Ya que se usa ahora extender, con fines comerciales, una celebración cualquiera a todo el mes en que se inscribe, se vale que hablemos del ya próximo y sacrosanto Día de las Madres y por ende, de las mujeres. En el periódico El País, acabo de ver el video de la película de los hermanos Esteban Alenda El orden de las cosas, que trata sobre el maltrato a las mujeres.
El video se desarrolla en su mayor parte en el interior de una bañera, y el agua simboliza, según sube o baja el nivel, el grado de complejidad que va tomando la relación tóxica que sostiene un matrimonio en el que la mujer es golpeada porque a fin de cuentas, ese es el orden de las cosas.
Un cinturón, con mucho tino, representa la estafeta que los varones se deben ir pasando de generación en generación como parte de los valores familiares deseables, y aunque el hijo de la pareja rompe el ciclo y prefiere irse, la cadena de maltrato no se pierde y transcurren veinte, treinta años de “feliz vida matrimonial”. La confirmación de los hechos y su validez cultural la dan personajes periféricos, que llaman a la mujer a que entre en razón y entregue a su golpeador y amado esposo el arma-cinturón que representa cómo deben ser las cosas. El argumento de estos personajes periféricos, cuando son mujeres es: antes de que sea peor; el de los hombres, que increpan y arengan a su pariente es: pórtate como un hombre.
El desenlace es de todas formas (porque no se puede decir que ideal), bueno, y la mujer, cuando el agua los ha rebasado a ambos, reacciona finalmente, y se va. La salida, por supuesto, no es fácil: ¿a dónde ir?, ¿qué hacer después de una vida de sometimiento y cancelación del Yo? Pero la mujer sale, esta vez del mar como extensión donde han ido quedando quienes siguen el orden de las cosas.
Camina hacia tierra firme. Desnuda, desconociéndose a sí misma. Pero camina alejándose del agua. En el borde de la playa se ven en hilera, bañeras de cuyo borde pende un cinturón. Fin del video.
Esto me recordó que hace algunos días, en una charla con estudiantes de la Facultad de Filosofía y Letras de la UANL sobre literatura y vida, cuando aludimos a manera de referente al feminismo de los años ochenta del siglo pasado, un estudiante preguntó si el feminismo podía seguir siendo una causa válida en estos tiempos.
El video español retrata las dificultades que todas las sociedades enfrentan, cotidianamente, por erradicar de su psique social, el maltrato hacia las mujeres como un orden natural de las cosas. Si recordamos que en México una de cada dos mujeres ha sufrido episodios de violencia en su vida, a manos de los hombres, sabemos que la causa de las mujeres no es un tema ni concluido ni obsoleto.
Pero más allá de las causas ideológicas y las militancias, el tema del maltrato es algo que rebasa la lucha y debe inscribirse en el tema de los derechos humanos, y en éste, el derecho de las mujeres (y de los niños, y de los adultos mayores, y de los hombres, o sea de todos) a una vida libre de violencia.
Uno de los problemas que sigue siendo fundamental en este asunto es la invisibilidad del maltrato. En el video, la mujer golpeada es vista por unos invitados, cercanos, familiares, que llegan de improviso a una fiesta que se ha echado a perder por culpa de la mujer que no asume su rol con naturalidad y resignación alegres. Las personas que llegan a la escena de violencia, en primera instancia, fingen que no ven nada.
Y es cierto, los golpes de una mujer maltratada nunca son visibles. Y las mujeres somos tontas porque rodamos por las escaleras con una frecuencia estúpida, y nos golpeamos contra los cantos de paredes y muebles sólidos, y tenemos mirada de venado recién baleado, pero es porque somos inútiles y no asumimos que nuestros hombres son mejores que nosotros y que debiésemos plegarnos a su interpretación del mundo…
Las mujeres vamos a seguir siendo golpeadas siempre mientras creamos que así debe o puede ser. Si creemos que ojalá nos toque un golpeador pero tranquilo, o que no nos agreda en la calle, o que no nos toque la cara, y si nos rompe las costillas, que nomás sea una y no en el mismo lado…
Vamos a seguir igual si educamos a los varones como príncipes que no deben molestarse con tareas femeninas y menores, y dejamos que nos gritoneen o nos zarandeen desde la infancia, de manera literal o metafórica. Bueno, esto de hecho, no lo debemos permitir ni de los niños ni de las nenas, que no están exentas de crecer pensando: “el mundo me pertenece, atiéndeme”.
Yo no sé qué hay en la mente de un hombre que necesita agredir a una mujer. Pero sí sé que somos las mujeres las que debemos reaccionar e irnos, en cuanto descubrimos que el galán que nos gustó, se violenta y no se preocupa por controlar esas conductas. Una palabra mal dicha, una agresión o descalificación a nuestra manera de actuar, pensar o sentir, siempre conducen a lo mismo… si lo dejamos crecer.
No estoy, en términos personales, en la edad de la punzada y los galanes van en sentido contrario de donde yo deambulo. Pero el maltrato lo conozco, siempre huele mal, siempre duele y nos desarticula; siempre nos hace perder el valiosísimo tiempo de nuestra vida. Y no somos reparadoras de psiques dañadas, ese martirologio no conduce a nada.
Por eso mejor voy desnuda, aunque camine por la playa siglos. Prefiero ese andar errático y a veces solitario, que meterme a la bañera a escuchar disculpas y solicitudes de perdón.
Para ver el video al que me refiero, ir al link:
http://www.elpais.com/videos/cultura/orden/cosas/elpvidcul/20100507...
(Publicado en el periódico Milenio, www.milenio.com)
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