Red de Literatura y Cine
Por Jesús Chávez Marín
Leí en El Heraldo de Chihuahua que hoy daría yo una conferencia, junto con Luis Nava Moreno, sobre la estilística en la obra literaria del poeta Gaspar Gumaro Orozco, fundador de la Escuela de Filosofía y Letras de esta Universidad. La nota me dejó helado, porque hace apenas una semana me encontré en la oficina de Contabilidad el maestro José Antonio García Pérez, quien me dijo esto:
—Oye, va a haber el viernes un café literario y me dijo la maestra Lolita que te invitara a participar. ¿Aceptas?
—Por supuesto, maestro. Claro que acepto, y te agradezco la invitación. Pero no creo que en una semana te podría preparar un texto; me falta información y tiempo para releer los tres libros de Gumaro, ya ves cómo anda uno de apurado con el trabajo diario.
—No importa. Vamos a hacer un acto informal en los jardines de la escuela, por lo del día del literato. Se trata nada más de hacer un recuerdo, un homenaje de amigos.
Y así quedó la cosa. Me puse a redactar algunos recuerdos y a hojear los libros en forma ligera y gustosa. Hasta hoy supe que esta ceremonia sería memorable y algo solemne, ya que hasta el decano de la Facultad, el poeta Luis Nava Moreno, quien muy pocas veces acepta dar la función, estaría hoy presente. Habría discursos de la directora y de la poeta Reyna Armendáriz, la alumna consentida de mi amiga Dolores, por su inteligencia y por sus poemas tan bien escritos y publicados en Metamorfosis y en las antologías Evas de un paraíso y Voces de viajeros.
Así que en estas notas de prisa no podré reseñar la obra poética de Gumaro, y mucho menos el estilo, Dios me libre, de quien como lector considero uno de los buenos poetas mexicanos del pasado siglo 20. Así que le llamé a la directora para pedirle permiso de que mi participación fuera redactar este breve anecdotario, y a ustedes les pido también la misma gracia.
Gaspar Gumaro Orozco vivió con extraordinaria intensidad su existencia de artista apasionado, político agresivo, amante audaz, peleador valiente, fumador empedernido, poeta disciplinado y estudioso profundo de todas las poéticas clásicas y las de su época, en varios idiomas. Por eso se acabó de prisa y temprano una de las siete vidas que guardaba en la lumbre de sus ojos verdes, en su boca de primavera sensual, en sus palabras plenas de filo y precisión.
Yo lo conocí en septiembre de 1976, en el último de los 13 años en que fue director de la Escuela de Filosofía y Letras, cuando me inscribí en letras españolas. En primer año nos daba la clase de historia de la literatura española I, textos medievales. Con su voz de tono bajo y aguadrientoso, con su pésima pronunciación de ranchero del norte, nos hablaba de el rey Alfonso El Sabio, de las cantigas de amigos y de amantes que en la lengua galaico portuguesa languidecía a las lectoras de nuestro pasado remoto en los pergaminos copiados a mano por monjes reposados en los conventos de cantera; o a quienes oyeron a los juglares cantar las aventuras galantes y guerreras de Rodrigo Díaz de Vivar, de los siete infantes de Lara y las leyendas del Amadís de Gaula que se escribieron después, ya con la calentura de la imaginación literaria, y con las lecturas entre cultas y santas de Gonzalo de Berceo, iluminado por los encantos de nuestras señoras del femenino eterno.
Nada más para darles una idea frívola de la cerrada pronunciación de Gumaro, voy a contarles un episodio que le inventaron, o que testificaron, algunos estudiantes de la antigua Alianza Francesa de los años sesentas. Dicen que Gumaro se inscribió allí para aprender a pronunciar el francés, el cual leía en forma fluida. Pero Gumaro no pudo pasar del primer nivel. La maestra, que era una joven de las medidas clásicas 90 60 90, le decía:
—A ver, licenciado, inténtelo una vez más. Ponga así la boca y pronuncie exactamente como yo lo digo: Q’est ce que vous savé.
—Pos qués que vusabé, hombre, pos ya dije.
Sin embargo, la sabiduría literaria de Gumaro trascendía los obstáculos de su habla. Pronto nos acostumbramos a escuchar lecciones, siempre brillantes, y su conversación ingeniosa, irónica y directa.
Fueron dos actos generosos de Gumaro conmigo los que marcaron mi vida profesional y personal: una, la de compartir sus conocimientos sobre el haikú japonés, del que antes de aquellos años nadie hablaba en esta ciudad, ni siquiera los lectores del poeta mexicano José Juan Tablada, en caso de que los hubiera.
El segundo acto, para mi vida memorable, fue que me eligió como uno de sus amigos. Al principio por los asuntos de la grilla universitaria y después por cariño de profesor, por la camaradería compartida de cafeteros irredentos, fumadores de buenos cigarros, tomadores intensos de vino y coñac, y burladores de Sevilla en el valle del Chuvíscar. También, por supuesto, mi iniciación literaria verdadera con él y con Luis Nava Moreno como mis maestros del oficio, después de haber escrito ya toneladas de páginas en los diarios personales del corazón, redactados sin ton ni son en las muchas horas de soledad o en la borrachera iluminada.
Cuando Gumaro dejó de ser director de la escuela, inició de inmediato una campaña para llegar a la rectoría de la Universidad de Chihuahua. Nunca llegó a ser rector, que fue uno de sus proyectos políticos, pero soy testigo (y fui uno de sus cómplices menores) de que le hizo toda la lucha, por las buenas y por las malas.
Nos reuníamos en mi casa, o en la casa de mi compadre Raúl Sánchez Trillo, o en la casa de Héctor Jaramillo, para redactar periódicos burlones y clandestinos contra los que considerábamos adversarios. En ese grupo andaban señores y señoritas que juntos representaban una capirotada cuaresmal de ideologías, en aquellos años cuando las ideologías eran fuertes y definidas: los comunistas Borunda, Sánchez Trillo y Flor María Vargas, la funcionaria de Comermex y clasemediera fresa Luz Ernestina Fierro, el jipi mexicano Héctor Jaramillo y yo, que soy exseminarista católico, apostólico y guadalupano.
Gumaro por su parte, además se reunía con otros grupos de maestros, trabajadores, estudiantes. Andaba en todos lados. No le importaba reunirlos todos en su casa para alguna fiesta de aniversario: el nazi Arturo Manuel Hernández Díaz, del grupo Renacimiento Universitario, con sus escuderos Pablo Bernach y Enrique Perea; los aprovechados y gandallas izquierdistas del grupo Parénklesis a quienes pastoreaba el filósofo italiano Ferro Gay, quien según las malas lenguas había vestido a su vez la camisa negra fascista de Mussolini fation: el chino Rubén Lau Rojo, la chaparrita cuerpo de uva Isla Campbel, la hermosa Lucila Vargas, el alucinado Antonio Muñoz y el epígono Matatías Díaz, hoy abogado tricolor, por mencionar solo algunos.
Preparábamos las asambleas del día siguiente como si fuéramos actores de teatro o jugadores de futbol. Sabíamos detrás de quién deberíamos sentarnos para intimidarlo, si fuera preciso. En vísperas de elecciones para elegir consejeros universitario o técnicos, éramos muy capaces de hablarles a los candidatos a las cuatro de la madrugada, a sus casas, para sugerirles por quién deberían votar y también pronunciarles veladas advertencias, que a esas horas de la noche cerrada resultaban muy efectivas. Gumaro hablaba en persona, tratando de disfrazar en el anonimato su voz inocultable.
Pero todos esos fueron asuntos de la lucha cotidiana de un hombre que también andaba con su ropa de vaquero en los conciertos de rock; con su trajes de corte inglés en los palacios del poder y con sus jeans y su chaqueta de profesor universitario en una escuela donde él era la pieza de más alto valor, tanto en lo académico como en lo artístico.
El inició grandes empresas culturales: apoyó con entusiasmo la revista de literatura más antigua del norte del país, Metamorfosis, que fundaron los estudiantes Silvano Flores y Luis Nava Moreno; organizó la red de bibliotecas estatales que todavía funcionan en Chihuahua, y fundó la revista Finisterre, que mantuvo siempre un alto rigor intelectual.
También escribió miles de páginas con discursos de todo tipo, científicos, teóricos y poéticos, y varios libros, de los cuales hasta hoy se han publicado tres: Ángeles y centauros, El camino de la flor y del puñal y el primer volumen de Facetas. De esta obra les hablaré después, si mi amigo José Antonio García Pérez me hace el honor de invitarme vez de nuevo a otra función similar a ésta.
Marzo 2001
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