Red de Literatura y Cine
La Hostería del Tesoro
Ismael Lorenzo
© 1982 by Ismael Lorenzo
© 2003 by Ismael Lorenzo, Edición revisada
© 2012 by Ismael Lorenzo. Incluida en el volumen 'Tres Novelas'
Globos rojos te compraré, eres sólo una niña, ya muy pronto mayor serás, aún tienes toda una vida. Me encanta tararear esta canción de Paul cuando Clementina me mira, aunque en voz baja porque la oficina del Sheriff no la ha aprobado. Pero aún así me arriesgo y a veces en el baño, con el ruido de la ducha, la canto un poco más fuerte, pues el riesgo va dentro de mí, porque soy jugador, aunque no practico actualmente porque aquí en Tombstone los naipes están prohibidos. Claro, excepto los que se juegan en el Claro de Luna, el único Saloon del pueblo, pero ahí la entrada es selectiva. En realidad, no sólo soy un un jugador profesional que no juega, sino que las pocas veces que asisto a una partida clandestina, pierdo. A pesar de las trampas que hago y que me han ganado el sobrenombre de el Fullero. Es duro sentirse jugador y no poder decirlo, pero en Tombstone nadie es lo que parece, aunque cada cual sea lo que Pecos Bill haya decidido. Ahora mismo Clementina me mira desde su ventana allá enfrente, sus ojos ávidos clavados en mi manguera, no muy grande pero lo suficiente para saciarla si se decidiera a probarla, sin embargo cuando la veo en la calle ni me mira.
—¡Henry!
Bill Bones me llama, terminaré de tender esta cama. Clementina se ha quitado de la ventana, luego de darme un momento la espalda para que le contemplara su abultada parte posterior. Me cierro la portañuela.
—¡Fullero!, ¡acaba de bajar! ¿Cuánto tiempo vas a estar allá arriba?
Bill no me aprecia mucho, hace rato que quiere librarse de mí, aliso la sábana y me apresuro por la escalera. En la recepción de la Hostería, Bill Bones me mira hoscamente:
—No sabes que tengo que alquilar esa habitación, te has metido media hora allá arriba.
—Dejaron el baño muy sucio, tuve que limpiarlo.
Estoy seguro que está tramando algo contra mí, pero no sé qué será. Sigo hacia la cantina, debe haber algún servicio que subir a las habitaciones.
El viejo Gaby, tras la barra, se seca unas gotas de licor en la barba, la cantina está casí vacía. Las frecuentes visitas del Sheriff Masterson, en busca de infractores de cualquier tipo que brinden su ayuda en las faenas del Rancho Grande, ha disminuido mucho la clientela.
Me recuesto a la barra y saludo a Trelawney, sentado en una mesa. Gaby se acerca.
—Henry, sube estas botellas de vino a la habitación 22, hace rato que las pidieron.
Coloco las botellas en la bandeja y voy hacia la escalera. Bill Bones está sentado en la recepción sacando cuentas, no me mira.
Subo la escalera, con cuidado, no sería la primera bandeja con botellas que se me cae.
Toco en la habitacieon 22. Abre la puerta una rubia de mediana edad, sin brassieres bajo su camisa de vaquero.
—Pase, hace bastante que esperábamos.
Pongo la bandeja sobre una mesita, me arreglo mi levita negra y busco un sacacorchos. Miro para la cama, la cabeza me da vueltas: piernas abiertas en una bata de casa de seda transparente, una chiquilla de unos catorce años me contempla descaradamente. Encuentro el sacacorchos y abro la botella. En una valija sobre una butaca leo el nombre de Annie Oakley, muy allegada a Pecos Bill cuando éste llegó a Tombstone, hace ya casi medio siglo, pero en la actualidad sólo ocupa un cargo de segundo plano en el Rancho Grande. Deposito la botella sobre la mesita y me dirijo hacia la puerta. Annie me detiene por un brazo.
—¿Está Ud. de servicio esta noche?
No lo estoy, pero eso no importa.
—Sí, ¿desea algo?
—Quisiera que nos trajera dos botellas de Champagne 1830.
—Tiene Ud. buen gusto, pero nunca hemos tenido esa bebida aquí.
Annie hace un gesto de impaciencia.
—Sé que sólo la traen para el Claro de Luna, pero me refiero a que las trate de conseguir como sea. Acostumbro a recompensar a quien me sirve.
Annie me mira con ojos brillantes y fijos. Desde la cama la chiquilla me dice:
—Me pone tan excitada ese Champagne.
Me quedo callado, contemplándola.
—Supongo que complacerá a Lolita, ¿no? —me dice Annie y sonríe.
—Trataré de servirlas.
Me retiro calladamente, pero decidido a resolver las botellas. No será fácil conseguirlas, sólo se consumen en el Claro de Luna. Annie Oakley todavía tiene los gustos de cuando pertenecía al Consejo Directivo del Pueblo. Está anocheciendo, tendré que apurarme si quiero conseguirlas.
La temperatura está bajando, parece que pronto caerá la primera nevada del año, tengo que subir a la buhardilla para buscar mi chaquetón.
Forcejeo con la puerta desnivelada y entro. Me pongo el chaquetón sobre mi levita negra, me encasqueto el sombrero negro y me encaramo arriba del armario, lleno de libros sobre el póker, y abro la claraboya. Me corta la cara una ráfaga de viento frío, cojo impulso y salgo a través de ella para pasar al tejado contiguo. Me agacho, pues todavía hay suficiente claridad para que me puedan ver desde la calle. Trato de pisar suave, este tejado es el de un almacén de Pecos Bill, siempre hay guardias, me deslizo por el tubo de desagüe hasta caer en un callejón que conduce a la parte trasera del Claro de Luna, donde se encuentran las habitaciones de empleados. Ringo debe estar preparándose, la orquesta empieza a tocar temprano.
Por suerte está de nuevo en el pueblo, es la persona indicada para conseguir las botellas.
Escalo una cerca y en la oscuridad del patio, silbo.
Una cabeza peluda se asoma a una ventana.
—¿Quién es?
—Henry el Fullero.
Me tiende una mano para ayudarme a entrar por la ventana.
—Pasa rápido, hay muchos guardias. ¿Para qué viniste?
—Primero que nada déjame saludarte, no te había visto desde que llegaste. Ahora tengo un problema, necesito dos botellas de Champagne 1830.
—No puedo conseguirlas. Yo ya no me dedico a nada de eso.
—Dime entonces a quien pudiera dirigirme para conseguirlas.
—Demasiado peligroso, Henry. No te metas en eso.
—Pero Ringo, antes eras único para conseguir lo que nadie podía conseguir en Tombstone.
—Cinco años en el Rancho Grande me han cambiado. Espero que no te molestes pero, es preferible que no vengas más por aquí. Me considero con suerte pudiendo tocar en la orquesta del Claro de Luna, no quiero nada más.
—¿Entonces ya no piensas llegar a Pénjamo algún día?
—Quítate eso de la mente, Henry. Es imposible evadir a los hombres del Sheriff. No había navegado diez millas río arriba, cuando ya me habían capturado. Cuídate de caer en el Rancho Grande.
Siento frío dentro de mí, no había visto a Ringo después que llegó del Rancho Grande dos meses atrás. Ha cambiado mucho.
—Me voy Ringo, no te preocupes.
Me abrocho el chaquetón y salto por la ventana. Me molesta lo de Ringo, pero como dice un epitafio en el cementerio: "En Tombstone no hay valientes, por lo que no hay tontos".
Al otro lado de la cerca dos alguaciles fuman sobre sus caballos. Me arrastro con cuidado sobre la hierba y abro una puertecita que da al callejón. Me quito las espuelas y corro inclinado. La herrería no está lejos, tengo allí mi caballo arreglándole una herradura. Doblo por otro callejón, está desierto, las luces comienzan a prenderse en las casas. Los martillazos de Zane Grey se oyen desde lejos. Sofocado entro a la herrería. Trato de respirar normal, dicen que Zane Grey es un agente del Sheriff Masterson.
—Hola, Zane, siempre es bueno verte. ¿Y mi caballo?
—Ya está listo, cógelo, allá atrás.
Me desabrocho el abrigo y busco en los bolsillos de mi levita para pagarle. Azabache me saluda con un relincho, lo ensillo y monto. Voy a pasar por la taberna de Pedro.
El hospital de Tombstone, un alargado edificio de madera de dos plantas, está situado en las afueras del pueblo, en la parte más alejada del río Yiuka y no lejos del cementerio.
El Dr. Banchi, endeble y de poca estatura, se acomoda sus espejuelos de gruesos cristales y se pasa la mano por la incipiente calvicie.
—No sé, será una labor investigativa extremadamente dfícil, Sr. Christian. Soy especialista en Ginecología y Proctología, pero la situación que se presenta no encaja exactamente en ellas.
El despacho del Dr. Banchi posee dos grandes ventanales por donde penetra el cortante viento frío de la pradera, pero la frente de Barry Christian está empapada de sudor:
—Pecos Bill me ha encomendado esta tarea de trascendental importancia para el futuro de Tombstone. Debemos de emplear todos los recursos a nuestros alcance para aclarar esta situación. Por eso, Dr. Banchi, lo hemos traído desde el otro lado de la frontera.
—Resumamos los hechos: hace cinco años, nueve de cada diez mujeres menores de cuarenta años salían embarazadas anualmente.
—Exactamente, y no fue fácil lograr tal proporción.
—Sin embargo, en la actualidad sólo una de cada treinta mujeres sale embarazada anualmente.
—Sí, Doctor. Todos los dirigentes de Tombstone laboramos muy duro por lograr una alta fertilidad en las mujeres de nuestro pueblo —Barry Christian se seca el sudor —, nos era imprescindible por las muertes que nos ocasionaban las luchas contra los cuatreros del otro lado de la frontera. Hoy en día, con la ayuda de los indios en la lucha contra los forajidos, nuestras bajas han disminuido, pero aún así el promedio de muertes es mayor que el de nacimientos.
El Dr. Banchi abre los ojos, muy pequeños tras los gruesos cristales de sus espejuelos.
—En los pocos días que llevo aquí, me ha sorprendido esa baja en la natalidad tan abrupta. Pero ya le expliqué, las causas pueden estar más allá de mi especialidad. ¿Qué respondió Pecos Bill de mi petición?
—Sí, está de acuerdo. En el tren que salió anoche iba un enviado especial para contratar un médico y dos enfermeras en Yuma.
—Bien, bien. Eso me aliviará el trabajo y podré dedicarme por entero a las tareas investigativas.
Barry Christian se pone el sombrero que tenía sobre las piernas y se incorpora. La preocupación no se ha borrado de su rostro.
—Cualquier dificultad que se le presente, comuníquese conmigo en el Claro de Luna. Se me ha responsabilizado enteramente con esta tarea. Recuerde que si desea solazarce, tiene todos los gastos pagos en el Claro de Luna.
—Muy agradecido —el Dr. Banchi abre sus pequeñas manos para reforzar sus palabras —. Hay también unos ligeros inconvenientes, sería provechoso que me enviaran un cocinero y una asistenta de limpieza, además de algunos comestibles. La comida que me envían del Claro de Luna, indudablemente muy buena, es la adecuada para los enfermos de este hospital, pero no para mi intenso gasto de energía cerebral.
—Respecto a la asistente de limpieza y el cocinero no creo que haya dificultad. Pero la cuota especial de provisiones la tiene que aprobar Pecos Bill personalmente.
El Dr. Banchi, dejando su escritorio, acompaña a Barry Christian hacia la puerta, cojeando ligeramente a causa de las botas de montar recién compradas. De pie, el Doctor luce mucho más pequeño de lo que parecía antes.
—Espero que eso se solucione pronto, para poder concentrarme en la extrema complejidad de mi tarea.
Amarro a Azabache a un poste y entro en la Taberna de Pedro. El olor fuerte a tabaco me envuelve acogedor. Me hago un lugar en la barra. Pedro me saluda, sus dientes amarillos tras un bigotazo negro.
—Rato que no venías por aquí.
—Mucho trabajo.
De un trago vacío el vaso de whisky aguado y abriéndome paso entre la gente, voy hacia la parte de atrás de la taberna. Aparto el paño que cubre la entrada de un pasillo, me aliso la levita negra. Abro una vieja puerta a mi derecha. De espalda, magnífica, una rubiecita friega vasos.
—Eres una muñeca que me inspira vida, Marilú mía.
Se vuelve sorprendida, una cara dulce, voz suave.
—¡Oh, Henry, qué mentiroso eres!
—Todas las noches pienso en tí en la soledad de mi cuarto.
Unos hoyuelos se le hacen a Marilú en la cara al reírse.
—Piensas, pero nunca vienes por aquí.
—Me es difícil escaparme de la Hostería, Bill Bones me mira con malos ojos, quisiera verme metido en el Rancho Grande.
—Cuando se quiere todo se puede. Ayer estuvo buscándote el Capitán Blood, dijo que volvería.
—¿Por qué no fue por la Hostería?
Su cara linda de niña grande muestra preocupación.
—Sospechaba que los agentes de Bat Masterson lo habían detectado al desembarcar la mercadería, lucía nervioso.
Me acerco al fregadero, descuidadamente le toco las nalgas.
—¿Te preocupas por mí?
—Quita la mano, recuerda que tengo novio.
Levanta la barbilla enfadada, todavía me detengo unos segundos antes de quitar la mano.
—Mi amor está más allá de pequeños inconvenientes, Marilú. ¿Cuándo lo acabarás de comprender?
—No seas descarado. Pero aún así, me preocupo por tí.
Pedro entra apresurado a buscar una bandeja con jarros de cerveza. Le echa un vistazo a mi mano, retirándose veloz de las nalga de Marilú.
—Fullero, siempre he pensado que algún día si las cosas cambiaran, llegarías a ser un gran jugador. Pero también pienso que te matarán ante que las cosas cambien.
Me siento en una silla destartalada, las piernas estiradas. Marilú, ruborizada, ha vuelto a fregar vasos.
—No creo que las cosas cambien en Tombstone, por lo que no creo que alguna vez pueda volver a jugar póker libremente. Si me matan lo sentiría bastante, pero sólo antes que me mataran.
Pedro mira a Marilú, el rubor no ha bajado de su carita, y se encoge de hombros.
—Me caes bien, Henry. Es una lástima que Billy The Kid sea el revólver más rápido de todo el Condado, exceptuando quizás el Sheriff Masterson.
Me río y me levanto de la silla.
—Tranquilízate, me voy. Volveré pronto, Marilú. Recuerdos a Billy.
Hinco las espuelas en Azabache y entro al trote en la calle principal, las luces resplandecientes del Claro de Luna se destacan en medio de la noche oscura. Me dirijo a casa del Profesor Magoo, al fondo de la escuela del pueblo, de la cual es director y único maestro. Desmonto de Azabache y subo por los dos escalones de la puerta de entrada, el profesor Magoo abre de zopetón, escopeta en mano encorvado, preparado para disparar, se inclina para reconocerme y se endereza.
—¿Qué tal, Fullero? ¿Cómo va la Hostería?
—No como en los viejos tiempos, profesor
—Nada es como en los viejos tiempos, pero pasa, no te quedes ahí parado.
El profesor cierra la puerta y deja la vieja escopeta de dos cañones apoyada en la pared.
—Ven, Fullero, llegas a buena hora., Marilyn está sirviendo la cena.
Entramos al comedor, unos ojos verdes, grandes, me sonríen agradablemente, pero yo sólo miro al globo terráqueo que le descansa en parte inferior de la espalda. Me quito el chaquetón invernal y me quedo en mi levita negra.
—Profesor, es un privilegio sentarme con Ud. a la mesa.
—No hagas reverencia, Fullero, y siéntate.
Marilyn trae una fuente de sopa de ajo y un plato más para mí, me sirve. Al coger la cuchara me arreglo para tocarle su redondo globo terráqueo con el codo, palpo una gran consistencia. Sus chispeantes ojos verdes se quedan mirándome. Me dirijo al profesor Magoo.
—Me regala Ud. con una cena opípara, que no sé como se la podré devolver.
—No creas que no te voy a pedir nada, no lo creas, pero no te lo voy a pedir ahora, no.
—Estoy a su disposición.
El profesor come ávidamente su magro plato de sopa, le ha tocado en suerte un pescuezo de pollo y lo muerde con voracidad, yo no he sido tan afortunado. Marilyn se sienta a mi lado, no sólo me trastorna su globo terráqueo sobre el que se sienta, sino que tal parece que tiene una hogaza de pan de amplia hendidura entre las piernas pugnando por romper sus pantalones de vaquero. Me inclino para hablarle.
—A finales de mes comienza la celebración de la Feria Fronteriza de los Indios y Rancheros. ¿Con quién irás?
—No te interesa, pero no será contigo.
—Magnífico, me parece muy bien, ir con un tipo como yo es bajar de categoría.
Le pongo una mano en el muslo y la corro en dirección de la hogaza de pan en el vértice de su pantalón. Ella detiene en el aire la cuchara.
—Tío...
Retiro la mano rápidamente. Por suerte el profesor no la oye, enfrascado en su pescuezo de pollo, hace sólo veinte años atrás era el revólver más rápido del pueblo, Bat Masterson y Billy The Kid no hubieran sido nada al lado de él. Hombre de recios principios, no es dado a todo tipo de juego. Me río forzadamente y trato de aplacar a Marilyn.
—No es para tanto.
—Desearía que no vinieras más —me dice.
—El profesor me aprecia mucho.
—Pero yo no, puedes seguir visitando la Taberna de Pedro y a quienes trabajan allí. No creas que no lo sé.
—¿Vas a creer todo lo que te dicen?
—Sí.
Levanta la voz tanto, que el profesor alza la cabeza del plato. Me preocupo, no le gusta que su sobrina se altere, están muy encariñados, hasta duermen en la misma cama.
—Discutíamos sobre la celebración de la Feria Fronteriza —explico sonriendo, aunque intranquilo.
—Pero no es de discutir, será un éxito inimaginable como todo lo planeado por Pecos Bill, en pro de la alegría, la solidaridad y la lucha de los rancheros y de todos los habitantes al sur de la frontera, contra los cuatreros que vienen del norte.
—No lo dudo.
Miro a Marilyn, que continúa con su sopa, ignorándome. El profesor Magoo se levanta con su normal estilo solemne.
—Henry, querrías engancharme mi par de jamelgos, hoy tengo reunión en el Consejo Directivo del Pueblo.
—Cómo no, son pocas las ocasiones que tendré para pagar esta suculenta cena.
Me levanto de la mesa con más hambre de la que tenía al sentarme. Me pongo el chaquetón invernal. Marilyn está recogiendo los platos, su trasero marcándose voluminoso a través de su pantalón de corduroy, no sé como puede mantenerlo con estas escasas sopas.
El Dr. Banchi detiene su caballo en una entrada lateral del Claro de Luna, dos alguaciles con Winchesters están apostados ante una puerta, un tercero se acerca y agarra las riendas del caballo. El Dr. Banchi se baja con dificultad, no habituado aún a los duros rigores de la vida fronteriza.
—Lo están esperando dentro, doc —dice un alguacil.
El Dr. Banchi pasa junto a los alguaciles, arreglándose sus espejuelos de gruesos cristales y tratando de alisar su arrugado traje de sarga, el único que pudo traer en su precipitado viaje desde el norte. Al entrar en un salón de recibo, Barry Christian sale a su encuentro.
—Por aquí, Dr. Banchi, me tenía preocupado, se ha retrasado. Por suerte el Sheriff Masterson y el Sr. Tadlock no han llegado.
—No estoy habituado a los caballos todavía. Me alegro que no haya empezado la reunión.
Una escalera los conduce a un amplio anfiteatro lleno de butacas, sobre un estrado, una mesa con tres sillas. Una treintena de personas se hayan ya sentadas.
El Dr. Banchi toma asiento en una butaca, a su lado un joven de larga melena lo mira inquisitivamente, entre el humo de un tabaco.
—Permítame presentarme —dice el joven —, soy Paul Mc, director de la orquesta del Claro de Luna, supongo que Ud. debe ser el nuevo médico recién llegado del otro lado de la frontera.
—Efectivamente, hace sólo una semana que me encuentro en este pueblo tan hermoso y acogedor.
—No haga cumplidos conmigo, Doctor. Tombstone es polvoriento en la parte que da a la pradera, apestoso junto al río, y los forasteros que vienen terminan generalmente en el Rancho Grande o en el cementerio, como su antecesor.
El Dr. Banchi se mueve incómodo en su butaca antes de responder. Sus ojillos inquietos tras los gruesos cristales, los pelos de su futura calva algo erizados.
—Un pueblo fronterizo como este no tiene grandes comodidades y habiendo sido expoliado por despiadados cuatreros y pistoleros durante mucho tiempo, tiende a desconfiar de los nuevos visitantes. Pero los que vienen como yo, dispuestos a brindar su aporte por el engrandecimiento de Tombstone, son acogidos magníficamente, esa es mi experiencia.
Por una pequeña pasarela entra el Sheriff Masterson, seguido de su primer ayudante Kit Carson. Suben al estrado y se instalan en las sillas de la mesa. El Sheriff Masterson levanta la mano para llamar la atención, todo el mundo hace silencio, esa mano se considera la más rápida en el manejo de los revólveres en todo el sur de la frontera.
—Esta reunión de los pobladores más eminentes de Tombstone, es con el fin de tratar sobre la próxima Feria Fronteriza de los Indios y Rancheros, cuando vendrán a este pueblo forasteros de todo el sur de la frontera. Debemos prepararnos para dar una imagen de un Tombstone alegre, disciplinado, próspero y unido a la gran figura que nos guía: Pecos Bill.
Un aplauso acoge estas palabras. El Sheriff Masterson escupe un pedazo de tabaco.
—Ahora tiene la palabra el Sr. Tadlock, director de nuestro único periódico y segundo secretario del Consejo Directivo del Pueblo y miembro del Comité de Vigilancia.
Tadlock, alto, robusto y de modales elegantes se levanta.
—Miembros del Consejo Directivo, esta reunión especial ha sido orientada por Pecos Bill para tratar sobre los preparativos para la próxima Feria Fronteriza que abarcarán tres aspectos principales: Preparación del gran Rodeo, de lo cual Pecos Bill ha encargado a la persona más indicada para esta tarea, a nuestro querido Roy Rogers. El segundo aspecto es la participación de la reservación india, será una gran atracción para muchos forasteros, y que probará nuestras buenas relaciones con los sioux, para esta tarea Pecos Bill ha designado al General Custer, que no ha arrivado al pueblo todavía con su regimiento de caballería. El aspecto que enmarca las ventas de bebidas, comestibles y alojamientos será controlado directamente desde el Claro de Luna. ¿Alguna pregunta?
—No es una pregunta Sr. Tadlock —interrumpe el Sheriff Masterson —, es para señalar que en esta Feria, donde obtendremos gigantescas ganancias y donde el nombre de Tombstone se alzará muy alto, exponiendo todo lo que Pecos Bill ha hecho por él, tiene su aspecto negativo también, ya que entrarán mezclados con los visitantes, muchos forajidos de todas clases, desde pistoleros hasta traficantes de aguardientes para los indios, además de la influencia malsana que puede traer a los habitantes de Tombstone el roce con costumbres y modas extranjeras y decadentes. Por lo cual informo que el cuerpo de vigilantes entrará en acción de nuevo.
El Sr. Tadlock alza la mano.
—Si nadie tiene algo más que agregar, se levanta esta sesión.
Iré a ver Cayuse Edwards, el cochero de la líne de diligencias, se hace tarde y las botellas de menta para Annie Oakley se me han hecho cada vez más difícil de conseguirlas. Rozo con las espuelas a Azabache y enfilo por un callejón lateral para evitar la calle principal del pueblo, atestada de alguaciles del Sheriff Masterson. Entro en el establo donde se guardan los caballos de la diligencia. Desmonto, dos bujías en el techo han sido encendidas.
Parece no haber nadie, pero es extraño. Me dirijo hacia el fondo del establo, las moles de dos diligencias obstruyen el camino, por lo que me pego a los cuartones de caballos.
Me sobresalto al sentir el frío metálico de un cañón de revólver pegado a mi espalda.
—Estate quieto y vuélvete sin hacer muchos gestos. Recuéstate a esa diligencia.
Un tipo pelirrojo con un largo Colt 45, me apunta:
—¿Qué haces por aquí?
—Buscaba a Cayuse Edwards. Mi nombre es Henry el Fullero.
—Camina hasta colocarte debajo de aquella bujía —me indica con el Colt.
—Déjalo Joe, yo lo conozco —Cayuse sale de uno de los cuartones, sonriendo. Bajo las mano y miro a Cayuse.
—Buen recibimiento.
—Lo siento, Henry, pero hizo bien, no te conocía. Es Joe Palooka, el nuevo guardián de la diligencia. Estamos con mucha vigilancia, ayer recibimos un cargamento.
—¿Por el río?
—No, en el piso de la diligencia, como siempre.
—El Capitán Blood estuvo buscándome anoche, pero no lo ví.
—Ni sabía que estaba por aquí, él trata con otra gente.
Me siento sobre una gran paca de heno, me quito el sombrero y saco del forro un billete de 50 dólares.
—Quiero que me resuelvas dos botellas de Champagne 1830.
—¿Tienes ahoras los delicados gustos del Consejo Directivo del Pueblo?
—Es para una clienta, no sé si has oído hablar de ella, Annie Oakley.
Cayuse ríe con fuerza.
—Cómo no, conozco bien la historia de Tombstone. Ella llegó junto con Pecos Bill y durante mucho tiempo fue una de sus colaboradores más cercano, pero una chiquilla por la que Pecos Bill estaba muy interesado la prefirió a ella. Pecos la sacó del Consejo Directivo y la trasladó para el Rancho Grande.
—Tuvo suerte, por menos que eso ha desaparecido mucha gente en Tombstone. Debe tener algún poder sobre Pecos.
Cayuse se encoge de hombros.
—¡Quién sabe!, pero no es mi problema. ¿Cuántos condones quieres?, sólo llegó un pequeño cargamento.
—Dame un par. ¿Y respecto al Champagne, qué?
—Tendrás que esperar, Henry. Esta noche no las puedo conseguir.
Me entrega los dos condones que saca de una cajita escondida bajo un comedero en uno de los cuartones. Busco en mi bolsillo y le doy dos dólares, al meter mi mano también pude sacar mi pequeña pero efectiva Derringer, que disimulo en el hueco de la mano. Palooka está cerca de Azabache, al pasar junto a él, me vuelvo rápido y lo golpeo duro en su quijada grande y protuberante, con la otra mano lo apunto con la Derringer.
—Para que no te equivoques más, y tengas un buen recuerdo mío.
Me mira con ojos enrojecidos, una mano frotándose la quijada, la derecha cerca del 45.
—Desabróchate el cinturón.
El Colt cayó ruidosamente al piso.
—Está bien, así me evitas meterte un balazo.
Monto en Azabache, saludo a Cayuse y pico espuelas rápido antes que Palooka tenga tiempo de coger el Colt, mi Derringer tiene muy poco alcance.
La luna ha salido, evito la calle principal y me dirijo hacia la Hostería al galope, se ha hecho tarde.
Me detengo en un callejón y abro la puerta de madera de una alta cerca, sin desmontar. Penetro en el patio trasero de un viejo galpón y una casa semiderruida, insto a mi caballo que se meta en un pasadizo estrecho entre los dos edificios, cuyo final está cerrado por un empinado muro, que evita que desde la calle se vea para adentro. Saco los pies de los estribos y los encaramo sobre la montura debido a la estrechez entre las dos paredes. Después de avanzar unos metros le doy una patada desde la montura a una puerta en la pared del galpón y entro con el caballo. Adentro hay suficiente espacio para guardar a Azabache y al caballo de Gaby, que fue quien me enseñó este escondite. Si alguien entrara en este galpón abandonado por el frente no se daría cuenta de la existencia de este escondite, porque el galpón está atiborrado de carros abandonados desde hace muchos años, cuando Tombstone era un pequeño poblado minero. Gaby es de los pocos pobladores que quedan de aquella época. Desensillo el caballo y le pongo avena en el comedero. Abro una trampa en el piso y bajo por una pequeña escalera. Esta mina de plata abandonada tiene su entrada en un bosquecito en las afueras de Tombstone, pero esta galería desemboca en la Hostería del Tesoro. Cuando estaba en activo la mina se usaba para enviar cargamentos de plata de contrabando al otro lado de la frontera, a través de los barcos que navegaban por el río Yiuka. No creo que fuera de Gaby nadie sepa en la actualidad de su existencia. Empujo con fuerza un tonel que tapa la boca del túnel, y desemboco en la bodega de la Hostería, pongo el tonel de nuevo en su lugar, me quito el chaquetón y me arreglo mi levita negra.
Al pasar frente a la recepción, noto la ausencia de Bill Bones y sus miradas malevolentes. Saco mi reloj de bolsillo, el único objeto de lujo que aún poseo, son más de las 10 de la noche. Me llegaré hasta la habitación de Annie Oakley.
Ella misma me abre, sigue con la misma camisa de vaqueros sin brassieres.
—Lo esperábamos. ¿Consiguió las botellas de menta?
—No, no pude conseguirla.
Sentada en una butaca, en pull-over y pantalones de faena, está la chiquilla pintándose las uñas de los pies.
—Es una lástima —Annie me mira insinuadora —, el Champagne le hace un efecto increíble a Lolita.
—Pienso que unos días podré conseguirla, quizás mas de media docena.
—Nosotras salimos a las siete de la mañana en la diligencia para el Rancho Grande. Si pudieras llevarlas allá cuando las consiguieras, te pagaría bien.
Clavo la vista en su camisa entreabierta. Ella se da cuenta y trata de cerrarla sin demasiado empeño, hasta que desiste.
—No es por interés que les llevaré las botellas, sino por el placer de servirlas.
Me es imposible quitar mi vista de su camisa entreabierta y sus dos puntiagudos redondeles.
—Bien, Lolita y yo lo esperamos.
Me sonríe con cierta superioridad y cierra la puerta.
El sol calienta devaídamente en la estación de trenes. El Dr. Banchi espera impaciente. El tren de Yuma se ha retrasado, como es usual, pero a lo lejos, contra el cielo ya se ve un penacho de humo creciendo en tamaño. Barry Christian le avisó temprano que fuera a la estación a recibir el nuevo médico y dos enfermeras, ya que él no podría estar presente. Luego de más de dos horas de espera, el tren por fin se acerca. No hay mucha gente aguardando en la estación. El humo y el chirrido de las ruedas del tren al detenerse llena toda la plataforma. Los pasajeros comienzan a descender. Dos atractivas y jóvenes muchachas esperan que les bajen el equipaje un empleado del tren. El Dr. Banchi se acerca a ellas y quitándose caballeroso su sombrero de cowboy gris, hace una inclinación de cabeza.
—¿Señoritas, vienen Uds. a trabajar en el Hospital de Tombstone?
—Sí, señor.
Responde la más alta, de pelo negro reluciente.
—Soy el Dr. Banchi, director y hasta ahora único médico del hospital. Las esperábamos ansiosamente.
—Somos las hermanas Grecas, venimos a trabajar como enfermeras. Esta es María Antonia, y yo Norka.
—Encantado de conocerlas. ¿Pero no venía también un médico?
—Sí, precisamente está bajando.
Una rubia alta, de cara seria y labios carnosos, está acomodando dos pesadas maletas sobre la plataforma. Se vuelve hacia el Dr. Banchi.
—Supongo es Ud. quien nos viene a recibir —dice desplegando una sonrisa cordial —. Soy la Dra. Eva María.
—No esperaba una colega femenina en este pueblo tan rudo — el Dr. Banchi se inclina ceremoniosamente a besarle la mano.
Un negro cargador de maletas ha llegado y coloca el equipaje sobre un carrito.
—Afuera tengo el coche, se alojarán en el hospital, he pensado que es mejor. El Claro de Luna tiene habitaciones muy confortables, pero es muy ruidoso y en la Hostería del Tesoro sólo se alojan marineros o vaqueros llegados con ganado para embarcar.
—No somos exigentes —la Dra. Eva María sonríe.
El Dr. Banchi las ayuda a montar en el coche y se coloca en el pescante, sus ojillos tras los gruesos cristales brillan al contemplarlas. Los dos caballos arrancan a buen trote. Al mirar para atrás, encuentra los ojos negros de Norka clavados en él, mientras con un pañuelo ella se tapa la nariz para evitar el polvo levantado por los caballos.
Gaby, tras la barra, me hace una seña para que me acerque. La llegada por el río de un vapor ha llenado la Hostería. Los marineros prefieren la Hostería al Claro de Luna, demasiado costoso para ellos. Con la competencia del ferrocarril el tránsito fluvial ha disminuido mucho.
—Me dijo Trelawney que lo vieras sin falta esta tarde.
Los ojos de Gaby, escondidos en una infinidad de arrugas, brillan al inclinarse sobre la tierra.
—El Capitán Blood no quiere irse antes de verte —me susurra.
Asiento con la cabeza y me alejo. Bill Bones está hablando con un vaquero alto y polvoriento recién llegado, trato que me vea el martillo que llevo en la mano.
—¿Terminaste con la puerta del 15?
—Todavía no, Sr. Bones. Voy a ver si en la cocina hay algunos clavos.
Me encamino hacia el fondo del pasillo, Chou en Lai está pelando unas papas, me encaramo sobre el fregadero y alzo la ventana.
—Henry, si Bill Bones entera que tú escapas así del trabajo, no llegarás a mirar canas en tu cabeza —Chou en Lai sonríe con el cuchillo en la mano.
—Espero que no se entere.
Paso los pies por la ventana y salto, al caer me apoyo en la pared para no perder el equilibrio. Hay bastantes frío afuera, en la Hostería no lo sentía tanto, debí haberme puesto mi chaquetón sobre la levita. Esta temporada el invierno llega temprano. Atravieso la calle frontal de la Hostería a paso rápido, es mediodía y no hay mucha gente en la calle.
El almacén de Trelawney se halla junto al río. Entro por la gran puerta abierta. Apenas hay espacio para caminar entre tantas cajas, Trelawney está cargando unas cajas. Lo saludo.
—Vine tan pronto Gaby me avisó.
—Ven, vamos para allá atrás. Déjame cerrar la puerta primero.
Dentro de la estrecha oficina se encuentra ya el Capitán Blood sentado en una destartalada butaca, fumando una pipa, las piernas arribas de una silla.
—Hola Fullero, pensé que me iba sin verte.
—Lo hubiera sentido, hace seis meses que estábamos esperando su llegada. ¿Trajo algún cargamento?
—Muy pequeño. El personal que tengo en el barco ahora es nuevo, no le tengo confianza.
Trelawney, sentrado tras el pequeño escritorio, enciende un tabaco.
—El Capitán trajo medio millar de condones, pero tiene en perspectiva un cargamento gigante.
—Sí, en una barcaza con doble fondo podría traer hasta un cargamento de 50,000 condones de buena calidad.
Me siento sobre el escritorio de Trelawney.
—El problema más grave con los condones es la competencia. Hay mucha gente trayéndolos ahora. Hace sólo tres años un condón costaba veinte dólares, un lujo que pocos se podían dar. Anoche Cayuse Edwards me vendió dos a dólar cada uno.
El Capitán Blood me mira pensativo.
—Este negocio ya no da lo que antes, por eso este próximo cargamento será mi último viaje, Fullero. La vigilancia es demasiado y el riesgo no compensa las ganacias.
—A mí se me ha ocurrido que es necesario traer otra mercancia, un cargamento de consoladores para repartir entre las indias de la reservación sobre todo, sería una innovación provechosa.
—No es mala idea, Henry, pero habría que probar primero si los consoladores dan resultados —dice Trelawney sin quitarse el tabaco de la boca.
—Estoy de acuerdo en eso de que se prueben, para ir al seguro, aunque creo que es una buena idea —el Capitán Blood habla en voz baja —. Encárgate tú mismo, Fullero, de comprobar como es recibido este nuevo producto. Enviaré de tamaño mediano y tamaño grande, si dan resultado me avisan a Yuma y traeré 10,000 en el próximo cargamento.
—Me ocuparé de eso lo más pronto posible porque el tráfico que provocará la Feria Fronteriza permitirá introducir el cargamento sin grandes problemas —tomo un poco de whisky que quedaba en la botella, me quema el estómago —. Es más, trataré de confeccionar una lista de las mujeres que tienen sus maridos en el Rancho Grande o en la Caballería.
—Siempre habrá riesgo, aún con un gran tráfico de viajeros —dice el Capitán Blood con voz preocupada —. El cambio de casi toda mi tripulación en Yuma tiene alguna base, estoy seguro que sospechan de mí. Con los ahorros que tengo y lo que obtenga del próximo cargamento, compraré una lancha rápida que pueda atravesar las barreras río arriba y escapar a Pénjamo, al otro lado de la frontera.
No puedo contenerme y grito excitado.
—¡Magnífico! Ahora sí que podré llegar, Capitán. Su experiencia lo logrará. Hace muchos años que ahorro con el fin de escapar a Pénjamo. Pero han capturado a tantos en el camino, sólo un marino como Ud. tiene probabilidades de llegar.
El Capitán se incorpora y camina hacia la puerta.
—Avísenme del resultado de las pruebas con los consoladores, para traerlos o no en el próximo viaje. Y téngalo todo preparado para su distribución, pienso seguir sin pérdida de tiempo para Pénjamo. Yuma y Tombstone tendrán un cielo muy límpido, pero yo ya no lo resisto.
—Yo tampoco —digo.
CONTINUARA...
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Gracias por leer, esta es una de mis novelas escritas hace más de 30 años, se van a editar de nuevo este año.
Muchas gracias por ese excelente trabajo y magnífica web, enhorabuena!
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