SOMOS EL TIEMPO QUE NOS QUEDA.

                                                                       Dr. José Ignacio Velasco Montes.

     “No tengas prisa; grano a grano hincha la gallina el buche”.

          Cuando a cierta edad, cada uno mira hacia atrás en el tiempo, la óptica que aparece a su vista puede ser de índole muy diversa. En realidad, tenemos que pensar con seguridad en lo que ha sido la vida propia; pero… no deja de venir a nuestro consciente el comparar con lo que hemos visto en otros coetáneos con los que hayamos tenido una cierta convivencia y de los que conocemos parte de su trayectoria.

          A pesar de que las comparaciones son odiosas, y la vanidad puede ser parte de tu idiosincrasia, no dejamos por ello de analizar y analizarnos a nivel personal, restringiendo ese nosotros del plural de vanidad, en lo que, más próximo e importante, ha sido tu vida, y en lo que debes hacer con la posible “colilla de tiempo” que, en una realidad aleatoria, te queda por vivir.

          La certeza, aunque no sea absoluta, es una necedad. Sí se puede decir que “así has sido, así seguirás siendo” en un alto porcentaje. Es la razón por la que se dice, que nadie cambia a partir del destete, pues ya el ADN ha tomado cartas en el juego de su vida y la está trazando inexorablemente.

          Lo cual también es una necedad el asegurarlo con un argumento a fortiori, pues ese “con mayor motivo” es un silogismo falso en una gran proporción de ocasiones, que en este momento no es circunstancia de enjuiciar.

          Hablar de uno mismo y de las propias experiencias es, sin duda, algo que muchos consideran un atrevimiento vanidoso; pero… nos preguntamos al llegar a este punto del trabajo, que mayor osadía es hablar y asegurar aspectos utilizando a los demás pues, aunque creamos saber de ellos, en realidad no conocemos más que lo que esa persona ha querido, voluntaria o involuntariamente, mostrar. Por tanto, el coeficiente de error en nuestras aseveraciones puede ser más alto con los extraños que con nosotros mismos.

          En  consecuencia --dejando el cínico plural de vanidad, ese “nos” que sólo consigue, en mi nada modesta opinión, tapar nuestros errores pues los diluimos al querer compartirlos con otros-- expondré lo que realmente es para mí esa frase que es el título del trabajo: “Somos el tiempo que nos queda”. Triste, pero muy real pensamiento, con el que muchos no se quieren enfrentar.

          Viendo la serie de TV, “El mentalista”, en más de una ocasión, al impertinente protagonista le preguntan si es “vidente”, a lo que responde siempre: “no, la  videncia no existe; soy muy observador”. Y su respuesta es una gran realidad. La gente, usado como un genérico sin sentido peyorativo, sólo ve lo que quiere ver. Pero afinando un poco más, me atrevo a decir que solamente pueden ver lo que tienen capacidad de ver; generalmente muy poco, pues no tienen costumbre ni de ver, ni de saber mirar; en cierto modo su visión es tan estrecha como la de un mulo en una noria.

          Además, hay varios aspectos más a considerar: la gente no retiene en la memoria lo que no le interesa; a lo que se une que carecen de memoria incluso para lo suyo, y no es que carezcan de memoria, es que ni siquiera se interesan en tenerla. Pero esto no son más que elucubraciones carentes de valor pues, cada cual es en gran proporción como quiere ser, debido a la engañosa imposición de “sus prioridades”.

          Pero todo el contenido de este acápite, no deja de ser un sarcasmo por mi parte, y éste es, al menos para mí, el mínimo exponente de la inteligencia cuando se recurre a él.

          En realidad, esta digresión viene muy al filo de lo que trataba, pero nos deja una puerta para acceder a otros puntos que tratar.

          ¿Qué es el tiempo? En la respuesta más sencilla, es algo a lo que una gran mayoría temen, sobre todo si lo unimos a los otros dos grandes temores: la enfermedad y la muerte. ¿Cuánto tiempo perdemos hasta que la realidad te muestra lo que en realidad importa? Es cierto que el tiempo no espera a nadie. Y también es mucho más cierto que: “El tiempo es el tesoro más valioso que tenemos, pues es limitado”. Es esta limitación, ese poder acabarse, lo que aterroriza a muchos, pues lo que realmente temen es la muerte, que concurre en una cita con ese acabar personal de su tiempo.

          El tiempo es una barrera que nos viene impuesta. Hay algunas maneras de interpretar algo de lo que no se puede escapar. Veamoslo.

          Cuando creces, todo el que piensa lo sabe, hay cosas que se acaban, y que las tienes que aceptar o desesperarte. Una postura u otra van ligadas a algo tan poco común como la inteligencia. Listos hay muchos, inteligentes muchos menos. Todos hemos dicho alguna vez: “si se pudiera volver el tiempo atrás, cuántas cosas que hicimos no volveríamos a iniciar”. Es cierto, el tiempo es una flecha de única dirección, y no una veleta que pueda mover el viento. Como no podemos dar marcha atrás, no queda otro remedio que seguir caminando hacia adelante y, volviendo al título del ensayo, aprovechar lo que somos y el tiempo que nos queda, pues “tempus fugit”.

          Dijo San Agustín, algo muy claro, al menos para mí: “Del futuro que aún no es, al presente que está siendo, hasta el pasado que ya no es”, y en esta ya pretérita frase, se encierran varios de los problemas que asustan a tantos. Hay que vivir el presente, olvidar el pasado en cierta proporción y no vivir recordándolo como base del presente, dejando lejos el futuro pues escribimos este futuro con lo que hacemos en el presente. El hoy es ya ayer, lo que implica que, en cierto modo, irrumpimos en el futuro, cada minuto que avanza nuestro tiempo.

          Sentadas estas premisas, verdaderas o falsas, como autor no me atrevo a aseverar nada, creo llegado el momento de pasar a un área pragmática, la de dar una opinión personal y entrar en el núcleo del significado de “Somos el tiempo que nos queda”.  

          De forma súbita, aunque no imprevista, me encontré con la libertad absoluta, la de no preocuparme ni del reloj ni del calendario: me había jubilado. Un momento que para algunos puede convertirse en un calvario, y para otros es el umbral del paraíso, ya que no tener obligaciones a plazo fijo, y disponer de tiempo y espacio a su gusto es un orgasmo mental.

          Me replanteé todo, aunque en mi silencioso subconsciente ya estaba todo, desde hacía años, más o menos perfectamente aclarado y establecido. La conducta a seguir afloró con rapidez estableciendo el decurso de ese tiempo restante, para realizarlo con una amplitud tan absoluta como deseada. Y a ello me entregué, dentro de una libertad no impositiva, pero que tiene un fallo claro.

          El no saber cuál es ese “restante tiempo que nos queda”, me ha llevado a un aprovechamiento de “hambre por hacer más y más”, tratando de aprovechar, pero no quemar, ese tiempo. Craso error que, aunque tarde, empiezo a vislumbrar y, con un esfuerzo trato, aunque lentamente, de vencer y establecerlo en su crono adecuado, pues es cierto y conocido que “No se le puede robar tiempo al tiempo”.

          Por otra parte, algo que también se me hace objetivo cada día, dado que no soy nada hipocondríaco, me tomo ese restante como algo aceptado, refugiado en mi dicho personal y patentado: “Tomate la vida a coña, o la coña te tomará la vida”, en cuyo fondo aparece algo elemental en la vida: "yace el humor".

          La risa y el humor, en ocasiones, salvan la salud mental del humano. Es por ello que, en gran parte de mis actuaciones hay un gran componente de humor, negro y Grouchiano según unos, de cualquier color en mi visión, pues lo cojo de una de las bases en las que se apoya el arco iris, en las que se dice que hay un tesoro. Y puede ser cierto si consideras que el buen humor, sea del color que sea, es un cofre pleno de risas y optimismo.

          Como colofón a lo antepuesto, y para terminar estas desmadejadas ideas: que nadie se preocupe de la citada frase, “Somos...” pues es cierto que cada uno somos el tiempo que nos resta, pero esto se cumple y es válido desde el momento de ser concebidos en el seno materno.

          Cada uno de nosotros viajamos en el carro alado de nuestro tiempo. Personalmente no lucho con el tiempo, sino que voy con él y lo acompaño. Sin embargo, no debemos permanecer demasiado tiempo en el abismo de la autocompasión o en el de la autocomplacencia, sino vivir cada día como lo que debemos considerar: el primero de nuestra vida que nos queda, y no como el posible último, como tantos consideran, siempre esclavos de algo que sí mata: "el miedo".

Por tanto, no es exclusivo de los que rozamos una edad en la que peinamos canas (si es que nos queda pelo), sino como ya se ha dicho, no somos sino el resto de lo que nos queda. El tiempo es un ladrón de vidas, es cierto, pero no colaboremos en ello dejando la mente en desuso: tengamos tantas ilusiones como trabajo que nos ocupe y nos mantenga la mente muy, muy activa.

          Dr. José Ignacio Velasco Montes                 Marbella - 2017.