luego apareció Leo DiCaprio tratando de evitarlo. Por lo que se dispusieron a ver aquella lacrimógena película mientras llegaba la hora del mediodía.

Ambos estaban sentados en un sillón para dos, ella alzó sus piernas colocándolas sobre la mesa de centro. Fue ahí donde él se percató de lo largas y torneadas que eran, ya que vestía unos pantaloncillos cortos y viejos. La joven lo conminó a quitarse las botas e imitarla. El opuso resistencia a la idea pero terminó obedeciéndola.

Durante un bloque de anuncios, él preparó otra ración de fresas con miel para cada uno. Comieron el tentempié mientras el filme continuaba. Pero conforme el tiempo pasaba, el ambiente entre ambos empezó a tornarse extraño.

Con la excusa de colocar el recipiente vacío sobre una mesa contigua, ella se acercó a él, sin vacilación le aferró la mano, y tomándolo por sorpresa, lo besó. Él pareció sorprendido, pero no mucho porque no intentó detenerla. Estuvieron un largo rato antes que ella se detuviera al decir:

- Desde que te conocí en el "training" quería hacer esto.

- Yo...desde que te vi entrar por la puerta del aula... - replicó él en un jadeo.

Sin dudarlo un instante volvieron a la carga, y estuvieron besándose por un tiempo indefinido. Pero entonces él se detuvo en seco y dijo una frase destinada a sí mismo:

- No puedo hacerle esto a Marlene. ¿Qué estoy haciendo?

- Me pude haber tragado lo que siento... pero ahora que sé que te vas... ¡no lo puedo soportar! – replicó ella mientras sollozaba.

- ¿Cómo sabes eso? Creí que solo mi "team manager" estaba enterada.

- Lo siento, iba pasando por ahí cuando te escuché hablar con Jessica. Lo que no sé es... ¿Por qué no me habías dicho nada?... ¿Tan poca cosa soy para ti? – preguntó la joven con indignación.

Él la tomó de las manos y pudo percibir como tembló ella al contacto de las mismas.

- No digas eso. Lo que pasa es que no quería despedirme de nadie porque en ese lugar he tenido una de las peores experiencias de mi vida. Lo único que me hacía ir todos los días era poder verte.

- ¡Es que no te has dado cuenta que no dejo de pensar en ti! Vivo como una pendeja tratando de ser "solo tu amiga"... ¡Lo que sí me parece cruel es que te largues sin decirme adiós! – dijo ella mientras finalizaba la frase con un gemido.

En ese momento él la abrazó mientras le decía al oído:

- No es crueldad, es que no tenía el valor de decirte nada, pero no puedo engañarme más a mí mismo fingiendo que no me gustas. Eres una mujer fascinante y siento que voy a estallar si no vuelvo a besarte.

- ¿Qué esperas entonces? – reclamó ella con belicosidad.

Pero él estaba en una batalla entre la tentación y sus prejuicios, no quería herir a su esposa, pero el aroma y el calor que la chica emanaba, estaban ganando la partida.

- No soy libre. Pero muero de deseos por ti. – agregó él viéndola a los ojos.

- Yo no te estoy pidiendo nada. No quiero atarte. Solo quiero ser tu mujer por este día al menos. – replicó ella con una mirada anhelante.

Y dicho eso, sucumbieron al deseo. Él se levantó y la cargó en sus brazos llevándola al dormitorio.

Se olvidaron de quienes eran, ni siquiera les importó ir a trabajar, pasaron las horas siguientes entrelazados uno con el otro, haciendo el amor con pasión y desenfreno.

Cuando se percataron que era pasado el mediodía. Se tomaron una pausa y él preparó unos sándwiches de jamón y queso. Regresaron al cuarto donde comieron en la cama, desnudos y juguetones como un par de gatos.

El resto de la tarde, se enseñaron los trucos que habían aprendido a lo largo de sus vidas. Se entregaron al placer y el éxtasis, porque sabían que el tiempo juntos se acortaba minuto a minuto.

Cerca de las nueve de la noche concluyeron aquellas horas de locura, estaban exhaustos y aturdidos. Emplearon los últimos minutos en despedidas, porque la semana siguiente, él iniciaría otra vida en otro lugar de trabajo.

El hombre terminaba de cambiarse, luego de haberse duchado, mientras ella cubría su desnudez con una bata de seda. La joven arrancó una hoja de una pequeña agenda que descansaba en la mesita de noche y escribió algo. Luego dirigiéndose a él dijo:

- Aquí está mi número, si quieres podemos vernos más adelante... Sé que me engaño a mí misma. Pero al menos si conservas este papel podré vivir con la esperanza de encontrarnos algún día.

Él tomó la nota y la guardó en su cartera, entonces le dijo:

- No puedo prometerte nada.

- Lo sabía... soy solo "una más" en tu vida. – replicó ella con tristeza.

- ¡Tú eres más que eso! Eres una parte de mí ahora. ¡Nunca te olvidaré! – y acto seguido la besó con pasión mientras metía sus manos entre los pliegues de la bata, palpando sus formas sinuosas, acariciándola con suavidad en la parte baja de su pubis y haciéndola gemir al final.

- Nunca me llamarás... ¿cierto?

- Ni siquiera sé que pasará mañana. La vida no tiene límites... cualquier cosa podría pasar – añadió él con seriedad.

Abrió la puerta, se besaron con desenfreno por última vez, y él se retiró hacia las instalaciones del call center. Una vez ahí recogió sus pertenencias, desalojando su casillero, y entregó su identificación a un guardia.

Luego tomó un taxi hacia su casa. Empezaba el fin de semana, y debía descansar porque el lunes iniciaría en un nuevo empleo como Planificador de la Producción en una empresa textil. Lo que no sabía era si resistiría la tentación de volver a contactar a "su amiga" para poder repetir una tarde como la que acababan de vivir.

Entonces fue cuando escuchó esa voz en su cabeza que empezó elevar su nivel de culpabilidad hasta niveles nunca antes vistos. Ésta le recordó todas las veces que se había quedado hasta tarde en el trabajo para no llegar a su casa y enfrentar la soledad junto con Marlene, lo dolida que estaba ella por toda la situación de la muerte de su retoño o de como ella lo abandonaría si se enteraba de aquel desliz, y como su matrimonio se vería destruido de forma definitiva. No lo pudo resistir, los ecos de aquella voz tan molesta le atenazaban el centro del pecho.

Así que cuando el taxi casi llegaba a su destino, sacó el pequeño papel de su cartera y lo dejó en el asiento. Se bajó del vehículo, pagó el importe, y se quedó observando mientras el automotor se retiraba. Su dolor en el centro del pecho se relajó por un instante, por lo que respiró profundo  y derramó un par de lágrimas que mojaron su cara.

Se limpió el rostro de forma discreta sin que se diera cuenta el guardia que pernoctaba en la caseta. Y sin pensarlo mucho se dirigió a su casa. Una vez ahí, se desnudó y usando el pijama de siempre, se metió a la cama donde su esposa dormía.

Mientras trataba de conciliar el sueño pensaba en como su vida cambiaría para mejorar, pero por alguna razón no podía olvidar el olor con que su joven amante lo había marcado.

Y fue entonces, cuando al entrar al dominio de la inconsciencia pudo ver frente a frente a "la chica del suéter oscuro" que blandía un cuchillo grande y filoso, haciendo el amago de atacarlo. Y él, en un acto reflejo solo alcanzó a alzar su brazo derecho en una acción defensiva. Despertó gritando como un loco mientras su esposa encendía la lámpara sobre la mesita de noche.

Ella empezó a sacudirlo por los hombros, tratando de sosegarlo al decir:

- ¡Tranquilo amor, es la pesadilla de siempre! ¡Ya cálmate! ¡Esa mujer sigue encerrada!"

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Comentario por Alex Blanco el septiembre 7, 2018 a las 10:06pm

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